Las ventanas del carro están abajo. El viento cálido huele a café tostado y abraza a los tres viajeros a bordo. Es un lindo día en Quindío: el sol ilumina los verdes que se extienden hacia ambos lados de la carretera que conecta a Armenia con Montenegro. Los mejores cafetos de granos rojos y abundantes no se ven ahora mismo. Están en el corazón del campo, rodeados por plataneras y guamos, alimentándose con minerales y sustratos de la tierra.
Así empieza este recorrido por el departamento conocido como el ‘mar verde’ de Colombia. Basta ver los guaduales, los cafetales y la cordillera Central extendida en el horizonte para entender la alusión. La marca de identidad de esta región es, sin duda, el café: hilo conductor de su cultura, su gastronomía, sus productos y su economía. Es la bebida por la que el mundo identifica al país. Está en nuestro ADN, tomemos o no un tinto en la mañana. En esto pienso mientras veo pasar las casas de colores enclavadas en la tupida vegetación.
Reposo y caféLa calma gobierna Filandia. Es mediodía y los paisanos descansan en las bancas de la plaza central del pueblo. Turistas nacionales y extranjeros caminan sin afanes, se hacen fotos con los yipaos (esos jeeps que ganaron identidad regional cuando reemplazaron a las mulas en el trabajo del arriero) y con la iglesia de la Inmaculada Concepción de fondo. Tiendas, restaurantes, bares y cafés rodean la plaza. Quioscos alineados a lo largo de las cuadras ofrecen jugos naturales, ensaladas de frutas y salpicones. Es un lugar hecho a mano: cada detalle –los balcones en las casas de arquitectura antioqueña, los colores vivos, el calado en las ventanas de madera– parece calculado. No en vano es uno de los municipios más visitados de Quindío, certificado como destino turístico sostenible.
En una de las esquinas está el restaurante José Fernando. Fue una casa cural hace 120 años y hoy, pertenece a Claudia Cardona y a su esposo, Eucardo Herrera. Es un espacio de 1.300 metros construidos, cuatro pisos, 32 balcones y ventanas y una entrada preciosa: unas escaleras llevan al segundo piso, adornadas con plantas naturales, un enorme candelabro y murales en la pared. Claudia y Eucardo invirtieron años en la acomodación del lugar y su atención estuvo en los detalles: “Este es nuestro proyecto estrella. Tuvimos asesoría en la carta, en los jardines, arquitectura, iluminación”, dice Claudia.
“Este es nuestro proyecto estrella. Tuvimos asesoría en la carta, en los jardines, arquitectura, iluminación”, dice Claudia.
Filandia es un pueblo de campesinos y el nombre de este local hace honor a José Fernando, un arriero, trabajador de finca y minifundista. Sobre la mesa hay una canilla de cerdo toteada, un encocado de camarones y una cola de res endiablada. Además, tres bebidas con frutas. Los viajeros se animan a comer todo lo que está en el plato. La textura de la comida y el sabor hacen que el restaurante sea altamente recomendable.
La carta fue diseñada por el chef Jorge Enrique Cárdenas, después de una investigación de seis meses sobre gastronomía colombiana. “Él plasmó su amor por la cocina y su conocimiento. Así nació el menú”, explica Claudia. En solo un año y ocho meses de funcionamiento, el restaurante ganó el premio La Barra a la mejor nueva cocina colombiana del Eje Cafetero y es un punto de interés para los turistas que visitan Filandia.
En cada salón hay un cielo raso distinto. En las paredes hay fragmentos de la reserva de Bremen ubicada en Filandia: murales con monos aulladores, yarumos, helechos y enredaderas. Durante tres años y medio, Claudia y Eucardo supervisaron la construcción del lugar que hoy es la apuesta gastronómica para visitantes nacionales y extranjeros, pero sobre todo para apasionados por la cocina colombiana.
Satisfechos, los viajeros salen del restaurante a tomar tinto en un local junto a la iglesia: Coffee Shop, la Tienda de los Mecatos. El sol calienta la plaza de Filandia, pero el local se mantiene fresco. Arequipe, galletas, pachitos (dulces de leche con coco y café) y suvenires como cachuchas, llaveros y camisetas están a lo largo de la góndola de exhibición. Vale la pena quedarse un rato. Probar el café, ver la gente pasar.
Atreverse con una galleta, tomar un vaso de agua y conectarse con el ritmo tranquilo del pueblo. Después, caminar por la calle del tiempo detenido hasta el mirador y ver cómo cae el sol sobre el horizonte montañoso. Sin muchas ganas, despedirse del pueblo.
La experiencia de Coffee Shop, la Tienda de los Mecatos, se completa con el Coffe tour por la fábrica de producción en el kilómetro 6 vía El Edén, Armenia, a 1 hora y 15 minutos de Filandia. Se trata de la primera fábrica que tuvo la pareja de esposos Luis Olmedo Gallo y Estela Capuzano, fundadores de la empresa. Además de la finca que produce parte del café que usan como materia prima para los dulces, hay mesas y sillas disponibles para los visitantes.
“El café siempre ha estado en nosotros. Soy de Armenia, mi papá tenía finca cafetera. Es parte de la región, del país”, dice Estela. Este negocio familiar nació hace más de 20 años. Al principio, solo hacían dulce de leche, hoy tienen cinco líneas: café tostado, dulces de leche, pastelería, confitería y chocolatería en 13 puntos de venta.
El tour hace un recorrido de la mata a la mesa. Nora Avello –30 años, conocedora de café– empezó a visitar la empresa desde los 9 años. Actualmente, es jefe de producción y, por hoy, guía. Desde el cafetal, luego de hablar del germinado, de las chapolas (cafetos recién nacidos) y el trasplante, dice que en Colombia tenemos la suerte de recolectar todo el año gracias al clima. El proceso es artesanal: “Aquí despulpamos el café, le dejamos el mucílago y secamos los granos”.
El recorrido termina con una demostración de barismo. Bryan Cifuentes prepara un café frío y lo ofrece con cerezas de café.
En Quindío hay más de 640 especies de aves. Los trinos ambientan este despertar en el hotel Las Camelias, en Montenegro. Las familias, con niños la mayoría, buscan desayuno en el restaurante Camelia Real. Luego se repartirán en las 10 hectáreas de alojamiento: en las piscinas, en la pista de karts, en el campo de minigolf, en la zona de juegos o en los cafetales.
Los tres viajeros salen hacia la vereda Callelarga, en el municipio de Calarcá. En la entrada del Parque Recuca hay un yipao, una fachada de arquitectura de colonización antioqueña y, al fondo, un hermoso cafetal alimentado con zapotes y flores. La narrativa del parque está alimentada por trabajadores vestidos de arrieros y chapoleras.
Luis Orozco Jaramillo se sienta a la mesa y habla del origen de Recuca. Dice que hace más de 20 años, con su hermana Isabel empezaron a traer turismo a su finca de café, “pero vino el terremoto y todo lo tiró al suelo”. Sin embargo, aprovechando que ya había empezado el Parque del Café –“jalonador del turismo”, dice–, reconstruyeron. Años después de ideas e innovaciones, los turistas hoy experimentan la vida rural.
El recorrido empieza con una chaqueta, “una bebida caliente que les da energía”, explica Lucho, y sigue con una inmersión en el cultivo. Eloin Castañeda hace las veces de guía y arriero, explica que Quindío es el décimo productor de café a nivel nacional. Señala los cafetos; habla de las temibles broca y roya, enfermedades que acaban con las semillas y la planta, y no puede esconder el orgullo que siente por sus tradiciones.
Después de la caminata llega la fiesta. Los viajeros se ponen trajes típicos y aprenden a bailar el reguetón de los arrieros o ‘Tiringuis tinguis’. Es una actividad que une a la familia con el poder de la burla y la música. Más adelante, Eloin los lleva al cafetal para que hagan las veces de recolectores o chapoleras y recojan los granos rojos y maduros. Luego se separa la cáscara de las semillas. Los granos se dejan al sol. Al final, un espectáculo rinde homenaje a los yipaos, con casas, tradiciones y personajes de la región.
Ángela Sanabria es barista de la finca La Morelia. Esta mañana de sol intenso acompaña a los viajeros en un recorrido por este terreno y habla de lo que sabe: que en el año 300 después de Cristo un pastor en Yemen probó el café. Que en 1800 llegó a Colombia, y a la región, en 1870. Que esta finca produce café de exportación y que, como estamos entre semana, es posible ver el proceso. Con suerte, los visitantes ven algún recolector. Pueden entrar en la fábrica y ver a los trabajadores en acción: ver cómo se tuesta el café para entender que la precisión en temperatura y tiempo son determinantes en el sabor de una taza. Pueden descubrir que existe un experto catador que separa los tipos de café, con su paladar determina cuál es amargo y cuál de calidad.
Al final del recorrido, Ángela lidera una cata. Dispone tres tipos de café molido en tazas distintas y pide a los participantes oler cada una. ¿Qué sienten?, pregunta. Unos responden banano, café. Otros dicen que recuerdan el café que preparaban sus tías y abuelas. Alguien dice que la última taza huele a ceniza. No hay respuestas falsas ni verdaderas, dice Ángela. Es, más bien, un ejercicio para demostrar la variedad de granos y procesos de tostión, así como para conectar con la memoria olfativa y lo que representa el café en la vida de cada uno.
Diversión y cultura
Montaña rusa parque del café
Hector Fabio Zamora
Es el último día del recorrido y luego de decir adiós a Las Camelias, el buen sol que acompaña a los viajeros sale de nuevo. A 5 minutos del hotel está la joya de la corona y el corazón de la región: el Parque del Café, 125 hectáreas que rinden tributo a la caficultura, apto para grandes y chicos. Faber Giraldo, jefe de comunicaciones del parque, cuenta que “está inmerso en el paisaje. Coexiste con el entorno e integra a la naturaleza con las animaciones mecánicas”. El parque nació hace 24 años y se convirtió en el motor que impulsa el turismo en Quindío. Tiene 27 atracciones mecánicas y culturales, recibe cada año a un millón de personas y ha logrado colarse entre los 10 mejores de América Latina, según la Asociación Internacional de Parques de Diversiones.
Con este preámbulo y muchas expectativas, los viajeros arrancan. A través de cuatro salas, el Museo del Café explica de manera lúdica e interactiva la historia del grano, la biodiversidad de la zona cafetera. También, explica que las casas tienen forma de 7 para alejar a los malos espíritus; que eran espaciosas porque las familias eran numerosas.
En el parque hay una réplica a escala de los pueblos cafeteros. Iglesia, yipao y casas de colores adornan el ambiente trazado por los teleféricos, que pueden transportar a 2.500 personas. Restaurantes de comida rápida, típica y uno más gourmet son las opciones gastronómicas. Además de las construcciones, en donde también hay tiendas de regalos y puntos de hidratación, está el verde: guaduales, cafetos y demás plantas crean una conexión entre visitantes y naturaleza, convirtiendo a este parque en un lugar muy especial.
Para los adictos a la adrenalina, Krater es la mejor atracción. Tiene una caída vertiginosa que invita a subirse una y otra vez. El Yippe es para quienes se divierten con la velocidad. También hay un espacio dedicado a los más pequeños y atracciones con menos adrenalina.
El show del café es el espectáculo que más emociones despierta. Una muestra de folclor y un homenaje al país, a los frutos de la tierra y a la cultura campesina. Hernán ‘Nacho’ Molina es el director, que continúa el legado de su creador, Jorge Hernán Caro. “Durante 15 años hemos viajado por Colombia y hemos estado en España y en Estados Unidos”, dice. Pero la fuerza del baile y la música se queda en Colombia, con el curralao, guabina, bambuco y cumbia. Los viajeros deben seguir, pero no sin antes despedirse de la generosidad de Quindío y dejando abierta, como siempre, la posibilidad de regresar.
Prefiera el hotel Las Camelias para el hospedaje. www.camelias.com.co.
Puede comprar las entradas para el Parque del Café en taquilla o con su agente de viajes. www.parquedelcafe.co
Es conveniente recorrer la finca La Morelia entre semana. www.cafelamorelia.com
Para saber más sobre Coffee Shop, la Tienda de los Mecatos, visite latiendadelosmecatos.com
Información de entradas a Recuca en www.recuca.com
Visite el restaurante José Fernando en Filandia. Tel. 315 582 6815.

Restaurante Recuca
Hector Fabio Zamora
El almuerzo en Recuca es el mismo todos los días: una badeja típica con fríjoles, cerdo, maduro, arroz, carne molida, chorizo, huevo y mazamorra. La sobremesa es bogadera, aguapanela con limón y canela. De acuerdo con Lucho, el fundador del parque, los arrieros necesitaban esa carga calórica para sus actividades diarias. Hace parte de la experiencia rural probar lo que tradicionalmente comían los campesinos en sus jornadas de trabajo.
Comida y naturalezaEs normal en la región cafetera ver varias especies de aves a diario. El departamento es casa de más de 640 especies y, por esto, un destino apetecido para aviturismo. Por otro lado, en el Parque del Café es común ver guatines salvajes, un tipo de roedor.
NATALIA NOGUERA ÁLVAREZ
@natanogueraa
*Invitación del Parque del Café, Recuca, Restaurante José Fernando Finca La Morelia, Coffee Shop - La Tienda de los Mecatos y Hotel Las Camelias.
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