Nadie podría decir que vivimos en un país aburrido. Pareciera que siempre está pasando algo que nos tiene estresados, asustados y/o enfermizamente apasionados. Es como si viviéramos constantemente en una serie de Netflix que tiene más episodios y más odios que Game of Thrones.
Sin embargo, aunque se siente como si fuéramos el único país con los rollos y las contrariedades que conocemos, la realidad es que el mundo entero está viviendo, de alguna manera, lo mismo. Millones de personas tratando de convencer a otros tantos millones de que su razón es la única verdad absoluta y si llegan a no estar de acuerdo, se convierten en el enemigo a muerte.
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Me pregunto cómo es que hemos avanzado tanto en tantas cosas, pero no hemos avanzado ni un milímetro en el respeto y la tolerancia por opiniones y puntos de vista diferentes. Desde el principio de la humanidad nos hemos enfrascado invariablemente en tratar de convencer a los otros de nuestra realidad.
Se han aniquilado razas, matado miles de millones de inocentes, se han librado incontables guerras atroces con el único propósito de querer que los demás piensen y actúen igual a nosotros. Por eso, hoy más que nunca les traigo a colación una frase que siempre me ha encantado.
“No puedes juzgar mi camino porque no has caminado en mis zapatos”. No sé quién es el autor, pero siento que la palabra es una verdad poética que vale la pena acatar.
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Cuando estamos enfrascados en tratar de convencer a los demás de nuestras convicciones y hablamos en términos absolutos y nos tapamos los oídos como niños chiquitos, se nos olvida que cada persona tiene una historia de vida muy distinta. Cada ser humano tiene una niñez, una crianza, unas experiencias acumuladas y unos valores que lo hacen quien es y cómo piensa y actúa en la actualidad.

“No puedes juzgar mi camino porque no has caminado en mis zapatos”.
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No sabemos qué miedos les ha tocado afrontar, qué luchas interiores les ha tocado librar. No conocemos sus traumas ni sus sueños porque no nos tomamos el trabajo de cuestionar ni entender, solo estamos empeñados en convencer. Pareciera que no nos percatamos de que cada quien está luchando por sus convicciones con la misma vehemencia y certeza, así como nosotros luchamos por la nuestra.
Que esa otra persona a la que se le insulta a la mamá, a los hijos y se vilifica y amenaza también tiene sentimientos, inseguridades y dolencias igual que nosotros. Si no humanicemos a nuestros “opositores”, siempre estaremos tentados a maltratarlos y humillarlos como jamás quisiéramos que les hagan a nuestros seres queridos.
No estoy diciendo que no debemos defender nuestros puntos de vista ni esbozar las opiniones, pero sí estoy diciendo que si quizás somos capaces de cuestionar y entender cada camino, tal vez seríamos más decentes juzgando cada zapato.
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ALEXANDRA PUMAREJO
@detuladoconalex
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