Portada especial Gorgona

Gorgona, la condena y la libertad

Especial Gorgona Belleza y Libertad Escritorio

Son muchas las cadenas que ha tenido que arrastrar esta isla del Pacífico colombiano, proclamada Patrimonio de la Humanidad y uno de los sitios más bellos y exuberantes del país. Fue sede de una prisión y varias veces ha sido castigada por la violencia. Pero hoy está más libre que nunca. El turismo y la ciencia son sus salvadoras.

Gorgona: la condena y la libertad

Son muchas las cadenas que ha tenido que arrastrar esta isla del Pacífico colombiano, proclamada Patrimonio de la Humanidad. El ecoturismo y la exploración científica siguen siendo su única esperanza.

Siempre sabia y fecunda, Gorgona sabe lo que significa resistir. Sufre. Llora. Sangra y agoniza, pero revive y florece y se levanta como una fiera a recuperar lo que es suyo.

Son muchas las cadenas que le han colgado a esta isla del Pacífico colombiano. Y ella —condenada pero jamás resignada— las ha arrastrado todas y también ha sabido romperlas. Desde todos los tiempos, ha encontrado la manera de recuperar su libertad.

Un resumen de Gorgona dirá que la Unesco la proclamó Patrimonio de la Humanidad en 1984 y que un año después fue convertida en Parque Nacional Natural de Colombia. Que queda muy lejos, en el suroccidente del país, en territorios del municipio de Guapi, en el departamento de Cauca. Que es uno de los lugares más bellos y salvajes de Colombia. Que es todo un santuario de biodiversidad y conservación para Colombia y el mundo, y un templo —una catedral— para la investigación científica. Que desde el cielo tiene forma de ballena, con nueve kilómetros de longitud y dos de anchura, fundida en un abrazo eterno entre la selva y el mar.

Se dirán otros títulos de Gorgona, uno honroso y otro infame: que es la ‘isla ciencia de Colombia’ y también la ‘isla prisión de Colombia’, a donde llevaban a pudrirse a los peores criminales de este país.

El colonizador español Francisco Pizarro, cuando pasaba por allí en sus travesías hacia Perú, la llamó con ese nombre, Gorgona, al descubrir que sus soldados —tal vez cientos— cayeron tras el ataque insospechado de un ejército de culebras. Ese tal Pizarro —documentan los libros de historia— evocó a las gorgonas de la mitología griega, exactamente a Medusa, esa diosa y monstruo a la vez que en lugar de pelo tenía serpientes en la cabeza, prestas a atacar. Quisieron entrar a ver qué descubrían y usurpaban en esta isla que brota como un milagro en medio del mar infinito y que ya había servido de cuartel de piratas y bucaneros y que muchos siglos atrás (en el año 1300 a.C) fue habitada por una tribu precolombina y después por los indígenas sindaguas.

Se dirán otros títulos de Gorgona, uno honroso y otro infame: que es la ‘isla ciencia de Colombia’ y también la ‘isla prisión de Colombia’, a donde llevaban a pudrirse a los peores criminales de este país. Y que ha sido castigada por los horrores de una guerra que ha dejado, entre sus víctimas, a personas, pueblos y paraísos de naturaleza como Gorgona.

Pero hoy está más viva y libre que nunca.
Y todos debemos visitarla -y regalarnos un viaje grandioso e inolvidable- y protegerla para que no la condenen una vez más.

Desde el cielo, Gorgona tiene forma de ballena, con nueve kilómetros de longitud
y dos de anchura, fundida en un abrazo eterno entre la selva y el mar.

El 22 de noviembre del año 2014, un atentado del frente 29 de la entonces guerrilla de las Farc — en el que mataron al comandante de Policía de la isla, el teniente Jhon Álvaro Suárez Carvajal — sacó espantado al famoso empresario colombo-francés Jean Claude Bessudo. Y rompió el contrato que su empresa, Aviatur —la agencia de viajes más grande del país—, tenía con Parques Nacionales Naturales para la operación de los servicios turísticos de la isla.

Y se largó. Muy a su pesar. Porque Bessudo ama a Gorgona y asegura -con toda razón y conocimiento de Colombia- que es uno de sus lugares más hermosos.

“Luchamos mucho por convertirla en un destino de primer nivel, como se lo merece. Pero sin seguridad no se puede hacer turismo”, dice Bessudo, quien transformó a una isla en ruinas -después de funcionar como prisión- en un paraíso tropical. Su objetivo era convertirla en el principal centro de buceo de Suramérica, gracias a toda la belleza que ostenta su universo marino, que la ubica como el mejor lugar en aguas colombianas para esta práctica (y como uno de los mejores del continente).

Pero, tras el atentado, no tuvo otra opción que decir adiós. “Fue una noticia muy triste para mí y para todo el país”, sigue Bessudo y celebra que los vientos de paz de los últimos años, a propósito de los acuerdos de paz con las Farc, hayan soplado a favor de Gorgona y que hoy tenga sus puertas abiertas.

A lo lejos, Gorgona se ve como la silueta de una mujer acostada mirando hacia el cielo.

Más de dos años estuvo la isla cerrada al público, aunque siempre bajo la custodia de los valientes guardianes de Parques Nacionales.

Pocos estaban interesados en echarse encima un negocio tan incierto y que había sacado corriendo al empresario del turismo más importante de Colombia. Operar un destino tan lejano —a 35 kilómetros de la costa pacífica, por los lados de Nariño, y a 60 de Guapi— y con las complejidades propias de la selva —la humedad, la lluvia— resulta muy costoso. Y más, con toda esa mala fama que tenía: el escenario de una cárcel miserable y de una guerra todavía más miserable.

Pero Jhon Janio Álvarez, un vallecaucano nacido en El Darién, sintió un pálpito. Fue a Gorgona, la conoció, se enamoró de ella y decidió jugarse sus mejores cartas.

Jhon Janio Álvarez viene siendo como el Bessudo del Pacífico colombiano. Un hombre humilde pero con visión de empresario que ha tenido que aprender a hacer turismo en medio de las balas. De los pocos que le han apostado a hacer turismo en un lugar como Buenaventura (Valle del Cauca): una región que ha sido desgarrada por el conflicto armado y el narcotráfico, pero llena de sitios de exótica belleza natural como Ladrilleros y el Parque Nacional Natural Uramba — Bahía Málaga.
El próspero Jhon Janio cuenta que le han hecho varias propuestas indecentes en la vida y que no sabe cuál ha sido peor:
-Meterse de bandido.
-Meterse de político.
Pero lo suyo es el turismo, la defensa del territorio, cautivar al mundo con todas las riquezas de estas tierras y estos mares y selvas y ríos y esteros y cascadas y ballenas y tortugas y pájaros y playas y acantilados filosos donde el mar revienta con fiereza. Por eso, cuando supo de la licitación, se presentó y se la ganó con su agencia de viajes Destino Pacífico —enfocada en ecoturismo comunitario y que emplea a 54 personas, la mayoría, nativas— y se dispuso a levantar una isla —nuevamente— en ruinas. La selva se lo estaba tragando todo.

Hoy, feliz y orgulloso, Jhon Janio celebra haber ganado una apuesta que pudo haber sido un disparo en el pie. El año pasado, según Parques Nacionales, fueron 4.700 los visitantes nacionales y extranjeros que recibió la isla, y eso, con poca promoción. No son pocos los que creen que la isla sigue cerrada al público y hay quienes creen, incluso, que todavía es una cárcel.

Una mancha café arropa la superficie. Nos acercamos y son miles de
cormoranes que sobrevuelan el Pacífico, a ras, en su ritual de pesca.

“Es que no hay palabras para describir la belleza de Gorgona”, dice el hombre, de 52 años, convencido de que el turismo es la mejor opción —la única, corrige— para esos lugares tan lejanos, abandonados por el Estado y castigados por la violencia. Para proteger los territorios, blindarlos de los bandidos y generar empleo, desarrollo y esperanza en las comunidades.

“También hemos visto cómo los colombianos, tras el cese del conflicto armado, están teniendo el privilegio de conocer esos lugares a los que la guerra no les permitía llegar”, sigue Jhon Janio, quien en su proyecto también ha venido involucrando a Guapi, a sus tradiciones y culturas ancestrales vivas.

Para que los turistas no solo pasen por Guapi cuando vayan a Gorgona. Para que se queden y gocen de todo lo bueno y sabroso que este pueblo: del currulao, los alabaos y arrullos y de ese concierto de las marimbas de chonta que son el piano de la selva. De esa música grandiosa del Pacífico colombiano que fue proclamada, en diciembre del 2015, Patrimonio de la Humanidad. Y para que los turistas también se enamoren de las delicias de la cocina guapireña —basada en pescados y mariscos—, de sus fiestas y bailes tradicionales. Del viche, ese licor ancestral preparado con hierbas milenarias que entra a la garganta y se siente en el alma y que no emborracha a quien lo bebe: lo pone mágico.

El río Guapi, con sus aguas tranquilas y achocolatadas, se funde con el Pacífico unos pocos kilómetros después de iniciar el recorrido rumbo a Gorgona.

Gorgona también sirve de salacuna para el repoblamiento de peces y para la seguridad alimentaria de la región. Y pertenece a la Green List, ese prestigioso listado global que destaca a las áreas de conservación más importantes del mundo.

A lo lejos, una mancha café arropa la superficie. Nos acercamos y son miles de cormoranes que sobrevuelan el Pacífico, a ras, en su ritual de pesca. Los cormoranes son una especie migratoria y acuática —una de las tantas que llegan a este territorio— que tiene la capacidad de sumergirse hasta 10 metros bajo el mar para buscar su alimento. La lancha se detiene para que los pasajeros podamos contemplar semejante espectáculo natural —el primero de muchos— y para no espantar a los pájaros.

Tras hora y media de recorrido —que pueden ser más o menos, según la marea—, en medio de esa espesa bruma tan característica del Pacífico colombiano— se asoma Gorgona. Se ve como la silueta de una mujer acostada mirando hacia el cielo.

Y llegamos, después de recorrer 60 kilómetros desde Guapi. Desembarcamos y en la estación de Policía requisan nuestro equipaje. Los agentes de guardia nos recuerdan que está prohibido el ingreso y el consumo de bebidas alcohólicas.

Y no. No es que las serpientes estén en todo lado, a la vista o al acecho, pero se sabe que las hay. Es su hábitat, están en el bosque, entre la hojarasca. Por eso los recorridos deben ser guiados y hay que andar en botas de caucho para ir al monte.

No solo porque se trata de un área protegida y por las normas que les impiden a los visitantes hacer lo que se les dé la gana. El suero antiofídico tendría un efecto mínimo o cero efectivo en la sangre de un cuerpo alicorado en el caso de la mordedura de una serpiente venenosa.

Y no. No es que las serpientes estén en todo lado, a la vista o al acecho, pero se sabe que las hay. Es su hábitat, están en el bosque, entre la hojarasca. Ellas le dieron el nombre a la isla y son parte de su patrimonio. Pero hay que aclarar que no existen ataques documentados hace muchos años, básicamente porque los protocolos de seguridad y las instrucciones para los visitantes son muy estrictos.

Eso lo explica Pedro Acevedo, un funcionario de Parques Nacionales que lleva siete años viviendo y trabajando en este paraíso que es Gorgona.  Por eso —sigue— los recorridos por los senderos, por la jungla y por la antigua prisión deben ser acompañados por guías del parque. Y toca llevar botas de caucho que allí alquilan.

Poco a poco nos acercamos a esas rocas inmensas que parecen castillos o catedrales que brotan del mar —El Viudo, La Barca, El Horno— y donde descansan los piqueros de patas azules.

En la inducción, obligatoria para todos, Pedro aclara que el agua es potable y se puede tomar de la llave —la idea es llevar un recipiente tipo botilito y recargarlo— y que toca ir guardando la basura para llevársela de vuelta. Y advierte que solo habrá energía eléctrica hasta las 9 de la noche. A esa hora apagan la planta eléctrica, que truena como un taladro. La isla cuenta con una microcentral hidroeléctrica que es alimentada por las quebradas que nacen en su parte más alta, en el cerro la Trinidad (a 338 metros de altura) y que en invierno llegan a ser 75.

Corre el mes de abril del 2019 y hay un intenso verano, el caudal de las quebradas es un chorrito y por eso toca prender la planta. Igual, sea invierno o verano, las luces se apagan temprano para que todos descansen, después de la cena y tras una tertulia entre visitantes, guardaparques, policías y trabajadores de la concesión turística.

Queda claro que Gorgona no es un lugar para venir de fiesta. Y ni falta que hace, con toda la vida que aquí palpita. La fiesta, solita, se va armando en el espíritu. Este es un lugar para descansar y reconciliarse con la vida y con uno mismo. Para soñar.

Gorgona es una explosión de sonidos y arrullos. Sobre todo de chicharras pero también de pájaros, monos aulladores, grillos, ranas y de todas esas criaturas fantásticas de la selva. Gorgona nunca se calla, pero jamás hace bulla.

En el centro poblado quedan las cabañas para los visitantes,
dotadas para brindar una estadía tranquila y placentera.

El epicentro de la isla es el poblado, donde quedan las oficinas de Parques Nacionales y de Destino Pacífico, la cocina y dos comedores —uno para trabajadores y el otro para huéspedes— y una terraza de piso de madera con una vista privilegiada a ese mar cristalino que a veces se ve azul, y otras, verde esmeralda. La misma terraza desde donde se puede ver, en primera fila, el salto de las ballenas yubartas que vienen desde el Polo Sur a aparearse —a parir, también— en estas cálidas y profundas aguas del Pacífico colombiano entre los meses de junio y octubre.

Es como un pequeño pueblito feliz con una cancha de fútbol donde religiosamente, a las 5 de la tarde, se arma un partido entre guardaparques, policías, soldados, empleados y uno que otro turista. Y alrededor están las cabañas y casas para los huéspedes, sencillas pero dotadas con buenos colchones y con todo lo necesario para una estadía confortable. También hay casas de veraneo más sofisticadas. Eso sí, ninguna tiene televisión ni aire acondicionado y para acceder a internet hay que comprar un pin que vale dos mil pesos pero el servicio es muy regular.

Salimos con Jhon Janio Álvarez a hacer un recorrido por la isla. El capitán de la lancha es Leider Obregón, mejor conocido como Chepe. Un guapireño que se ha ganado la vida como agricultor y pescador y agradecido siempre con el turismo porque sin este trabajo no podría educar a  sus hijos ni levantar su casa. Poco a poco nos acercamos a esas rocas inmensas que parecen castillos o catedrales que brotan del mar —El Viudo, La Barca, El Horno— y donde descansan los piqueros de patas azules: coquetos, bailando y silbando, con su plumaje blanquísimo y sus patas del color del cielo. Una de las especies más llamativas de las islas Galápagos, en Ecuador, con colonia propia en Gorgona. En Colombia solo se ven en unos pocos lugares del Pacífico y se estima que aquí hay siete mil individuos. También hay piqueros de patas rojas, cafés y enmascarados, todos migratorios. El único que vive y se reproduce en la isla es el piquero de patas amarillas.

En Colombia, los piqueros de patas azules solo se ven en unos pocos
lugares del Pacífico. Se estima que aquí hay siete mil individuos.

Más tarde, Luis Fernando Payán, el biólogo del parque, hablará del patrimonio científico de esta isla de origen volcánico y de su relación con las islas Galápagos —el sitio más importante del mundo para la conservación y la investigación científicas y donde el naturalista inglés Charles Darwin desarrolló sus teorías sobre la evolución—, al pertenecer a la misma cadena montañosa. En pocas palabras, Gorgona viene siendo una pariente muy cercana y muy querida de Galápagos.

La lancha avanza hacia Gorgonilla, la hermanita menor de Gorgona, separada por el paso de La Tasca, de 400 metros. Un sitio sagrado al que solo acceden los funcionarios de Parques Nacionales y los científicos, que han encontrado allí importantísimos hallazgos. Como el de un grupo de investigadores —entre ellos Hermann Darío Bermúdez, geólogo de la Universidad Nacional de Colombia— que el año pasado logró evidenciar que una capa de piedritas, como diminutas canicas de cristal, fueron gotas de roca fundida que volaron varios miles de kilómetros hasta aquí tras el choque del meteorito que impactó en lo que hoy es la península de Yucatán (México), hace 66 millones de años, y que terminó con la era de los dinosaurios.

Por todo eso, y más, Gorgonilla es intocable. Sobra conformarse, a lo lejos, con postales como la Playa del Amor —la arena blanquísima, el agua verde esmeralda— y llamada así porque era el paraíso privado a donde se escapaba uno de los directores de la prisión cuando recibía visitas especiales.

Ya se ha dicho que Gorgona es un santuario para la ciencia, con una historia de investigación que comienza a principios del siglo pasado y que se reafirma con la declaratoria del área protegida en 1985. Eso lo explica el biólogo del parque, Luis Fernando Payán, y añade que existen más de 400 investigaciones sobre dos ecosistemas megadiversos de la isla como los arrecifes de coral y la selva húmeda tropical. Y también sobre sus especies —cientos, no existe el dato exacto— y entre las cuales hay varias aquí paridas. Entre las especies endémicas se cuentan el lagarto azul —tan azul que parece de caucho—; el pez de agua dulce (Trichomycterus Gorgona), el cangrejo pulmonado (Hypolobocera Gorgonensis); varios saltamontes e insectos, y un alacrán.

Gorgonilla es un islote vecino a Gorgona. Y es intocable. Solo pueden
entrar los científicos y guardaparques. Sus playas son las más hermosas.

“Me sorprende la capacidad de recuperación de sus ecosistemas, que fueron impactados muy fuertemente durante muchos años (en la época de la prisión arrasaron gran parte de la selva porque se cocinaba con leña). También me sorprende que a pesar de que existe mucho conocimiento sobre la isla y sus especies, siempre hay nuevos descubrimientos”, dice Payán, orgulloso de ese paraíso que tiene como oficina.

Gorgona también sirve de salacuna para el repoblamiento de peces y para la seguridad alimentaria de la región. Y pertenece a la Green List, ese prestigioso listado global que destaca a las áreas de conservación más importantes del mundo.

Ximena Zorrilla, la directora del parque,  destaca el modelo de turismo sostenible que se ha venido desarrollando en la isla, pues le apunta a la conservación. “Y este turismo es necesario, porque la gente no cuida ni quiere lo que no conoce”, dice ella, pero aclara que nunca se permitirá un turismo masivo. La capacidad de carga es limitada: máximo 180 personas y de esos, 45 son residentes (guardaparques, policías, trabajadores).

Vamos ahora rumbo a las playas en las que sí podemos desembarcar y disfrutar: Palmeras, Blanca, Yundigua, La Camaronera y Verde (la arena es: verde); todas hermosas también, solitarias y anchas como autopistas, de arena suave y blanca pero no blanquísima, pero nunca tan hermosas como la intocable Playa del Amor de la vecina Gorgonilla.

Los monos y demás especies no se espantan ante la presencia de los
visitantes por una sencilla razón: no conocen al hombre como una amenaza.

Ya está claro que Gorgona es el mejor sitio de Colombia y de Suramérica para bucear y eso lo tiene muy claro Fabio Dávila, un tolimense de 37 años —nacido en el Líbano— y quien hizo de Gorgona su hogar hace siete. Es el instructor de buceo. Y lleva a Gorgona en el alma y en la piel: en su brazo izquierdo tiene tatuada la imagen de esa diosa y monstruo a la vez con serpientes en la cabeza.

Un hombre con más de diez mil horas de inmersiones en santuarios para el buceo como Roatán, Costa Rica, Panamá, Malpelo y San Andrés y Providencia, pero que asegura que sus mejores momentos bajo el agua los ha pasado aquí. El tatuaje es un homenaje a esta isla que ama y donde vive solo, y de la que sale a descansar cada tres meses y a la que siempre querrá volver.

Fabio dirige la inmersión y lo que vemos allá abajo es un mundo fantástico: peces de todas las formas, tamaños y colores, pulpos, tortugas, estrellas de mar y un coral perfectamente conservado; no en vano es el mejor conservado del Pacífico colombiano.

No las pudimos ver —no es temporada—, pero estas aguas también son visitadas por las ballenas yubartas, por el tiburón ballena y por leones marinos. No los vimos, pero es común encontrarse con tiburones. “Pero los tiburones no atacan. Esas películas de Steven Spielberg nos jodieron a varias generaciones y les crearon una muy mala fama”, aclara y bromea Fabio.

Es el instructor de buceo. Y lleva a Gorgona en el alma y en la piel: en su brazo izquierdo tiene tatuada la imagen de esa diosa y monstruo a la vez con serpientes en la cabeza.

Al día siguiente vamos a las ruinas de esa prisión que fue instalada por órdenes del entonces presidente Alberto Lleras Camargo en 1960 y que fue clausurada 23 años después, gracias a las presiones de científicos, ambientalistas y defensores de derechos humanos como Cecilia Castillo de Robledo, amiga y confesora de los reclusos. Era la madre del senador Jorge Robledo y les enseñaba a los presos a hacer artesanías.

Torturas e infamias que no tienen nombre ocurrieron en esta prisión, conocida, entonces, como la ‘Alcatraz de Colombia’ y a donde llevaban a purgar sus penas a los delincuentes más peligrosos de la época, de los cuales, muchos murieron después de ser sometidos a castigos crueles o tras ser mordidos por las culebras o que se ahogaron en el mar mientras intentaban escapar de semejante infierno en el que convirtieron Gorgona. Eso lo cuentan los libros de historia y también un guapireño con un nombre muy bonito: Corazón de Jesús. El apellido es: Aguiño. Pero todos lo conocen como Colacho y es el funcionario más antiguo de Parques Nacionales en Gorgona.

Si Gorgona fuera una mujer, sería una princesa y también una guerrera. Una santa y una bruja.
Gorgona —ya se ha visto— es inmortal.

Llegó poco tiempo después de que cerraran la cárcel, que hoy parece el escenario de una película de terror: las celdas, los estrechos calabozos de castigo, el comedor, la cocina, los dormitorios. Pero la selva, fecunda y sabia, se lo ha venido tragando todo. La vida —los árboles, las raíces que devoran el concreto, la manigua— ha triunfado sobre la muerte.

“Gorgona es mi vida. Yo tengo 55 años y llevo más de 32 en la isla. Yo no sé qué voy a hacer cuando me jubile. Mi vida está en este lugar”, sigue Colacho y aclara que las ruinas de la prisión se conservan como un ejercicio para la memoria de este país más que como un atractivo para los turistas. Muy cerca está el cementerio de los presos, bautizado como El Chamizo, con 72 tumbas pero solo unas pocas tienen nombre. Solo unos pocos familiares de los reclusos muertos fueron a enterrarlos. Otro monumento miedoso.

Si Gorgona fuera una mujer, sería una princesa y también una guerrera. Una santa y una bruja.
Gorgona —ya se ha visto— es inmortal.

Siempre sabia y fecunda, Gorgona sabe lo que significa resistir. Sufre. Llora. Sangra y agoniza, pero revive y florece y se levanta como una fiera a recuperar lo que es suyo.
Son muchas las cadenas que le han colgado a esta isla del Pacífico colombiano. Y ella —condenada pero jamás resignada— las ha arrastrado todas y también ha sabido romperlas. Desde todos los tiempos, ha encontrado la manera de recuperar su libertad.
Un resumen de Gorgona dirá que la Unesco la proclamó Patrimonio de la Humanidad en 1984 y que un año después fue convertida en Parque Nacional Natural de Colombia. Que queda muy lejos, en el suroccidente del país, en territorios del municipio de Guapi, en el departamento de Cauca. Que es uno de los lugares más bellos y salvajes de Colombia. Que es todo un santuario de biodiversidad y conservación para Colombia y el mundo, y un templo —una catedral— para la investigación científica. Que desde el cielo tiene forma de ballena, con nueve kilómetros de longitud y dos de anchura, fundida en un abrazo eterno entre la selva y el mar.

La Rosa de los Vientos

Vea en acción a las especies de Gorgona

Navegue en las aguas de la isla y vea en, en su hábitat, a varias de las criaturas que allí habitan. Son tantas las especies que hay en Gorgona –mamíferos, anfibios, peces- que no existe un dato exacto de cuántas son. El lagarto azul es una de sus especies endémicas.

Mapa Gorgona

Ballena Jorobada

Cangrejos

Tiburón

Pelícano

Piqueros de patas azules

Tortuga

Mono aullador

Lagarto azul

Cantos del pacífico

La artista guapireña Marlén Obregón, quien representa a Gorgona en este especial multimedia, interpreta dos bellas canciones representativas del Pacífico colombiano.

Los viajeros pueden disfrutar de la cultura viva, de la música del Pacífico y demás tradiciones de Guapi.

Amanecer sobre el río Guapi.

Danzas tradicionales de Guapi.

El lagarto azul es una especie endémica de Gorgona.

La selva frondosa de Gorgona, bañada por un mar color esmeralda.

Basiluscus o lagarto lobo. Una de las tantas especies que se pueden apreciar en Gorgona.

Gorgona es el mejor sitio de Colombia para la práctica del buceo.
Tortugas, tiburones y una infinidad de peces hacen parte de este universo marino.

Gorgona tiene una importante colonia de pelícanos.

Créditos

Investigación y textos:
José Alberto Mojica Patiño
Videos y fotografías:
Juan Manuel Vargas
Locución:
Juliana Rojas
Ilustraciones:
Juan Soriano
Nilson Canasto
Diseño digital El Tiempo:
Sandra Rojas
Juan Manuel Ríos Reyes
Claudia Cuadrado León
Guapi (Cauca) - 2019.