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Con la Semana Santa a cuestas: así es la fe de un carguero en Popayán

Los alumbrantes que portan cirios encendidos caminan cerca de los cargueros que llevan los pasos en las procesiones de Semana Santa en Popayán.

Los alumbrantes que portan cirios encendidos caminan cerca de los cargueros que llevan los pasos en las procesiones de Semana Santa en Popayán.

Foto:Cortesía James Fabián Díaz

Camina hasta cuatro horas llevando sobre los hombros pesadas andas que soportan imágenes religiosas.

Natalia Noguera
Cuando tenía 11 años, César Reinaldo López jugaba a hacer procesiones de Semana Santa. Vaciaba los cajones de madera que estaban destinados a transportar botellas de Coca Cola y los llenaba con ladrillos. Luego, les pegaba dos listones de madera, a manera de barras paralelas y horizontales.
Él y tres amigos más se metían debajo de ellas para llevar el paso, es decir, el conjunto formado por las andas y por las imágenes religiosas que se sustentaban sobre las barras. En ausencia de una escultura de Jesucristo, el paso se coronaba con la figura de San José que se usaba en el pesebre.
“En Popayán hay una familia, la familia Paz, que es como la escuela del carguío. Cuando dejas de cargar en las procesiones chiquitas hay una brecha porque no puedes cargar ni en las chiquitas ni en las grandes; entonces, haces tus propios pasos en las casas para sacar las procesiones de barrio”, explica César Reinaldo.
Él no olvida su primera noche como carguero en las procesiones grandes de Semana Santa. Fue hace 36 años, el Miércoles Santo, la víspera del terremoto que hizo colapsar la cúpula de la catedral, dejó en ruinas el centro histórico de Popayán y un saldo de cerca de 300 personas muertas.
Tenía 13 años y había entrado a cargar en el paso de San Juan de La Ermita, uno de los más livianos. Nunca tan pesado como el del Señor del Perdón, del que hoy es síndico —lo tiene a su cargo— y que registra alrededor de 530 kilos con todos sus ornamentos: andas de cedro y de chanul, carteras de plata y de madera, la imagen de Jesucristo, el sitial, las varas y un globo metálico de 1,20 metros de diámetro recubierto con láminas de plata repujada que representa al mundo.
Algo más de media tonelada, lo que pesa un toro de lidia, es lo que los ocho cargueros del paso del Señor del Perdón reparten sobre sus hombros. Ellos deben dosificar sus fuerzas para permanecer de pie entre tres y cuatro horas mientras recorren 22 cuadras por las calles de la ciudad blanca.
La iglesia de La Ermita, el templo más antiguo de Popayán, se ve al fondo durante una procesión de Semana Santa.

La iglesia de La Ermita, el templo más antiguo de Popayán, se ve al fondo durante una procesión de Semana Santa.

Foto:Cortesía Fundación Junta Permanente Pro Semana Santa, Javier Palta

La procesión va por dentro

Los rostros inexpresivos de los cargueros engañan a quien es espectador por primera vez de una procesión de Semana Santa. Parece que nada les doliera. Ellos caminan en silencio, se detienen con el paso al hombro en ciertos lugares, mientras lo apoyan en alcayatas de madera de chonta y vuelven a arrancar. Siguen las órdenes que les imparten los regidores, quienes mantienen el orden en la procesión, vestidos de frac negro y usando guantes blancos, con los que portan una cruz delgada de madera.
Al ver pasar a los cargueros en las procesiones, la única evidencia de su esfuerzo es el crujir de la madera de las andas, que soporta los pasos en los que se representan pasajes de la Biblia referentes a la pasión, la muerte y la resurrección de Jesucristo. Vestidos con túnicos azul oscuro y un capirote del mismo color, que solamente les cubre la cabeza, calzan alpargatas de cabuya.
Diego Gerardo López tiene 50 años, 24 de los cuales los ha dedicado al carguío. Él ha sufrido los rigores de ser carguero y sabe que es fundamental cuidar la salud.

No hay carguero que diga que no le duele

“La mayoría de los cargueros nos fajamos desde la ingle hasta un poquito más arriba del esternón para proteger la columna vertebral”, explica Diego Gerardo, y agrega: “Algunos han tenido escoliosis; a otros se les han corrido las vértebras o se les han molido los discos. Entonces, hay ardor en la espalda. No hay carguero que diga que no le duele”.
César Reinaldo coincide al asegurar que el peso no se recibe de manera pareja en la espalda, sino de un lado. “Es una fuerza mala. Cuando vas con un peso soportable, lo puedes llevar; pero cuando hay esos montículos en las calles mal pavimentadas, no llevas 70 kilos sino 100 o 120 kilos”, cuenta.
El deseo de someter el cuerpo voluntariamente a estos rigores evidencia qué tanto significa la Semana Santa para los payaneses. Para muchos de ellos se trata de un asunto familiar.
Es el caso de Diego Gerardo, quien hace un año contaba entre lágrimas que no podría cargar en la Semana Santa porque unos meses atrás lo habían operado de una peritonitis.
“Con el dolor en el alma lo único que hice fue venir a ayudar a organizar mi paso (en la iglesia, antes de la procesión) y ser alumbrante —llevando un cirio encendido durante las procesiones—. Es duro no estar en el día que tocaba la procesión, pero se tiene que amar uno para poder seguir cargando”, dijo entonces. Y la espera valió la pena. “Este año sí voy a cargar, dando gracias al Señor”, dice visiblemente emocionado.
“Esto se lleva en la sangre. Son reliquias que se conservan de generación en generación. Es un orgullo para una familia payanesa ser miembro o tener a su cargo un paso”, añade Diego Gerardo. Su primo César Reinaldo afirma que el paso del Señor del Perdón tiene en la familia más de 80 años.
Su abuelo lo recibió en 1938, después de que la pompa de las procesiones se había venido a menos a causa de las guerras civiles de finales del siglo XIX. “En esa época, los pasos fueron despojados de sus ornamentos de plata y de oro para financiar las guerras, y cuando llegaron al siglo XX eran muy sencillos”, explica César Reinaldo.
Pablo José Reinoso, de 22 años, es ejemplo de que el amor de los patojos por la Semana Santa es hereditario. Él cumplió el año pasado su sueño de cargar por primera vez en el paso del Señor del Perdón.
“Yo aspiraba a cargar en el Señor del Perdón porque tenía un tío, Juan Pablo Reinoso, que cargaba y que quiso toda su vida cargar en este paso. Persistió, pero se enfermó de cáncer y falleció en el 2005. Se fue con esa ilusión, y yo decidí retomar lo que él había empezado y terminarlo”, dijo en el 2018.
Cada paso de las procesiones de Semana Santa en Popayán es alzado por ocho cargueros.

Cada paso de las procesiones de Semana Santa en Popayán es alzado por ocho cargueros.

Foto:Cortesía James Fabián Díaz

Es tal el fervor por estas tradiciones, que ha habido personas que cargan sin estar bien de salud. “A ratos puede más el compromiso semanasantero que las recomendaciones médicas”, confiesa el síndico del Señor del Perdón, quien hace un año terminó debajo de las andas, aunque sufría una lesión de rodilla.
“Uno es consciente del daño, pero la misión que uno tiene desde muy joven es la de seguir con ese legado. Aquí cargaron mi abuelo, Gerardo López; mi papá, Carlos Reinaldo López, y mi tío, que el año pasado se fue”, indica.
Incluso, en 1951 un carguero prefirió morir que dejar de cargar en Semana Santa. Era Arcesio Velasco, quien tenía una enfermedad cardiovascular y la prohibición de cargar impuesta por su médico. Sin embargo, su obstinación lo impulsó a desoír la orden y cargar en el paso del Prendimiento.
“En la esquina de la iglesia de San José perdió el conocimiento y cayó. Arcesio murió al otro día. Como homenaje, los del Cristo del Prendimiento siempre paran ahí cada Miércoles Santo (unos 10 segundos sin apoyar el paso en las alcayatas) y siguen”, comenta César Reinaldo.
Por estos días, él y decenas de cargueros se reúnen en Popayán dispuestos a hacer su mejor esfuerzo para que la Semana Santa sea impecable. César Reinaldo lo hace con el convencimiento de que el carguío es un legado que debe preservar y con el mismo amor con el que hace casi 40 años jugaba a hacer procesiones con cajones de madera.
En la procesión del Sábado Santo predomina el color blanco en señal de alegría por la resurrección de Jesucristo.

En la procesión del Sábado Santo predomina el color blanco en señal de alegría por la resurrección de Jesucristo.

Foto:Cortesía James Fabián Díaz

La fuga de Obando y el origen de ‘pichonear’

El término ‘pichonear’ se refiere al trabajo de aquellos hombres que sacan de las iglesias los pasos para entregárselos a los cargueros y que, posteriormente, los reciben de estos para entrarlos de nuevo.
César Reinaldo López, síndico del paso del Señor del Perdón, cuenta que el origen del término se remonta al siglo XIX, cuando el militar José María Obando (presidente de la República entre 1853 y 1854) se había rebelado contra el Gobierno. Él sabía que lo iban a apresar al terminar la procesión del Martes Santo, así que aprovechó que, como era costumbre en esa época, los rostros de los cargueros iban cubiertos con el capirote.
Obando cargaba en la Virgen de los Dolores y a una cuadra y media antes de llegar a la iglesia de San Agustín, a la voz de ‘pichón’, las velas de los cirios se apagaron y alguien lo reemplazó y Obando pudo huir. Desde entonces, el gobernador emitió una ordenanza en la que prohibió cargar con la cara tapada.

Glosario semanasantero

Acotejar: organizar a los cargueros de manera que la distancia entre el suelo y sus hombros sea pareja. De esta manera se distribuye equitativamente el peso del paso.
Alcayata de oro: máxima condecoración que se les otorga a los cargueros de mayor antigüedad y que hayan cargado, por lo menos, 35 años seguidos.
Armar el paso: disponer las andas con sus carteras, imágenes y sitial, entre otros elementos, para dejar listo el paso antes de ser adornado con flores. Esta labor comienza el sábado anterior a la Semana Santa y se realiza en las iglesias de donde salen las procesiones.
Barrote: cada uno de los maderos que sobresalen unos 60 o 70 centímetros del esqueleto del paso y que sirven para que los cargueros ‘metan el hombro’.
Callo: abultamiento que se les forma en el hombro a los cargueros veteranos debido al roce con el barrote.
Cíngulo: cordón blanco que termina en dos borlas que caen sobre el túnico del carguero. Va sobre el paño, a la altura de la cintura.
Moquero: niño vestido de carguero que lleva una vara provista de una cuchilla con la que raspa la cera derretida (‘mocos’) de las velas que adornan los pasos.
Pedirla: término con el que se designa el acto de retirarse de la procesión por ser incapaz de seguir cargando la anda. Esto es una deshonra para el carguero.
JUAN URIBE
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
Natalia Noguera
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