La decisión del presidente Donald Trump de retirar a Estados Unidos del Acuerdo climático de París es profundamente lamentable y se basa en un análisis económico errado. Pero no logrará detener la marcha hacia una economía con baja emisión de carbono: se opondrán a ello un progreso tecnológico imparable y la acción decidida de otros países, empresas de todo el mundo y numerosas ciudades y estados estadounidenses.
Trump aseguró que el Acuerdo de París le costaría a Estados Unidos 3 billones de dólares de su PIB de aquí al 2040. Pero el estudio que citó parte de un supuesto absurdo: que la reducción de las emisiones estadounidenses no iría acompañada de acciones similares de otros países. Y, además, comete el error crucial de ignorar que hay una revolución tecnológica que está transformando la economía de la generación eléctrica.
En solo siete años, el costo de la energía eólica se redujo más del 65 por ciento y el de la solar, casi un 90 por ciento. En lugares favorables, empresas de energía solar y eólica terrestre están ganando licitaciones con precios tan bajos como 0,03 dólares por kilovatio hora (kWh), que les permiten competir fácilmente con la producción mediante quema de combustibles fósiles.
Los defensores del carbón preguntan qué sucede cuando no hay viento o sol. De hecho, el secretario de Energía de Estados Unidos, Rick Perry, encargó un estudio sobre la necesidad de “generación de carga base”, esperando que diga que el uso de carbón sigue siendo esencial.
Pero un análisis de la Energy Transitions Commission (ETC) muestra que el veloz abaratamiento de las baterías (cuyo precio ya bajó cerca del 70 por ciento en cinco años) volverá innecesaria la generación de carga base con quema de combustibles.
Dentro de quince años podremos construir sistemas de energía en los cuales el 90 por ciento de la electricidad se genere en plantas eólicas o solares, con un costo total (incluidas las necesidades de almacenamiento y sistemas de respaldo) de apenas 0,07 dólares por kWh: algo totalmente competitivo con el costo actual de la energía basada en combustibles fósiles.
Esta revolución tecnológica abre nuevas posibilidades de crecimiento con baja emisión de carbono. Hasta hace poco se suponía que países como la India (que probablemente necesitará triplicar el suministro de electricidad en los próximos veinte años por el aumento de los niveles de vida) no podrían evitar un aumento masivo del uso de carbón.
Pero un estudio del Instituto de Energía y Recursos de la India muestra que en cuanto las fuentes renovables alcancen un costo total de 0,07 dólares por kWh, bastarán para sostener las crecientes necesidades de energía de ese país.
En China, el consumo de carbón lleva tres años en caída. El de Gran Bretaña se redujo 50 por ciento en el 2016.
Cálculos de la ETC muestran que la descarbonización de la producción de energía bastaría para generar la mitad de la reducción de emisiones que se necesita para cumplir el objetivo del Acuerdo de París de limitar el aumento global de temperatura a mucho menos de 2 °C respecto de la era preindustrial (y sin las pérdidas económicas erróneamente denunciadas por Trump).
Estos avances podrían llevar a pensar que la tecnología puede resolver sola el problema y que el Acuerdo de París y otras medidas ya no son necesarios. Pero eso es un error por tres razones.
En primer lugar, los costos actuales de la energía eólica y solar nunca hubieran sido posibles sin grandes subsidios (de hasta 0,40 euros por kWh en Alemania) a las fuentes renovables. Estos subsidios impulsaron desarrollos técnicos y su despliegue a gran escala, lo cual, a su vez, produjo tal reducción de costos que los subsidios dejaron de ser necesarios.
En segundo lugar, hay que aceptar que, incluso llevando la electricidad limpia a tantas actividades como fuera posible (autos, utilitarios livianos y buena parte de la calefacción residencial y comercial), quedarán actividades económicas vitales como la aviación, el transporte terrestre de carga a larga distancia y la producción de acero y cemento, en las cuales la electrificación limpia difícilmente es una solución completa o rentable, al menos por varias décadas más.
Existen opciones tecnológicas para ‘desfosilizar’ estos sectores (entre ellas la bioenergía, el hidrógeno y procesos de captura, almacenamiento y uso del CO2 generado por la industria).
Pero el costo de estas tecnologías no se redujo tan rápido como el de las fuentes renovables, y los niveles de inversión actuales son insuficientes para llegar a un punto en el cual la reducción de costos se retroalimente. Se necesitan una política de apoyo oficial y la cooperación entre industrias de muchos países, y en forma simultánea, para lograrlo.
Por último, aunque el costo de las fuentes renovables seguirá reduciéndose, es probable que los precios de los combustibles fósiles, también. En algunos lugares, el costo de extracción de gas y petróleo se redujo un 60 por ciento mediante la aplicación de varias técnicas que mejoran las tasas de éxito y reducen los costos de perforación. Y ese abaratamiento puede generar un efecto ‘rebote’ en la demanda de este tipo de fuentes energéticas.
Para contrarrestar este peligro necesitamos introducir en muchos países, y al mismo tiempo, alguna forma de impuesto al carbono. Esto demandará el mismo tipo de cooperación internacional que, con todas sus imperfecciones, promueve el Acuerdo de París.
Así que, aunque existan avances tecnológicos asombrosos, siempre necesitaremos a París. La buena nueva es que la reacción global a la decisión de Trump nos da la seguridad de saber que siempre tendremos a París (u otras formas de cooperación internacional).
Las demás potencias han prometido que no abandonarán sus compromisos. Lo mismo han hecho numerosas grandes empresas, en Estados Unidos y el mundo. Y también, grandes ciudades estadounidenses y estados de peso como California, que apoyan la campaña ‘We are still in’ (‘Seguimos ahí’).
Todos ellos se dieron cuenta de que el avance tecnológico, con el debido apoyo oficial, puede crear al mismo tiempo economías de baja emisión de carbono y prosperidad creciente.
ADAIR TURNER
Expresidente de la Autoridad de Servicios Financieros del Reino Unido y exmiembro del Comité de Política Financiera del Reino Unido. Hoy dirige el Instituto para el Nuevo Pensamiento Económico.
© Project Syndicate
Londres
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