Oprah Winfrey, quien en mi opinión es una de las periodistas más exitosas de todos los tiempos, tiene una anécdota que les quiero compartir. Ella cuenta que a lo largo de su carrera, de más de 30 años, ha entrevistado a unas 37.000 personas. Su talento radica precisamente en hacer que sus invitados se sientan tan cómodos con ella que terminan revelando sus vulnerabilidades más profundas.
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Oprah Winfrey, presentadora de televisión: "Nunca tuve hijos, ni siquiera pensé en tenerlos".
Mario Anzuoni / REUTERS
Entre sus 37.000 entrevistados se cuentan miembros de la realeza inglesa como el príncipe Harry y Megan, su esposa; figuras de la política como Michelle y Barack Obama (han estado en su programa en varias ocasiones) y artistas cuya fama trasciende el tiempo, como Michael Jackson, Whitney Houston, Beyoncé y Tom Cruise.
Ella logró que Lance Armstrong admitiera públicamente que cometió un error, y fue testigo de la primera vez que Ellen Degeneres le contó al mundo que era gay.
Lo que me parece fascinante no es que sea tan buena en su oficio, sino la conclusión a la cual ha llegado después de su larga trayectoria.
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Oprah asegura que, sin excepción alguna, sin importar la fama de sus entrevistados, todos al final le hacen una misma pregunta: “¿Cómo estuve, lo hice bien?”. Desde un príncipe, pasando por alguna de las estrellas mejor pagadas, hasta el más carismático presidente de los Estados Unidos.
Esto me parece interesante porque nos demuestra que, a fin de cuentas, todos los seres humanos necesitamos exactamente lo mismo: ser validados, aceptados y amados por quienes somos.
No importa cuánto dinero hayamos acumulado o cuántos ‘trofeos’ hayamos ganado, ni siquiera cuántos admiradores tengamos... Todos queremos saber si somos suficientes, tal cual y como somos. Todos deseamos saber si somos merecedores de amor y si lo que hacemos está bien hecho. Al final del día, todos somos niños chiquitos en cuerpos de adultos, buscando que alguien nos diga y nos demuestre que somos valiosos.
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Si somos conscientes de este hecho, estoy convencida de que la mayoría enfrentaríamos el mundo de una manera drásticamente distinta. Si reconocemos que en el fondo todos anhelamos esa ‘carita feliz’, creo que pasarían dos cosas esenciales: una, tendríamos más compasión por la gente; si sabemos que, al igual a nosotros, ellos se sienten inseguros, podríamos abordarlos de una manera menos hostil o agresiva.
Y dos, si reconocemos que estamos en una búsqueda permanente de que alguien de afuera defina nuestro sentido de valor, empezaríamos a trabajarle a nuestro amor propio; dejaríamos de delegarles a terceros esa tarea que solo podemos hacer nosotros mismos: darnos amor propio.
Si nos quedamos esperando a que nuestra familia, amigos, jefes o la sociedad nos hagan sentir ‘suficientes’, siempre estaremos a merced de terceros. Hoy les pregunto: ¿en sus vidas, quién les está dando su sentido de valor?
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