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Mujeres

Por dónde empieza la confianza / De tu lado con Álex

En esta columna, Alexandra Pumarejo recomienda confiar en nosotros mismos.

Que levante la mano quien no haya dormido por la noche prometiéndose a sí mismo cielo y tierra: “Mañana madrugo y salgo a caminar”, “mañana voy a empezar a comer menos dulce”, “mañana hablo con mi jefe y le digo que no estoy satisfecha con mi trabajo”, “mañana voy a hablarle menos golpeado a mi pareja”, “mañana dejaré de mirar el celular cuando esté con mis hijos”, “mañana voy a leer más y a organizar mi clóset”.
Ahora, la pregunta del millón: ¿cuántos de ustedes cumplen esas promesas que se hacen o, por lo menos, intentan cumplirlas?
Estos juramentos suenan fantásticos en la noche, pero cuando sale el sol empieza una historia completamente distinta. Con el primer sonido de la alarma, su cerebro piensa en mil excusas de por qué no es tan buena idea la madrugada, rápidamente descalifica la relevancia de ir a caminar y decide dormir una hora más.
Apenas está en la puerta de la oficina del jefe, a usted ya no le parece tan buena idea mostrarse exigente y vuelve a sentarse en su escritorio. Apenas su pareja abre el ojo, recuerda que la noche anterior dejó las medias botadas y hasta ahí llega la intención del tono amoroso.
Apenas va a desayunar, solo hay pastelitos en su casa, así que ni modo de dejar las harinas. Los hijos están insoportables y entonces “ellos tienen la culpa por obligarme a ‘escapar’ en mi celular”. Y así para cada promesa. Pasan los días, los años y no se cumplen.
Estas promesas parecen triviales y hasta creemos que incumplirlas no tiene trascendencia, pero eso está muy lejos de ser verdad. Quizás uno considere que mientras cumpla con su palabra a terceros es suficiente para considerarse una persona confiable; sin embargo, resulta que es igual, e incluso más relevante, ser consecuente con uno mismo que con cualquier tercero.
Si en algún momento se ha preguntado por qué le cuesta tanto trabajo confiar en los demás, tal vez la respuesta no radica en los otros sino en que usted no confía en sí mismo. Cumplir con nuestra palabra, aunque se trate de algo tan aparentemente trivial como no comer dulce, nos confirma que somos confiables y esto nos permite creer en los demás también.
La vida empieza y termina con la relación que tenemos con nosotros mismos. No hay mejor porrista ni peor adversario que nuestro cerebro. Demostrémosle con actos que sí podemos creer en nosotros, en la vida y en los demás.
ALEXANDRA PUMAREJO
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