Paraíso de hippies y de refinados viajeros. Glamurosa y descomplicada. Bohemia y elegantísima. Libre; a veces demasiado libre. Ambientalista y democrática. Una hamaca colgada de un palo y un hotel de cinco diamantes.
Así es la costa de Oaxaca, en el sur del estado del mismo nombre, un destino auténticamente mexicano donde tanta belleza no es una puesta en escena para los turistas: es la vida real.
Es la naturaleza generosa y su patrimonio; es la cultura de su gente y una costa de playas de arena dorada y suave, bañadas por un mar cristalino que se mueve tranquilo y a veces furioso entre el verde y el azul.
Oaxaca es todo eso y más, y no está llena de turistas como tantos destinos de México. Y termina siendo mucho más económica e interesante (los precios de los servicios turísticos son mucho más competitivos que en otros sitios del país). Un lugar donde siempre es verano y a donde llegan las ballenas, desde la fría Alaska, a aparearse en estas cálidas aguas entre diciembre y marzo.
“Sabemos que a los colombianos les encanta México. No en vano, 430.000 nos visitaron en el 2017”, dice Ómar Macedo, representante en Colombia del Consejo de Promoción Turística de México y cuenta que Oaxaca es una excelente opción para diversificar el destino. Sobre todo para aquellos que ya fueron y que quieren seguir explorando su país.
“Se van a enamorar de Oaxaca: de su comida, de sus culturas ancestrales vivas, de sus playas”, sigue Macedo.

Los acantilados de la costa de Oaxaca, vistos desde el aire.
Turismo Oaxaca.
Hay varias opciones para llegar a la costa oaxaqueña. La más conveniente es en avión desde Ciudad de México, bien sea hasta Puerto Escondido o a Huatulco, donde hay aeropuertos. El vuelo dura apenas 35 minutos hasta cualquiera de estas dos poblaciones vecinas, separadas por 190 kilómetros de distancia (unas dos horas de recorrido).
Otra alternativa es llegar a Oaxaca, la capital del estado del mismo nombre, ubicada a unas siete horas de recorrido por tierra desde Ciudad de México y a 30 minutos en avión. Y desde allí, comenzar el viaje rumbo a la costa.
Ese fue nuestro caso. Llegamos en carro a la capital y seguiremos en carro. De hecho, es muy buena opción alquilar uno de estos vehículos para visitar sin afanes todas las playas y demás atractivos del camino (aunque también se puede en transporte público).
Nos espera un recorrido largo y pesado, pues la carretera es una sola curva interminable; una culebra sin cabeza ni cola, en medio de una sierra espesa y brumosa. Seis horas más tarde llegamos, por fin, a Puerto Escondido, punto de partida para esta aventura por la costa oaxaqueña. Llegamos a las 11 de la noche.
Pero, antes de partir para la costa, vale la pena dedicarle mínimo dos días (ojalá tres o más) a la ciudad capital, bella y gloriosa, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1987. Cargada de historia, de coloridas casonas con fachadas coloniales, de iglesias, mercados populares, arte y cultura.
Oaxaca es la cuna del mezcal, bebida ancestral extraída de la planta de maguey, parecida al tequila pero mucho más artesanal y, sobre todo, más íntima. El poderoso mezcal de Oaxaca se bebe a sorbitos, se besa, y cuando el trago entra al cuerpo se siente hasta en el alma. Y que ojalá suenen las rancheras y corridos de la grandiosa cantante Lila Downs, que también es de Oaxaca.
Tenemos muy poco tiempo en la ciudad, pues la misión es descubrir la costa. Apenas alcanzamos a conocer dos mercados de artesanías donde se consiguen chiles y chocolates, comida tradicional, mezcales artesanales (a muy buenos precios) y los coloridos huipiles y vestidos típicos que lucen con orgullo las oaxaqueñas en las calles y que aquí les venden a los turistas.
Caminamos por el centro histórico, visitamos varias iglesias y plazas y nos íbamos poniendo mágicos en la mezcalería El Cortijo. Porque el mezcal no emborracha: te pone mágico, dicen aquí. Y al otro día fuimos temprano a la zona arqueológica de Monte Albán y caminamos en medio de esas pirámides milenarias que fueron hogar del legendario y guerrero pueblo zapoteca.
Y también visitamos el taller de alebrijes del maestro David Hernández, esas artesanías talladas en madera y pintadas con colores rechinantes y con diversos trazos geométricos. Dragones, gatos, pavos, toros, gallos y otras criaturas.
Nos despedimos con nostalgia, con una certeza y una promesa: lo mejor de México vibra en esta ciudad. Y hay que regresar y dedicarle todo el tiempo que se merece.
El poderoso mezcal de Oaxaca se bebe a sorbitos, se besa, y cuando el trago entra al cuerpo se siente hasta en el alma

La playa Zicatela, en Puerto Escondido, es una de las mejores del mundo para la práctica del surf.
Turismo Oaxaca.
Nos levantamos temprano después del viaje de seis horas desde la capital y al frente del hotel está la playa Zicatela, dueña de unas olas bravas y altísimas, verdaderas paredes de cristal por donde se deslizan surfistas de todo el mundo. Este es un pueblo de surfistas. Y el plan es ese: verlos desafiando una de las olas más famosas olas del mundo para la práctica de este deporte.
Contemplar y nada más. Sería una imprudencia meterse al mar. Para eso hay otras playas de aguas tranquilas: Puerto Angelito, Manzanillo y Carrizalillo; en esta última terminamos contemplando el atardecer: una bola de fuego fundiéndose sobre el Pacífico mexicano. Las playas tienen palapas (casetas de madera) donde sirven cerveza, pescados y calamares fritos.
Hay varios planes en Puerto Escondido, pueblo de pescadores que se empezó a volver famoso en los años 70, cuando llegaron los primeros viajeros; sobre todo hippies y aventureros.
Hay que recorrer las bahías y playas en una lancha y ver tortugas y delfines en el mar. Tomar una clase o un curso de surf. Visitar una mezcalería y un cultivo de café, que también es muy bueno aunque no tanto como el colombiano. Caminar por las calles de La Rinconada, repleta de cafés y restaurantes donde preparan lo mejor de la comida local y de la cocina internacional.
Recomendado el Almoraduz (mexicano) sugerido en el 2017 por el New York Times como uno de los mejores restaurantes del mundo. El café debe ser en El Cafecito. Y hay que ir al Espadín, ubicado en la terraza del restaurante del hotel Villas Carrizalillo, en la cima de un acantilado y dueño de una de las mejores vistas de las bahías de Puerto Escondido y de este rincón del Pacífico.
Otro plan es ir a liberar tortugas recién nacidas en la bahía Bacocho. Los voluntarios de la fundación Vivemar recogen los huevos para que no se los coman ni los pájaros ni los pobladores, y los entierran. Y cuando rompen la cáscara, entregan las tortuguitas en una totuma y los viajeros las descargan en la arena y ellas avanzan hacia el mar.
También vale la pena ir a la laguna de Manialtepec a contemplar el plancton bioluminiscente: esos microorganismos que pintan de luces el agua en las noches. Pero hay que corroborar que la noche sea oscura y la luna no esté plena; de lo contrario no se verá nada. Igual, ir de día será una gran experiencia: el agua, los manglares, los pájaros. Es un paraíso de biodiversidad.
“Nuestros hoteles no son todo incluido. Aquí invitamos a la gente a que salga a disfrutar de todo lo que tenemos en Puerto Escondido”, dice Austreberto Garfias, gerente del hotel Surf Olas Altas; anfitrión generoso, y ofrece un brindis con mezcal.
De Puerto Escondido salimos rumbo a Mazunte, ubicado a 69 kilómetros de distancia. Otro pueblito de pescadores, sencillo, sin muchas pretensiones ni mayor infraestructura. Y ese es su encanto: la vida sencilla y tranquila.
Mazunte se llama así en honor a un cangrejo azul que abundaba en la zona y que era conocido así por los abuelos. Y fue conocido por ser un santuario de las tortugas marinas, aunque en una época explotaron de ellas: de sus huevos, de su carne. De hecho, cuentan allí, en la década de los 70 había matadero y todo.
Pero la especie se vio amenazada y, entonces, decidieron respetarla, conservarla y convertirla en un atractivo ecoturístico. Y hoy se le rinde culto en el Centro Mexicano de la Tortuga.
Mazunte ostenta de una bellísima playa de un kilómetro de extensión, donde reina un ambiente relajado y muy hippie.
Hay bares, hostales para mochileros y tiendas de recuerdos donde llaman la atención los cosméticos naturales elaborados por las mujeres del pueblo.
También hay hoteles boutique y spa empotrados en el acantilado como Zoa y Casa de Miel, con una vista privilegiada del Pacífico. Si no les alcanza el presupuesto para dormir allí, al menos pasen y tómense una cerveza. La vista es realmente hermosa.
El atardecer en Mazunte hay que verlo en Punta Cometa (o Cerro Sagrado), la montaña más alta de la región.
A solo 10 minutos de Mazunte, en la ruta hacia Huatulco, se llega a un lugar al que hay que llegar sin prejuicios y, preferiblemente, sin ropa: Zipolite. Es una playa nudista certificada como tal por el Gobierno mexicano y reconocida mundialmente.
Los cuerpos libres disfrutan de la playa, aunque con precaución porque el mar es abierto y las olas rompen con fuerza.

Zipolite es la playa nudista de la costa de Oaxaca.
Turismo Oaxaca.
La mayoría de los hoteles y establecimientos de Zipolite funcionan bajo la filosofía del nudismo y son amigables con las parejas del mismo sexo
La mayoría de los hoteles y establecimientos funcionan bajo la filosofía del nudismo y son amigables con las parejas del mismo sexo. Cada año, en febrero, allí se celebra el Festival Nudista, que reúne a viajeros de todo el mundo en un relajado ambiente musical y cultural.
En esta playa se grabaron varias de las escenas de la película ‘Y tu mamá también’, dirigida por Alfonso Cuarón y protagonizada por los mexicanos Gael García y Diego Luna, y por la española Maribel Verdú.
Huatulco es la joya de la corona de la Costa de Oaxaca. Es un mundo ideal. Perfecto. Una ciudad de avenidas amplias y sin tráfico, siempre mirando al mar, en medio de un Parque Nacional Natural.
Son sus parques, malecones y senderos para hacer ejercicio. Son sus montañas, ríos y cascadas. Pero tanta belleza no es casualidad. Huatulco es un Centro Integralmente Planeado (CIP), que como lo sugiere su nombre, fue diseñado por el Fondo Nacional de Fomento al Turismo (Fonatura) como un destino turístico sobre un sencillo pueblo de pescadores. Así como Cancún, Los Cabos o Ixtapa - Zihuatanejo.
Por eso se explica que sea el lugar, de toda la costa, que concentra la mejor infraestructura turística y la más variada y sofisticada oferta hotelera: 150 hoteles de todas las categorías y 5.000 habitaciones. Pero no solo eso: es un destino que se esfuerza por la sostenibilidad y porque su impacto en los ecosistemas sea mínimo.
No en vano, cuenta con la certificación Earthcheck, que reciben los destinos verdes como Huatulco. Algunos datos: el 95 por ciento del agua utilizada por la comunidad es reciclada o proveniente de agua-lluvia, y tres de sus playas cuentan con el distintivo Blue Flag, por su sistema de gestión ambiental.
Y aunque la mayoría de hoteles tiene acceso a la playa y en la ciudad hay varias playas públicas, hay que dar un recorrido por sus nueve bahías. Vamos en una lancha amplia y cómoda, y el guía señala una de las playas más famosas: La Entrega.
Se llama así porque allí ocurrió una traición patria. El héroe nacional mexicano Vicente Guerrero fue invitado por el marino italiano Francisco Picaluga para hacerle unas ‘atenciones’ . Pero era una trampa. Allí lo entregó al Ejército, que lo buscaba, y días después fue fusilado.
El paseo por las bahías permite bajarse de la lancha y disfrutar de las playas, todas limpias, de arena suave y doradas, solitarias y custodiadas por un paisaje agreste de montañas verdes y acantilados filosos. También se puede bucear o practiar esnórquel para conocer las otras maravillas que la costa de Oaxaca esconde bajo el agua.
“Huatulco no solo es su belleza. Lo que más nos llena de orgullo es que somos un destino que ha sabido desarrollarse cuidando la naturaleza”, dice Hugo Giacomo Buila, presidente de la Asociación de Hoteles de Huatulco, Mazunte y Zipolite, y gerente del hotel Villa Blanca.
Y destaca las virtudes de la costa de Oaxaca: es mucho más barato que otros destinos mexicanos. “Para darte un ejemplo: una excursión en catamarán, en Cancún, te cuesta 110 dólares. Aquí, la misma excursión, con los mismos servicios y el mismo catamarán, cuesta 30 dólares. Y así”, dice Hugo, y sugiere ir al centro del pueblo donde quedan los bares, restaurantes y mercados artesanales, donde todo es lindo, divertido o sabroso y muy barato.
¿Necesitamos más razones para poner a Oaxaca en nuestro radar viajero?
En Puerto Escondido vale la pena alojarse en el hotel Surf Olas Altas, frente a la playa Zicatela. Sus precios son muy favorables: www.surfolasaltas.com.mx/
En Huatulco, el hotel Camino Real Zaashila, es todo un clásico. Su arquitectura, inspirada en el Mediterráneo, contrasta con la playa y con una piscina gigante.
www.caminoreal.com
También en Huatulco se destaca el Villa Blanca, ubicado en el centro de la ciudad y cerca de las playas principales. Un hotel de cuatro estrellas con atenciones de lujo y precios muy favorables. www.hotelesvillablanca.com/
Aeroméxico ofrece tres vuelos diarios entre Bogotá y Ciudad de México, y un vuelo diario que sale desde Medellín. También vuela a la ciudad de Oaxaca y a Huatulco.
La agencia Pascón Travel ofrece recorridos en Puerto Escondido y en toda la costa de Oaxaca. http://pascontravel.com/
Más información sobre el destino, en www.sectur.oaxaca.gob.mx/
JOSÉ ALBERTO MOJICA PATIÑO
ENVIADO ESPECIAL DE VIAJAR*
@JoseaMojicaP
*Invitación del Consejo de Promoción Turística de México y de Turismo Oaxaca.