Aunque Bogotá se vista de Navidad desde finales de noviembre, yo sigo la tradición de mi casa: armar el árbol y el pesebre el 8 de diciembre. Ese sábado, mientras sacaba de la caja a los Reyes Magos con sus regalos, al pastor con su oveja, a la Virgen con su dulce expresión, a san José con su bastón y al Niño Jesús en su cuna de paja (sí, ya lo puse), era imposible no recordar el viaje a Belén que hice hace unos meses.
Sin duda, esta ciudad de Palestina es la capital de la Navidad para los cristianos. ¡Cuántos villancicos la mencionan y cuántas veces la hemos recreado en nuestros pesebres, aún sin conocerla! Entonces, mientras estaba en Jerusalén (Israel) no podía dejar pasar la oportunidad de visitarla, pues queda a solo 11 kilómetros de distancia.
Basta tomar el bus 231 en la Puerta de Damasco y casi 30 minutos después se está sobre Hebrón Road (el bus hace varias paradas), una agitada calle comercial de Belén, donde los taxis están atentos para llevar a los turistas al corazón de esta ciudad: la plaza del Pesebre.
Lo primero que escucho son unos cantos árabes que vienen del alminar o minarete de la mezquita de Omar, el templo musulmán más antiguo de la ciudad, construido en 1860. En el lado opuesto, la iglesia que atrae a los cristianos: la Basílica de la Natividad. Allí, dentro está el lugar donde nació Jesús. Da emoción solo pensarlo.
La iglesia fue levantada sobre una gruta en el siglo IV y fue reconstruida más tarde al estilo bizantino y ampliada en la época de las cruzadas
La edificación en realidad parece más la parte posterior de una fortaleza medieval, con su altos muros de piedra y sus mínimas ventanas.
Una pequeña puerta invita a pasar, pero se debe hacer bien agachado para no golpearse la cabeza. Se habla de dos razones para que sea así de chica: una, para evitar que hombres a caballo entraran en el templo; la otra tiene que ver con la forma como se habría de entrar a un lugar sagrado como este, con humildad, inclinado.
Lo cierto es que la puerta no tiene nada que ver con el amplio y majestuoso interior: una alta nave soportada por gruesas columnas de mármol rosáceo, con capitel corintio y frescos en la parte superior. En el medio cuelgan lámparas estilo bizantino hasta llegar al brillante altar de láminas plateadas y doradas.

Altar de la Basílica de la Natividad; debajo, la gruta del nacimiento.
Natalia Díaz Brochet / EL TIEMPO
Esta iglesia siempre está en obra de restauración, por lo que suele haber andamios. Se busca rescatar los hermosos mosaicos de la época de las cruzadas.
La iglesia fue levantada sobre una gruta en el siglo IV y fue reconstruida más tarde al estilo bizantino y ampliada en la época de las cruzadas. Hoy es un complejo de varias capillas donde conviven los griegos ortodoxos, los armenios y los cristianos.
No obstante la imponencia del altar, no sentí recogimiento. Tal vez porque en realidad se trata de una iglesia de los ‘primos’ ortodoxos griegos. Para llegar a la gruta de la Natividad, hay que bajar, otra vez por una pequeña puerta, por el costado derecho del altar.
Esta pequeña capilla sí sobrecoge a los peregrinos. Es como una cueva, que en nada se parece al bucólico pesebre ante el cual, por estos días, rezamos la novena con pastores, ovejas, lago y colinas.
En este punto, cabe recordar que María y José, según cuenta el evangelio de Lucas, debieron ir de Nazaret a Belén para cumplir con el empadronamiento o censo:
“Todos iban a inscribirse a su ciudad. También José, por ser de la estirpe y familia de David, subió desde Galilea, desde la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David que se llama Belén, para inscribirse con María, su esposa, que estaba encinta. Y aconteció que estando ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón”.
Ese lugar está marcado por una estrella de 14 puntas incrustada en un suelo de mármol, ante la cual los creyentes se arrodillan. La verdad, emociona.
Un par de metros a la derecha está la capilla del Pesebre: el lugar donde se habría instalado la Sagrada Familia con la mula, el buey y el ángel. Es una gruta, también en mármol.

Estrella de 14 puntas que marca el sitio en donde nació Jesús.
Natalia Díaz Brochet / EL TIEMPO
Vale la pena quedarse un rato en este lugar, cerrar los ojos e imaginarse la escena navideña. El recogimiento llega. Los villancicos que ahora cantamos cobran vida. Imposible no emocionarse.
Afortunadamente no había mucha gente, aunque era un domingo en la tarde, para poder quedarse y contemplar el lugar, con el mismo aire de la iglesia ortodoxa.
Una vez se sale por allí se pueden visitar las otras capillas, como la de Santa Catalina, donde el próximo lunes 24 de diciembre se hará la tradicional misa de gallo para celebrar el nacimiento del Niño Jesús.
Esta es una iglesia como las que estamos acostumbrados a ver; ese día estaba particularmente llena de rosas y claveles de colores pastel. Una pareja contraería matrimonio una par de horas más tarde.
Con esta sensación salí a recorrer las calles que suben luego de cruzar la plaza del Pesebre para conocer un poco de la vida de los habitantes de Belén.
NATALIA DÍAZ BROCHET
EL TIEMPO
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