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Viajar

Perrita viajera y 'escritora', protagonista de libro en la Filbo 2017

Linda Guacharaca en las playas de Chocó.

Linda Guacharaca en las playas de Chocó.

Foto:Yamila Fakhouri

Se llama Linda Guacharaca. En el texto se cuenta cómo pasó del abandono a obtener un hogar.

Yuli Salazar
Por primera vez, en los 30 años de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, una criatura de cuatro patas presenta una obra literaria. Una perrita criolla para ser más específicos. Se llama Linda Guacharaca y en la Filbo 2017 está el libro que cuenta su historia, ‘La vida es Linda’.
Aunque el libro está firmado y "narrado" por Linda Guacharaca, la escritura estuvo a cargo de su ‘madre’: La abogada española Yamila Fakhouri, radicada en Colombia desde el 2013.
Aquí se narra, por ejemplo, cómo la rescataron en una carretera del departamento del Meta cuando estaba a punto de morir, después de haber sido atropellada por un carro. Se cuenta también cómo la persona que la adoptó no solo se convirtió en su madre sino en una compañera de viajes y aventuras por Colombia y el mundo.
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Foto:Yomaira Grandett

‘La vida es Linda’ salió a la luz gracias a una campaña de financiamiento colectivo (crowdfunding). La primera edición, de 1.000 ejemplares, salió en diciembre 2016. Y gracias a la buena acogida, ya está a la venta la segunda edición, que fue presentada en la Filbo.
A continuación, EL TIEMPO reproduce algunos apartes del libro, que es un testimonio de solidaridad, respeto y amor hacia los animales. Y una invitación para que los dueños de mascotas no se abstengan de la oportunidad de explorar el mundo con estos compañeros de viajes de cuatro patas.

Mi nombre es Linda, Linda Guacharaca

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Foto:Yomaira Grandett

Aunque te resulte difícil de creer, no siempre fui una diva, ni una viajera, ni una escritora... Ni siempre tuve una familia. Antes de estar acá contándote sobre mi libro, vivía en una gasolinera de carretera, un carro me partió las patas en un brutal atropello y estuve a punto de morir de hambre.
Entonces apareció una viajera recién llegada a Colombia, y me llevó a Bogotá. Aunque el veterinario recomendó sacrificarme porque no iba a volver a caminar, ella cometió la locura más grande de su vida y me dio una oportunidad. Esa viajera es ahora mi mamá y, salvo cuando me baña, es la humana más maravillosa de la tierra.
En mi libro te cuento nuestro primer año juntas, incluyendo mi increíble recuperación así como mi primer viaje por Colombia y mi primera Navidad en Europa, entre otras muchas cosas que seguro te van a sorprender hasta el punto de no poder pegar ojo por las noches... ¿No te lo crees?
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Foto:Yomaira Grandett

 Del capítulo “Loba capitalina” 

Por eso no te extrañe que, en cuanto puse mis temblorosas patas en el «apartamento» de dos alturas con cocina americana, balconcito y una espectacular vista de Bogotá iluminada, me escondiera en la sala debajo de aquello que llamaban «sofá», y no quisiera salir ni con una loncha de jamón delante. Pasé la noche en ese rincón sin moverme mientras la chica morena sufría un ataque de ansiedad en la alcoba del piso de arriba por lo que acababa de hacer: meter a una perrita desconocida, desconfiada, asustada, desnutrida, imposibilitada para moverse y de un tamaño bastante mayor de lo que parecía al aire libre, en su espacio… Y en su vida.
En circunstancias normales, nunca hubiera asumido el compromiso de hacerse cargo de uno de mis congéneres y no le parecía de recibo conseguirse uno prestado para hacer el Camino de Santiago de Compostela. Tampoco se lo hubieran entregado en ninguna protectora: sola, sin experiencia con perros y con la vida menos rutinaria de la tierra. Una auténtica irresponsabilidad.
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Foto:Yomaira Grandett

Desde niña había fantaseado con la idea de tener un cuadrúpedo, un compañero inseparable que la acompañara en todas sus aventuras. Incluso en la edad adulta se descubría a veces soñando con hacer el Camino de Santiago, una peregrinación muy famosa en su país, en compañía canina. Sin embargo, era demasiado lo que la alejaba de las escenas de los libros favoritos de su infancia. Ocuparse exclusivamente de ella misma era la otra cara de la moneda de la vida nómada que había elegido. La soledad garantizaba su libertad para irse a donde quisiera cuando quisiera.

Del capítulo “¿Estado civil? Adoptada” 

El «veterinario» me subió a una plataforma plateada y fría y, a medida que fue auscultándome y hablando, a mi acompañante se le hicieron los ojos más grandes y el corazón más pequeño, hasta el punto que tuvo que respirar hondo varias veces para no romper a llorar.
—Cualquiera entendería que no quisiera hacerse cargo de un animal en estas condiciones. Puede salir del problema tan rápido como entró con una rápida inyección… y ella no sufriría.
¿Tú crees que le lancé una mirada suplicante y profundamente enternecedora, persiguiendo causar un efecto disuasorio, al escuchar aquello? Pues no. Mantuve la vista fija en el piso, como siempre que me miraba un humano, mientras intentaba bajar de ese lugar tan incómodo y esconderme.
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Foto:Yomaira Grandett

La idea cruzó por su cerebro, en medio de una fuerte sensación de irrealidad. Entonces, el mismo impulso que le llevó a meterme en el carro sin pensar dos veces lo que hacía se manifestó en forma de una única lágrima y una única sílaba: No. Y luego, porque ella es, ante todo, una dama: «Gracias, vamos a ver cómo nos apañamos».

Del capítulo “Lazos de sangre” 

A la vista de que nuestra unión era más indisoluble que un matrimonio canónico, mi mamá empezó a informarse de los requisitos necesarios para viajar a su país, al otro lado del Atlántico, con su «mascota», que es la acepción empleada por los científicos de todo el mundo para designar mi especie, comúnmente conocida como canis lupus familiaris.
El caso es que su próximo viaje no era por un par de semanas, como a Brasil, sino por una larga temporada, para dictar unos cursos a los que se había comprometido en Barcelona y temía las consecuencias que pudiera tener un «abandono» en mi recién adquirida confianza en el género humano.
¡La vetusta Europa abría sus puertas para mí, la que otrora habitara en una bomba de gasolina en los Llanos! Ver: Consejos prácticos para viajar con perros.
Solo necesitaba unos cuantos papeles, hacer una serie de trámites… Y dar positivo en un test que indicara que tenía suficientes anticuerpos contra la rabia. Además tenían que transcurrir tres meses desde el momento de la extracción de la sangre hasta que pusiera mis patas en el Viejo Mundo. Esto era de todo punto imposible, ya que mi mamá volaba en un mes pero, con su talante optimista donde los haya, decidió preocuparse de ese «pequeño detalle» una vez salvado el resto de obstáculos que nos separaban de nuestro nuevo gran objetivo.
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Foto:Yomaira Grandett

Lo primero que querían saber de mí aquellos con los que nos cruzábamos en Barcelona no era, curiosamente, ni cómo me llamaba ni cuántos años tenía, sino si era miembro de ETA.
—¿Es «gosseta»? —preguntaban a mi mamá («gosseta» significa «perrita» en catalán).
Comprendía la obsesión, ya que la banda fue muy relevante en el país durante muchos años.
—Sí —respondía ella, con su eterna sonrisa.
Los canes europeos alcanzan la mayoría de edad mucho más tarde que en Colombia porque, aunque superaba con creces el año, todos me tomaban por una «cachorra»… Mi delgadez, todavía apreciable, la falta de desarrollo muscular, así como la suavidad de mi pelaje, a base de cucharaditas de aceite de oliva en las comidas, me conferían un aspecto infantil.
También observé que los papás son bastante parcos a la hora de dirigirse tanto a mí como a sus semejantes. Dicen: «¡Ven, María!» o «¡Ven, Toby!» o como mucho «¡Ven, cariño!», cuando tienen el romántico subido. En cambio mi mamá, por influencia del colombiano, despliega un abanico de términos, cada cual más meloso, que sorprenden, a la par que deleitan, el oído del habitante de la piel de toro: «muñeca», «hermosa», «prinsesa» con «s», «mamita» o «mamacita», «nena», «bobita», «chiquita», «bicho inmundo», «bestia del averno» y «delincuente» son algunos de ellos.
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Foto:Yomaira Grandett

Este último lo emplea habitualmente cuando me ve con la cabeza metida en una bolsa de basura, para dejarme en evidencia delante de todos.

Del capítulo “Caminando sobre las aguas” 

Entonces mi mamá le pidió al capitán que me cogiera y me bajara a su lado, mientras ella flotaba agarrada, con una mano, a la embarcación. Me recibió amorosamente en sus brazos y, contando con que mi instinto perruno afloraría y comenzaría a chapotear cual neonato en una piscina, aflojó un poquito y…
Lo que afloró en mí fue un tremendo susto y las consiguientes ganas de aferrarme a ella con mis zarpas, que se agitaban desesperadamente en el aire y en el agua buscando su abrazo, por lo que acabó sangrando por el labio y con la cara arañada, incluyendo el ojo.

¡Ni un triste pedazo de tierra firme donde posarme!

De esta manera logré mi objetivo y me subieron inmediatamente a bordo, donde permanecí el resto de la tarde correteando de un extremo a otro del cayuco, observando muy atenta sus saltos y acrobacias.
A la hora de irnos, cuando abandonábamos el lago para adentrarnos en uno de los caudalosos brazos del Magdalena, decidí que ya era hora de poner en práctica todo lo que había visto, si bien, en mi caso, sobre terreno seguro: los islotes de color verde intenso que salpicaban el río. En el momento en que una chica holandesa hizo ademán de sentarse a mi lado en la proa, me boté desde el punto más alto, para tremendo susto de la chica, enorme sorpresa del resto que había presenciado mi primera experiencia natatoria y aun mayor sorpresa mía al constatar que, bajo todo ese verde, no había sino agua, agua y más agua… ¡Ni un triste pedazo de tierra firme donde posarme!
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Foto:Yomaira Grandett

El motor se detuvo de inmediato. Intentaron pescarme, pero entre la corriente y la vegetación flotante resultaba muy difícil aproximarse, por lo que la distancia entre nosotros iba en aumento.
Mis compañeros de excursión ya se estaban deshaciendo de sus ropas para venir a buscarme. Sin embargo, no hizo falta: todos se quedaron boquiabiertos, con las camisetas y los brazos en alto, al ver que, respondiendo a la llamada de mi mamá, sosegada, incluso en estas circunstancias, me dirigía a nado —sí, estás leyendo bien: ¡¡¡a nado!!!— hacia la lancha.
Descansando un poco de mi viaje a Camino de Santiago, España.

Descansando un poco de mi viaje a Camino de Santiago, España.

Foto:Yomaira Grandett

El jovencísimo marinero que nos acompañaba logró agarrarme por la cabeza. Así mi mamá pudo izarme como un bebé, un bebé bastante pesado, por cierto, una vez que puse mis patas en el borde.
Ese día descubrí que, como Jesús, puedo «caminar» sobre las aguas y lo hice en uno de los escenarios más bonitos que te puedas imaginar: un lago habitado por elegantes garzas blancas, que levantaban el vuelo en grandes bandadas a nuestro paso, y cuya silueta se dibujaba contra el anaranjado astro rey y la dorada luz del atardecer.
Sigue mis huellas en:
Facebook: Linda Guacharaca ; Instagram: @lindaguacharaca
Yuli Salazar
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