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Viajar

Roma, tesoro del arte y de la humanidad

El monumento a Víctor Manuel II, también conocido como Altar de la Patria.

El monumento a Víctor Manuel II, también conocido como Altar de la Patria.

Foto:Andrés Hurtado

Recorrido por la capital italiana, llena de tesoros del mundo, del arte y de la espiritualidad.

Andrés hurtado garcía
Era más fuerte el calor interior que albergaba mi alma que los 40 grados con los que el calentamiento global arropó a Italia en el verano pasado. A mi lado pasaban riadas de turistas que se quejaban del calor, bebían agua y chupaban gelato. Todas las tardes y los fines de semana durante dos meses me di a recorrer Roma siempre a pie, como un poseído, dejando que su inmarcesible legado, hecho de gloria, de tragedia, de batallas, de arte, de espiritualidad y también de sofisticada mundanidad, removiera los profundos cimientos de mi ser.
Roma no es una, son muchas Romas: la de las chiesas (más de 900 iglesias y basílicas), la de los 150 museos, la de las 60 catacumbas, la de los 13 obeliscos egipcios, la de los artistas, la de las numerosas fontanas y estatuas, la de los monumentos y murallas, la de los centenares de palacios y de piazzas.
Quise seguir los pasos de Goethe, que por los años de la Revolución francesa emprendió y escribió su Viaje a Italia, deteniéndose amorosamente en Roma y en todos sus rincones. “Este es el único sitio del mundo donde yo pudiera ser feliz”, escribió.
Castillo de Santángelo y río Tíber.

Castillo de Santángelo y río Tíber.

Foto:Andrés Hurtado

Mi primera e ilusionada visita era para los artistas que luchando a brazo partido con la piedra supieron arrancarles el alma y la tragedia a sus personajes. Iba tras Miguel Ángel y Bernini. En la basílica de San Pedro admiré detrás de un implacable y necesario vidrio de protección La Pietá. En San Pietro in Víncoli me detuve largos minutos ante Moisés y entendí por qué cuando Miguel Ángel terminó la escultura le dio un golpe en la rodilla y le dijo: “¡Habla!”. Fui hasta la Galería Borghese a sentir la fuerza que emanan las esculturas de Gian Lorenzo Bernini: el David, el Rapto de Proserpina, Apolo y Dafne y Eneas cargando a Anquises huyendo de la Troya incendiada.
Plaza de San Pedro.

Plaza de San Pedro.

Foto:Andrés Hurtado

Interior de la Basílica de San Pedro.

Interior de la Basílica de San Pedro.

Foto:Andrés Hurtado

Busqué la iglesia de Nuestra Señora de las Victorias para extasiarme yo también ante el Éxtasis de santa Teresa, de Bernini. En los interminables corredores de los Museos Vaticanos me deleité con la Venus de Cnido, el Apolo de Belvedere, el Hermafrodita, el grupo de Laocoonte, el bellísimo rostro de Antinoo, el efebo que Adriano amaba.
Siempre quise conocer ‘en persona’ el Torso de Apolonio y lo logré; en él aprendieron anatomía Miguel Ángel y Rafael. “Soy discípulo del Torso de Apolonio”, dijo el Buonarroti. En el Vaticano admiré la infaltable capilla Sixtina y las pinturas de Miguel Ángel, Rafael, Caravaggio, Botticelli... y el Baldaquino de Bernini en la gran Basílica, que funde la escultura con la arquitectura y es obra cumbre del arte de la humanidad.
Tengo una devoción especial por los cementerios. El Père Lachaise de París, el más famoso, y el Staglieno de Génova, el más bello. En Roma visité el cementerio ‘acatólico’ porque iba tras el más famoso epitafio del mundo, el del poeta John Keats: “Mi nombre está escrito en el agua”. También allí reposan los restos de su compatriota Percy Shelley.
Creo que conocí y fotografié todas las fuentes de Roma, empezando por la de Trevi, la más visitada. Y volviendo a Bernini, en la Piazza Navona conocí la fuente de los Cuatro Ríos, uno por cada continente: Nilo, Ganges, Danubio y Río de la Plata. También de Bernini admiré la fuente del Tritoni en la Piazza Barberini.
Fontana de Trevi.

Fontana de Trevi.

Foto:Andrés Hurtado

¿Iglesias? Visité y admiré unas 50, todas bellísimas, empezando por las cuatro grandes basílicas: San Pedro, Santa María la Mayor, San Pablo Extramuros y San Juan de Letrán. Hay en Roma un iglesia que resume todo el esplendor del barroquismo, la de Gesú, de los jesuitas, que yo visité varias veces cuando recorría la gran avenida que lleva desde el impresionante monumento a Vittorio Emanuelle II, o Altar de la Patria, hasta el Vaticano, tachando de mi lista iglesias, palacios y museos. Representa la gloria de Cristo frente al luteranismo.
La Pietá de Miguel Ánge, en el Vaticano.

La Pietá de Miguel Ánge, en el Vaticano.

Foto:Andrés Hurtado

Se dice que si se le añadía “un pegote más de oro” se desprendía todo el conjunto. En las iglesias hay toda clase de reliquias, algunas muy dudosas, como la pretendida cabeza de san Juan Bautista.
El Colosseo, el Panteón, Ostia Antica, el Trastévere, la Vía Appia, los foros imperiales, el Palatino, el castillo de Sant Angelo, plazas, monumentos, catacumbas. Todo lo visité. Roma es eterna, inagotable, tesoro de Italia, del mundo, del arte y de la espiritualidad.

Si usted va...

  • Prepárese para largas caminatas, es una ciudad que se conoce a pie.
  • A la hora de comer encontrará pizzas, paninis y pasta por un precio que va desde los 7 euros.
  • Un gelato: 3 euros.
  • El taxi del aeropuerto al hotel: 50 euros. Prefiera el bus, que vale 9 euros.
  • El tiquete en metro: 1,5 euros.
  • Una botella de vino en supermercado: 4 euros.
  • Entradas a museos y sitios de interés: de 15 euros en adelante. Reserve con anterioridad, y asegure su visita.
  • En alojamientos encontrará ofertas para todos los gustos y bolsillos. Prefiera los ubicados en la zona céntrica, cerca a una estación de metro.
  • No hay vuelo directo a Roma. Deberá hacer escala. Planee su viaje con anticipación para conseguir mejores tarifas.
Estatua de Marco Antonio en el Capitolio.

Estatua de Marco Antonio en el Capitolio.

Foto:Andrés Hurtado

Andrés Hurtado García para EL TIEMPO

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