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Religión

De regreso a Roma, con el Papa a bordo

El enviado especial de este diario, José Alberto Mojica, con el sumo pontífice, cuando le entregaba un ejemplar de su biografía de Santa Laura.

El enviado especial de este diario, José Alberto Mojica, con el sumo pontífice, cuando le entregaba un ejemplar de su biografía de Santa Laura.

Foto:Archivo particular

El santo padre dijo que el problema con los corruptos es que no piden perdón.

Andrea Morante
En el vuelo 150 Bogotá-Roma. A Francisco se lo percibe agotado, caminando un poco inseguro, como el niño que aprende a dar sus primeros pasos y que en cualquier momento puede perder el equilibrio. Son 82 años.
Pero de repente recobra la vitalidad de un adolescente, y a los presentes se nos olvidan las agotadoras jornadas de cinco días, que concluyeron con un golpe accidental que le dejó al pontífice un ojo amoratado y una pequeña herida en la ceja del mismo lado.
Así se le vio cuando se desplegaron las cortinas de la parte trasera del avión, donde aguardábamos los reporteros para participar en la única rueda de prensa de su viaje a Colombia.
Eufórico de la entusiasta despedida que le dieron en Cartagena, una jornada que hubiera agobiado a hombres y mujeres más jóvenes y fuertes.
Pidió oraciones por las víctimas del terremoto en México y por quienes soportan los embates del huracán Irma.
Luego, habló, restándole importancia, del golpe que se dio con el cristal del papamóvil en Cartagena, que le dejó un hematoma en forma de media luna cerca del ojo izquierdo. “Me pusieron un ojo de compota”, dijo. Y soltamos una carcajada.
En primera fila, los dos periodistas colombianos que después de un sorteo entre los siete colegas nacionales nos ganamos el derecho a preguntarle. Y ahí, a escasos cincuenta centímetros de nosotros, estaba el santo padre, como si nada.
Vino mi turno:
Colombia ha sufrido mucho durante las últimas décadas por causa del conflicto armado y del narcotráfico. Pero la corrupción en la política nos ha hecho tanto daño como la misma guerra. Y aunque sabemos que esa corrupción siempre ha existido entre nuestra clase dirigente, se ha hecho más visible últimamente porque antes las noticias las ocupaba el conflicto con la guerrilla.

Es muy difícil ayudar a un corrupto, pero Dios puede hacerlo, y yo rezo por él

Me miró fijamente:
“Hacés una pregunta que yo me planteé muchas veces. Me lo planteé cuando en Argentina hubo un acto de abuso, maltrato y violación de unos chiquillos. Todos somos pecadores. Y el Señor ha venido y no se cansa de perdonar, si el pecador llega y pide perdón. El problema es que el corrupto no pide perdón. Vive en un estado de insensibilidad ante los valores. No es capaz de pedir perdón. Es muy difícil ayudar a un corrupto, pero Dios puede hacerlo, y yo rezo por él”.
Ya en Medellín, a propósito de sus acotaciones a las conductas de algunos miembros de la Iglesia, había dicho: “El diablo entra por el bolsillo, siempre”.
César Moreno, de Caracol Radio, le pidió sus impresiones tras cinco días en nuestro país y sobre cómo se imaginaba a Colombia en unos años, en el contexto de la polarización política y la división entre quienes apoyan el proceso de paz y quienes lo rechazan.
“Lo que más me ha impresionado de los colombianos es la multitud que nos saludaba en cada ciudad. Los padres y las madres que levantaban a sus hijos para que el Papa los bendijese, diciendo: esta es mi esperanza y mi futuro, en lo que creo, mi tesoro. Y eso me da esperanza de futuro para Colombia”.
Después, sonrió y dijo que le gustaría que ahora demos el segundo paso (el lema de su visita fue ‘Demos el primer paso’).
“La verdad es que me han conmovido la alegría, la ternura de la juventud y la nobleza del pueblo colombiano. Un pueblo noble que no teme expresarse como siente, ni de sentir ni de demostrar lo que siente. Esta es la tercera o cuarta vez que visitaba Colombia, no lo recuerdo bien, pero no conocía la Colombia profunda, la Colombia que se ve en las calles. Y agradezco el testimonio de alegría, de esperanza y paciencia en el sufrimiento de este pueblo que me ha ayudado tanto”, agregó.

Fueron 54 años de guerrilla, y en todo ese tiempo se acumulan mucho odio, mucho rencor, mucha alma enferma. Y el odio y el rencor son enfermedades del alma

Se refirió a la necesidad de sanar los odios tras la guerra y destacó el cese del fuego del Eln:
“Calculaba por los 60 años, pero fueron 54 años de guerrilla, y en todo ese tiempo se acumulan mucho odio, mucho rencor, mucha alma enferma. Y el odio y el rencor son enfermedades del alma. Y uno no es culpable de la enfermedad del alma. Es como el sarampión, que te viene. Estas guerrillas, que de verdad han cometido unos pecados feísimos, han provocado esta enfermedad del odio. Pero hay pasos que dan esperanza, como la negociación, el alto el fuego del Eln y yo agradezco mucho ese paso”.
***
Francisco también exaltó el anhelo de los colombianos por alcanzar la paz más allá de la política.
“Hay algo más he percibido y son las ganas de ir adelante en ese proceso, que van más allá de esas negociaciones que se están haciendo o que se deben hacer. Es una gana de esperanza y ahí está la gana del pueblo. El pueblo quiere respirar y debemos ayudarlo con la cercanía y la oración y, sobre todo, comprendiendo cuánto dolor hay dentro de tanta gente”.
Más adelante, habla de sus impresiones en Cartagena, de las desigualdades sociales y de los males que provocan el despilfarro y la ostentación:
“En Cartagena he empezado en una parte pobre de la ciudad, luego he ido a otra parte: a la turística: lujo, lujo, sin medidas morales. Y los que van allí no se dan cuenta”.
Francisco pareciera hablar de la Cartagena de ese selecto grupo de la sociedad local que vimos reunido en un glamuroso restaurante para ver al Papa dando el Ángelus desde la plaza de San Pedro Claver, mientras tomaban cocteles climatizados en el aire acondicionado. La misma Cartagena de esas señoras que empezaron a golpear con la mano los ventanales, reclamando a los periodistas que se apartaran porque les obstaculizaban la vista.
En otra respuesta ante la prensa, responsabilizó al cambio climático de los desastres naturales recientes y de las últimas épocas. Sin nombrar al santo, aludió al ‘milagro’:
“Quien niega el cambio climático debe ir a los científicos que hablan de un modo muy preciso”, dijo y pidió acciones para evitar que nuestro planeta se siga destruyendo.
El ‘santo’ no era más que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, quien ha negado rotundamente que los actuales desastres naturales con que el planeta se manifiesta, hoy por hoy, no tienen relación alguna con el calentamiento global.
“Cada uno de nosotros tiene una responsabilidad moral”. Y siguió: “Me viene a la cabeza una frase del Antiguo Testamento. El hombre es estúpido, un testarudo que no ve. Es el único animal que cae dos veces en la misma piedra. La soberbia, la suficiencia son dioses del dinero. Todo depende del dinero”.
Cuarenta minutos más tarde, el Papa da por terminada la rueda de prensa.
Se ve emocionado, aunque agotadísimo. No lo volvemos a ver. Y nosotros, tan agotados también, a más de 40.000 pies de altura, seguimos trabajando.
El Papa ha dado muchas noticias sobre Colombia y el mundo.
Francisco fue a Colombia a regalarnos con su sabiduría alentadora, a inspirarnos a no desfallecer nunca, a hacernos sentir como pueblo y a no dejarnos robar la esperanza.
El reto, ahora, es trascender tanta efusividad y atesorar el optimismo, a interiorizarlo, a levantarnos como sociedad para seguir adelante con otra conciencia.
Fue a repetirnos lo que nos habían dicho sus antecesores, que también visitaron nuestro país: el beato Pablo VI en 1968 y san Juan Pablo II en 1986: la lucha contra la inequidad social y por los derechos humanos, la urgencia de superar la violencia y el odio –“no pierdan la paz por la cizaña”, dijo en Medellín”–. La urgencia de mirar, escuchar y abrazar con el alma a los más pobres.
El reto, el sueño y la necesidad, ahora, es que todos esos mensajes tan profundos, tan llenos de humanidad y sentido común, no se los lleve el viento.
Que no olvidemos la semana en que Francisco fue a remover nuestras heridas con tanta misericordia.
El papa Francisco pidió orar por las víctimas del terremoto en México y las del huracán Irma.

El papa Francisco pidió orar por las víctimas del terremoto en México y las del huracán Irma.

Foto:EFE

Cinco días siguiendo los pasos del papa Francisco

La agenda del Papa en Colombia fue extenuante y acompañarlo en semejante travesía fue igual de exigente. Debíamos estar listos a las 4 o 5 de la mañana, subirnos al bus y luego a un avión; más tarde, a otro avión y a otro bus; caminamos, corrimos, y cumplimos con nuestras tareas periodísticas en medio de tantas noticias y tantos afanes propios del oficio.
Pero, si el Papa a sus ochenta años es capaz de soportar semejante trote, ¿por qué nosotros no? Una inspiración para recobrar las fuerzas. Ese hombre, el representante de Cristo en la Tierra, es un santo y un superhéroe.
***
“¿Qué fue lo que más me conmovió de estar tan cerca del Papa durante todos estos días?”.
Lo que más me conmovió fue comprobar de primera mano eso que el Papa tanto agradece de su paso por nuestro país: que somos un pueblo valiente que se levanta del desconsuelo y el dolor, que puede recobrar la esperanza y tiene la capacidad de soñar. Que valemos la pena como sociedad. Que no todo está perdido.
Porque Francisco fue a Colombia a rescatar todo lo bueno que tenemos en medio de tantas cosas malas que nos han hecho llorar y perder la fe. Eso: la fe. Una fe redescubierta y que sigue tan viva y flamante. Y que podemos –y deberíamos– luchar por conseguir la paz mucho más allá, mucho más alto, de los acuerdos con las Farc y de los intereses políticos.
Basta ver las redes sociales y comprobar que el Papa despertó un optimismo generalizado, entre creyentes y entre quienes no lo son. Basta ver los ojos de alegría, las lágrimas y el fervor de todas las personas que salieron a recibirlo a las calles, que pasaron la noche en los terrenos dispuestos para las misas y que soportaron la lluvia, el sol y hasta el hambre para poder verlo y escucharlo. Basta recordar y celebrar ese entusiasmo bogotano, esa misa tan llanera en Villavicencio, toda esa solemnidad en Medellín y la alegría tan cartagenera que tan bien recibió el Papa.
Y sí. La lluvia y el sol. Porque pueden ser simples casualidades o condiciones meteorológicas previsibles por el Ideam, o señales divinas o sobrenaturales. Porque pasó en Bogotá, en Villavicencio y en Medellín. Durante las horas previas se desataron tremendos aguaceros que aterraron a los responsables de la logística, pero no a los millones de fieles que siguieron tan firmes y tan empapados. Porque llovía y llovía y no paraba de llover. Pero apenas se acercaba Francisco, la lluvia se espantaba y el sol aparecía esplendoroso. Quedó claro que el Papa despierta la fe perdida y calma las aguas.
JOSÉ ALBERTO MOJICA PATIÑO
Enviado especial de EL TIEMPO
Andrea Morante
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