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Religión

Religiosidad y modernidad, un debate con puntos en común

Fue hasta la constitución de 1991 que se determinó que el Estado colombiano sería laico, pero ¿qué tan real es esto?

Fue hasta la constitución de 1991 que se determinó que el Estado colombiano sería laico, pero ¿qué tan real es esto?

Foto:Remo Casilli. EFE

¿Es válido que autoridades propongan recurrir a alguna creencia religiosa para prevenir el suicidio?

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Tras el suicidio de un joven de diecinueve años en la ciudad de Ibagué, la secretaria de Salud dijo que estos eventos se deben a la ausencia de Dios en los hogares ibaguereños. Para prevenir tales tragedias, la funcionaria sugirió crear grupos de apoyo compuestos por pastores y sacerdotes.
Si una secretaria de Salud propone que se recurra a alguna creencia religiosa como parte de un conjunto de medidas institucionales para combatir el suicidio, está violando el principio de laicidad.

Estado e Iglesia

Desde el siglo XIX, las naciones modernas se erigen sobre el ideal del laicismo, es decir, sobre la separación entre la Iglesia y el Estado. Según ese ideal, las iglesias no deben interferir en los asuntos estatales.
Ciertas corrientes políticas, especialmente las liberales y progresistas, suelen ser partidarias abiertas del laicismo. E incluso otras que no lo son ven con desconfianza la presencia de la religión en el Estado.
Quienes tildan a los creyentes de ‘brutos’, ‘borregos’ o ‘medievales’ contribuyen a perpetuar el círculo vicioso de violencia que ha marcado a la historia de Colombia.
En el caso de este país, así como en la mayoría de países de América Latina, la religión de la que estamos hablando es la católica. Es bien sabido que esta institución religiosa históricamente ha interferido en las políticas públicas y ha sido favorecida por el Estado. Por ejemplo, ciertos ritos católicos —como la celebración de la Semana Santa— suelen ser respaldados con recursos públicos.

El debate

La separación entre Estado e Iglesia se defiende a veces evocando las guerras de religiones, o la corrupción en las jerarquías eclesiales o los abusos de poder de parte de algunos miembros del clero cuando han tenido el amparo del Estado.
Un argumento más general resalta el deber del pluralismo, es decir, de que una democracia implica permitir la existencia de creencias diferentes en la población. Si el Estado está vinculado con una Iglesia en particular, lo más seguro es que esa religión se imponga, haciendo imposible que otras formas de pensamiento se desenvuelvan en condiciones de igualdad.
Por otro lado, hay quienes argumentan que todo Estado, incluso laico y liberal, está regido por principios que, en el fondo, son de tipo religioso. Esto último significa que ciertas nociones de lo sagrado, de lo trascendente o del sentido último —nociones fundamentalmente religiosas— están presentes en la definición de las políticas estatales modernas.

Si el Estado está vinculado con una Iglesia en particular, lo más seguro es que esa religión se imponga, haciendo imposible que otras formas de pensamiento se desenvuelvan en condiciones de igualdad

La carga de intolerancia

Tenemos también quienes creen que la presencia de las iglesias cristianas en el Estado es deseable y beneficiosa. Estas personas generalmente se identifican con el conservadurismo y son quienes más duramente suelen ser criticadas por los liberales. Los argumentos ya dichos en favor del laicismo pueden ser válidos, pero nada autoriza los comentarios agresivos y la violencia verbal en contra de la posición conservadora.
Quienes tildan a los creyentes de ‘brutos’, borregos’ o ‘medievales’ contribuyen a perpetuar el círculo vicioso de violencia que ha marcado la historia de Colombia hasta el presente. Sustentan sus críticas en el hecho de que la religión ha motivado guerras y represión violenta. Paradójicamente, la actitud y el lenguaje que usan indican que están dispuestas a recurrir a la violencia para expresar su punto de vista.
Por demás, estas personas apelan implícitamente a un evolucionismo (propio del siglo XVIII) según el cual la humanidad tiende a una transición desde la creencia religiosa hacia una racionalidad secularizada. Esta teoría desconoce la diversidad y complejidad sociocultural más allá de la modernidad liberal y se ha utilizado en un proceso de colonización (con los nefastos efectos que todos conocemos).

Los beneficios

Quienes tildan a los creyentes de ‘brutos’, ‘borregos’ o ‘medievales’ contribuyen a perpetuar el círculo vicioso de violencia que ha marcado a la historia de Colombia

No es necesario ser conservador, ni miembro de una iglesia, ni creyente para reconocer que las religiones o las religiosidades proveen sentido a la vida de los seres humanos y generan horizontes de acción, profundas emociones y fuertes motivaciones.
Lo anterior no quiere decir que el ser humano no pueda vivir sin las religiones institucionalizadas, y mucho menos que las iglesias, como la católica, deban estar por encima del Estado. De hecho, la Iglesia no es condición necesaria para la existencia de lo religioso. Esto último es una construcción social.
Las construcciones desinstitucionalizadas son muy diversas, en constante combinación y transformación, y se expresan en lenguajes seculares: no hablan de Dios, sino de la energía cósmica; no hablan de salvación, sino de salud holística; no hablan de ángeles, sino de elementales de la naturaleza; no hablan de santificación, sino de progreso personal. Que existe una relación positiva entre una mejor salud y las creencias religiosas.
Todas estas expresiones también son fuentes de sentido y pueden orientar y motivar a las personas en sus vidas cotidianas. Ellas proveen lo que se conoce, en sociología de la religión, con el término griego de nomos. Es decir, proveen las normas mediante las cuales las personas les dan sentido a sus vidas.
Y sí, quizás unas creencias religiosas pueden evitar el suicidio. Al menos esto es lo que muestra un estudio fundamental de Émile Durkheim, quien señaló la existencia de una correlación entre la ausencia de sentido y el suicidio.
Muchos otros estudios más recientes y desde disciplinas como la psicología, el trabajo social, la medicina, la enfermería o la salud pública han mostrado que existe una relación positiva entre una mejor salud y las creencias religiosas. No se sabe exactamente por qué ocurre esto, pero es un hecho estadístico que no deberíamos negar, por más liberales o laicistas que seamos.

La relación moderna

No ratifica esto la afirmación según la cual los problemas de la humanidad se deben a la ‘falta de Dios’. Esa afirmación tiene el problema de pretender, desde la ignorancia, que ciertas creencias religiosas son las mejores y se deben difundir e imponer a la población general.
El lado opuesto: negar rotundamente el papel positivo que puede jugar una creencia religiosa en la salud mental, la motivación o el bienestar general de una persona también es un error que surge de la ignorancia.
Ahora bien, es interesante que incluso en los sectores conservadores se produce un fenómeno muy reciente que ha sido identificado como el nacimiento de la ‘religión terapéutica’. Este fenómeno llama la atención puesto que en sociedades no modernas la religión no es algo a lo cual se recurre de acuerdo a un criterio pragmático y utilitario, como lo sería la solución de un problema de salud pública o la anomia en un sector poblacional.
En esas otras culturas, la religión simplemente se vive, es parte de la realidad, no se distingue del pensar y del sentir cotidianos. Allí ni siquiera hay una religión a la que nos acercamos o de la que nos alejamos, porque no hay una distinción entre la esfera religiosa y las demás esferas de la vida humana.
Por el contrario, en nuestra modernidad la religión se concibe como un dominio aparte, el cual posee elementos valiosos que podemos aprovechar. Hoy día lo que importa es si algo nos sirve para alcanzar ciertos fines, tales como aumentar el bienestar y la salud, maximizar el rendimiento o, en este caso, disminuir las tasas de suicidio.
Así, vemos que en el mismo discurso sobre la “falta de Dios” se habla de recurrir a otras técnicas como la psicoterapia o la educación en las escuelas. Este es un hecho inédito que nos parece importante y que nos permite ir más allá de la crítica antieclesial. Por ejemplo, nos permite criticar la supuesta incompatibilidad entre modernización y religión.
Hoy por hoy observamos que la creencia religiosa está al servicio de la modernidad y es un recurso que se ubica en la misma categoría que otras construcciones intelectuales como la psicología o el trabajo social.
Todo ello permite plantear, a manera de hipótesis, que la convergencia entre la modernidad tardía y los diversos elementos religiosos obedece a la emergencia de una ‘crisis de sentido’ y a la necesidad de enfrentarla.
Bajo esta lógica, la pregunta no es si Dios existe o si existen otros seres sagrados que lo han sucedido, o si las creencias de tipo religioso deben sustentarse en hechos comprobables empíricamente. La pregunta que ahora parece contar es si todo lo anterior es útil para lograr los objetivos que la modernidad nos impone como sociedad y como individuos.
JEAN PAUL SARRAZIN*
Razón Pública**
* Profesor de la Universidad de Antioquia, coordinador del grupo de investigación Religión, Cultura y Sociedad. Este artículo fue escrito en colaboración con los integrantes del semillero del mismo grupo, Mariana Mira Sarmiento, Yuliana Sánchez Loaiza y Juan Felipe Zuluaga Malagón.
** Razón Pública es un centro de pensamiento sin ánimo de lucro que pretende que los mejores analistas tengan más incidencia en la toma de decisiones en Colombia.
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