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Viajar

El maravilloso paisaje de Cusco y sus montañas de colores

Montaña de Palccoyo.

Montaña de Palccoyo.

Foto:Andrés Hurtado García

El deshielo de los glaciares en Perú sacó a la luz una cordillera: la Montaña de colores.

Perú es un destino privilegiado por la naturaleza y por los hombres. Por donde se le mire, el país está lleno de riquezas naturales, arquitectónicas, religiosas y étnicas que atraen cada año millones de turistas, viajeros e investigadores del planeta.
Nombrarlos llenaría páginas enteras. No solo Machu Picchu, Nasca, Cusco y el Señor de Sipán. No solo el Valle Sagrado con sus numerosos vestigios arqueológicos del incainato y la cordillera Blanca que se encuentra en la mira de los alpinistas de todo el mundo.
No paran aquí las maravillas del Perú, de tal forma que la desgracia universal del deshielo de los glaciares se ha convertido en cierto sentido en una bendición para el país. Al derretirse la nieve apareció una cordillera hecha toda ella de franjas, de paredones, de rocas, de valles y de campos de colores, la llamada Montaña de colores (Rainbow mountain). Machu Picchu seguirá siendo atracción universal, pero en estos momentos las montañas de colores son tan visitadas como la gran fortaleza de piedra descubierta por Hiram Bingham.
Como montañista y amante de la belleza del cosmos, viajé a Cusco en compañía del guía de naturaleza Wilfredo Garzón. Acostumbrados a caminar por nuestros páramos y montañas no necesitamos de la ayuda de las hojas o del mate de coca que dan a los recién llegados para ayudarles contra el posible dolor de cabeza o mal de altura producidos por los 3.400 metros sobre el nivel del mar de Cusco, capital indígena de América.
Nuestras metas en esta nueva visita al Perú eran la cordillera de Colores, la laguna del Humantay, el mirador de Chonta y el puente llamado Q’eswachaka. Pero no resistimos la tentación de recorrer una vez más el Valle Sagrado con sus numerosos vestigios y motivos incas: Pisac, Calca, Yucay, Urubamba, Chinchero, Maras, Moray y adentrarnos despacio en la formidable ciudadela de Ollantaytambo.
A Machu Picchu, que hemos visitado ya dos veces, accediendo una de ellas por el bellísimo camino que pasa por la base del pico Salcantay, lo miramos desde lejos. Ya está muy metido en nuestra alma y en el cajón de los recuerdos más entrañables.
Isaac Andrade Covarrubias, el mejor de los guías que hemos tenido en Perú, conocedor profundo de todos los rincones de las montañas y de los vestigios incas, nos acompañó de nuevo. Habla quechua, español e inglés y es hombre de gran vitalidad y alegría. En vehículo nos acercamos a la ‘ye’, que marca la entrada a dos destinos: la ruta a Machu Picchu por Salcantay y la visita a la laguna del Humantay. Caminando despacio y respirando profundamente en el aire enrarecido se emplean dos horas y media hasta la laguna (4.200 m. s. n. m.), ubicada en la base del pico del mismo nombre. Muchos de los turistas utilizan cabalgaduras conducidas por hombres y mujeres quechuas que los llevan hasta el punto donde el camino se hace más pendiente. Las mujeres van ataviadas con sus faldas de vivos colores y sus típicos sombreros cuadrados. El último repecho debe hacerse a pie. Se llega a una laguna de color verde purísimo que recibe aguas del deshielo de los glaciares del Humantay. ¡Una aparición celestial, fantástica!
De la misma manera, a caballo y a pie se llega a Vinicunca (5.200 m. s. n. m.), ‘la montaña de los siete colores’. Yo tenía otro motivo más para visitarla. En la década del 70 conocí Caño Cristales y lo llamé el río de los cinco colores, donde se derritió el arco iris, el río más bello del mundo y que se escapó del paraíso cuando ocurrió aquello. Así lo denominé y así lo he dado a conocer en Colombia y en el extranjero.
Río y montaña con los colores del arco iris. Aquí la subida es más exigente por la altura de la montaña que fue descubierta en el deshielo de 2010 y hoy es la meca del turismo del Perú.
Se diría que un semidiós se divirtió pintando las franjas de varios colores que suben por un lado de la montaña y bajan por el otro. Quizás el hecho más impactante es que las franjas aparecen bien definidas. Las cámaras fotográficas se enloquecen también ellas grabando el espectacular paisaje. Indígenas quechuas ataviadas de pies a cabeza con ropas de vivos colores suben cargando corderillos para hacerse fotografiar y cobrar unos cuantos soles a los turistas.
Palccollo es otra montaña de colores, a cuyos 5.000 metros se debe ascender a pie, porque para ella no existe todavía el negocio de las cabalgaduras. Los colores son menos vivos, pero el paisaje total es más amplio, se pierde en el horizonte y posee más elementos que ‘la montaña de los siete colores’. En la cima de la montaña hay un curioso conjunto de rocas llamado el Bosque de piedras.
Desde la cima, el paisaje total es de espectacular belleza. Uno de los ángulos del cielo lo ocupan los picos nevados de la cordillera del Ausangate, una de las moles nevadas más grandes del Perú y a la vez la quinta en altura con 6.385 m. s. n. m.
Metidos en el maremágnum de montañas y cañones de los Andes fuimos caminando hasta el mirador de la Chonta, que parece un nido de águilas al borde del cañón del río Apúrimac, de 1.000 metros de profundidad. Fuimos a mirar los cóndores que a media tarde regresan a sus nidos desde muy lejos, incluso desde el mar, volando distancias de 150 kilómetros y trayendo la comida para sus crías. Viéndolos volar nos lamentamos de haber nacido sin alas.
Nuestro último destino fue el puente hecho de fibras vegetales y que se llama Q’eswachaca. Este tipo de puentes fue común durante el incainato y eran construidos sobre profundos abismos. El campero nos llevó por la puna, siempre sobre los 3.400 metros. Pasamos por cuatro bellísimas lagunas, por poblados abandonados y cuyas casas supérstites fueron hace 500 años habitadas por indígenas quechuas.
El puente construido sobre el río Apúrimac mide 30 metros y está hecho totalmente con fibras vegetales. Los indígenas de los pueblos vecinos cada año se reúnen y confeccionan las fuertes correas vegetales para que los maestros armen la estructura. Cada año se lo renueva y los visitantes solo lo pueden cruzar una sola vez.
Cusco merece ser largamente visitado y admirado. Quedan en pie muchos muros de los palacios de los incas. Los ingenieros y arquitectos admiran la elevadísima técnica usada por los quechuas para levantar los muros sin ningún pegamento y de modo que entre piedra y piedra no entra ni siquiera un alfiler.
Visitamos piadosos las numerosas iglesias que dejaron los españoles y la impresionante fortaleza de Saqsaywamán, en la que todos los años en el mes de junio se celebra la colorida fiesta del Inti Raymi en honor de Inti y que atrae turistas de todo el orbe.
ANDRÉS HURTADO GARCÍA
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