Dos religiosos colombianos –un obispo y un párroco–, que fueron asesinados en diferentes episodios de la historia política del país, ingresarán como beatos al santoral de la Iglesia católica.
Uno de ellos es monseñor Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, asesinado por el Eln el 2 de octubre de 1989, cuando se desempeñaba como obispo de Arauca.
Estaba en la vereda Santa Isabel de Panamá, en el municipio de Arauquita (Arauca), cuando los guerrilleros lo abordaron y reclamaron por sus supuestas buenas relaciones con los militares. Finalmente, lo mataron.
El otro es el padre Pedro María Ramírez Ramos, asesinado a machetazos en las revueltas posteriores al crimen del caudillo liberal Jorge Eliércer Gaitán, el 10 de abril de 1948. La turba lo acusó en ese momento de proteger a los conservadores. Después de su muerte, lo empezaron a llamar el ‘mártir de Armero’.
El Vaticano también aprobó las virtudes heroicas de monseñor Ismael Perdomo, arzobispo de Bogotá entre 1928 y 1950, lo que abre oficialmente su proceso hacia la santidad.
El anuncio lo hizo el viernes el mismo papa Francisco, desde el Vaticano, quien reconoció el martirio de los dos religiosos “por odio a la fe”.
Al ser considerados mártires, tanto Jaramillo como Ramírez serán beatificados sin necesidad de realizar el proceso establecido por la Congregación para la Causa de los Santos, que exige la comprobación de un milagro, que, por lo general, es la sanación de un enfermo sin explicación desde la ciencia.
Y aunque no es oficial, se prevé que la ceremonia de beatificación se realice durante la visita que el santo padre hará a Colombia, entre el 6 y el 10 de septiembre.
“El papa Francisco, mucho antes de venir a nuestro país, está dejando claro que el centro de su visita serán las víctimas del conflicto armado y, en general, las víctimas de todos los tipos de violencia”, señaló monseñor Pedro Mercado, presidente del Tribunal Eclesiástico de Colombia.
El prelado añadió que estas beatificaciones son una inspiración más para la misión que tiene la Iglesia católica colombiana de ayudar a las víctimas a encontrar sanación y reconciliación.
“Ellos colocaron en primer lugar el amor a Dios y a los hermanos, el celo pastoral por el pueblo que el Señor les había confiado, hasta el punto de entregar su vida, bien con el martirio, bien con un abnegado servicio sacerdotal”, señalaron el viernes, en un comunicado, el presidente y el vicepresidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Óscar Urbina y monseñor Ricardo Tobón, quienes además dijeron que elevaban plegarias para que, con la intercesión de Jaramillo y Ramírez, Colombia alcance la reconciliación y la paz.
El anuncio de la beatificación de monseñor Jaramillo se dio a conocer precisamente en la misma semana en la que el Eln conmemora 53 años de su fundación. Monseñor Jaime Muñoz Pedroza, obispo de Arauca, celebra –en el nombre de su pueblo– que Jaramillo avance en su camino a los altares, pero descarta que el inicio de ese proceso tenga que ver con el aniversario de esa guerrilla. “Es una coincidencia”, aclaró el obispo.
“En estas cosas no hay que creer en las casualidades. Pero sí es una coincidencia que justo ahora, cuando el país se está formulando tantas preguntas sobre el Eln, se venga a hablar de la beatificación de Jesús Emilio Jaramillo, quien fue una víctima directa de ellos”, señala Javier Darío Restrepo, periodista especialista en temas religiosos y director de la revista Vida Nueva.
Y añade: “En el momento en el que estamos, a punto de recibir al Papa, se pondrá de presente la necesidad de hacer la paz con el Eln. Cuando ellos hablan de la posibilidad de un cese del fuego durante la visita, es un elemento de juicio para que la gente entienda lo que sucede con un grupo que, a diferencia de las Farc, tiene unas raíces religiosas”.
La noticia también ha sido interpretada como un respaldo del Vaticano a la Iglesia católica colombiana, que también ha sido víctima del conflicto armado y de la violencia en general.
Según la Conferencia Episcopal, entre 1984 y el 2015 han sido asesinados un obispo (monseñor Isaías Duarte Cancino), 88 sacerdotes, cinco religiosas, tres religiosos y tres seminaristas.
El papa Francisco, mucho antes de venir a nuestro país, está dejando claro que el centro de su visita serán las víctimas del conflicto armado
El 2 de octubre de 1989 mataron a monseñor Jesús Emilio Jaramillo, obispo de Arauca. Ese día había celebrado la eucaristía en Puerto Nidia, un caserío de Fortul, donde también varios niños fueron bautizados y otros hicieron la primera comunión.
“Fue un día muy bonito eclesiásticamente hablando”, dijo el padre Élmer Muñoz, quien acompañó a Jaramillo en esa jornada y en el momento en el que tres hombres armados –que se identificaron como del Eln– detuvieron el vehículo en el que se transportaban en la vía Tame-Fortul.
A Jaramillo y a Muñoz los retuvieron. A los otros cuatro acompañantes –dos sacerdotes, un seminarista y una secretaria– los dejaron ir. “Después de cerca de dos horas y media, nos separaron. Él repetía: ‘Yo respondo por los sacerdotes de Arauca’.
"Me llamó aparte y nos confesamos. Me pidió que acatara las órdenes de los secuestradores. Yo quería estar a su lado, pero me obligaron a irme”, recuerda el sacerdote, quien se fue con la indicación de volver al día siguiente a reencontrarse con monseñor. Pero cuando volvió, lo encontró muerto.
“Su muerte fue un crimen de lesa humanidad, se cometió una injusticia. Era un hombre elocuente e integral en su testimonio, sagrado, de los más importantes que ha tenido el episcopado colombiano”, añade Muñoz.
El padre Álvaro Hernández, párroco en Arauca, conoció a Jaramillo en el seminario. “Era un hombre muy lúcido, entregado a la espiritualidad, muy querido por el pueblo, interesado en solucionar los problemas de los sistemas de salud y de educación”, dice.
Y agrega que monseñor siempre rechazó cualquier tipo de violencia, proclamó la verdad y, sobre todo, llegó a todas las veredas con su espíritu misionero”. Desde su fallecimiento, cada 2 de octubre, sus devotos peregrinan hasta el lugar donde lo martirizaron. Lo recuerdan, le rezan y le piden favores, uno de ellos, la paz del país.
Su muerte fue un crimen de lesa humanidad, se cometió una injusticia. Era un hombre elocuente e integral en su testimonio, sagrado, de los más importantes que ha tenido el episcopado colombiano
Al padre Pedro María Ramírez lo conocen como el ‘mártir de Armero’, aunque realmente nació en La Plata (Huila), en 1989.
“Fue asesinado a machete, le cortaron la cabeza y jugaron con su cuerpo y con su cabeza. Quienes rescataron el cuerpo fueron las prostitutas, quienes lo cuidaron en el cementerio casi que como fieras para que no lo siguieran maltratando”, dijo el obispo de Garzón (Huila), Fabio Duque, quien celebró que un hombre entregado a Cristo y a su gente, como el padre Ramírez, sea beatificado.
“La expresión más clara de su santidad es que, en el momento de su muerte, perdonó a quienes lo mataban”, añadió Duque.
Al padre Ramírez lo persiguió una turba, en medio de las revueltas tras el asesinato del caudillo Jorge Eliécer Gaitán, que llegaron hasta la población tolimense. Entraron a la Iglesia, lo acusaron de tener armas y de proteger a los conservadores, pues su familia y su pueblo eran de esa filiación política. Luego le dieron muerte.
La expresión más clara de su santidad es que, en el momento de su muerte, perdonó a quienes lo mataban
El abogado y profesor universitario Vicente Silva publicará próximamente un libro sobre la vida y obra del ‘mártir de Armero’. En su investigación ha establecido toda la fe que le profesan en el Huila –su tumba es objeto de romería en el cementerio de La Plata, y en las próximas semanas serán trasladados a la iglesia de San Lorenzo, para la veneración del pueblo–.
También ha estudiado varios mitos que han hecho carrera, como el de la supuesta maldición que el padre Ramírez le echó a la población: “De Armero no quedará piedra sobre piedra”.
“Al padre le achacaron, después de muerto, un poco de cosas, pero sobre todo, lo responsabilizaron de la tragedia de Armero (1985), en la que murieron más de 25.000 personas”, dice.
Añade que esa frase no la pronunció Ramírez sino el entonces obispo de Ibagué, que casualmente se llamaba igual: Pedro María Rodríguez Andrade. Dijo eso –añade Silva– cuando conoció la forma en la que lo habían matado. Por eso, Silva está convencido de que la historia no le ha hecho justicia al ‘mártir de Armero’.
José Alberto Mojica y Simón Granja
Redacción Vida
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