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Vida

Una madre, un fuego, una luz

Martha Bejarano de Combariza y Leopoldo Combariza Díaz (Cartagena 1997)

Martha Bejarano de Combariza y Leopoldo Combariza Díaz (Cartagena 1997)

Foto:Archivo particular

En memoria de Martha Bejarano de Combariza.

Es la voz latina que origina la hermosa palabra hogar. Fuego. Que nos habla del calor y de la luz en torno a los cuales se reúne la vida y se conmemora la muerte. Casi siempre es la madre la que enciende, cuida y aviva ese fuego.
Con frecuencia esa madre es, ella misma, de manera literal y física, ese fuego. Estas palabras conmemoran a una de estas madres-fuego-luz. Mi madre. Un huso-columna-pivote de donde surgió el más profundo sentido del amor, de la bondad, de la dulzura, de la gracia y de la alegría de vivir.
Ese sentido dio lumbre y color a cada instante de quienes crecimos de ella o vivimos con ella. Incluso a quienes la conocieron por un corto tiempo. O simplemente a quienes se cruzaron con ella sólo un momento. Ese sentido dio vida, fuerza y belleza a todo lo que sembró, amó y cuidó: a su esposo y compañero de toda su vida, a sus hijos, a sus nietos, a sus plantas, a su canto de voz clara y entonada.
Ese sentido fue la raíz y la fuente de su generosidad sin límites, de su laboriosidad infatigable, de su amor apasionado por la música, el cine y la literatura, de su fino y fresco humor. De su fe profunda e inquebrantable.
El sentido y el carácter pleno de una existencia se perfila con sus contornos más luminosos en el destello final de la muerte. La fortaleza, dignidad y templanza sobrehumanas con la que mi madre vivió las últimas semanas de su existencia física completaron su legado vital invaluable.
Un legado semejante disipa buena parte de las tinieblas y horrores de la muerte, cuya obra escueta queda entonces reducida a ese instante en el que la vida del cuerpo material - contenedor de luz - proclama ante el universo la esencia de su fugacidad trascendente. Tuve el privilegio doloroso y a la vez sublime, en una especie de simetría del ciclo vital, de sostenerla en mis brazos en ese umbral de traspaso hacia la no vida.
“Toda felicidad es un milagro”, nos dice el sabio poeta François Cheng. Podríamos ampliar el arco de esa afirmación reveladora: “Toda vida es un milagro”. El aliento que impulsa y regula cada latido de lo vivo es un prodigio palpable. La luz que hace de cada ser una bujía única e irrepetible, viene de inmensidades y de tiempos de antes del tiempo, inaccesibles a nuestra comprensión. Y al cesar esa bujía, esa luz liberada prosigue su marcha hacia inmensidades y tiempos de después del tiempo.
El prodigio aumenta cuando la luz y el calor que emanan de una vida viva de un ser son de igual o mayor intensidad en el eco que queda después de su muerte. Es ese el prodigio que conmemoramos hoy a un año exacto de su partida. Y celebramos también ese otro prodigio: la luz de vidas como esta y la memoria del focaris - del hogar que nutrieron y cuidaron - contrastan y postergan la devastación del planeta convulso y martirizado, allí, en cada rincón de cada casa donde haya seres reunidos alrededor de un fuego como este que, en vida, se llamó Martha.
LEOPOLDO JAVIER COMBARIZA 
*Arquitecto y pintor, miembro fundador de El Colegio del Cuerpo
Para EL TIEMPO 
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