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Medio Ambiente

Las ciudades después de la pandemia/ Opinión

Aunque la crisis por la pandemia es transitoria, sus efectos en la ciudad pueden prolongarse por 2 o 3 años, según expertos y 
varios jefes de carteras del Distrito.

Aunque la crisis por la pandemia es transitoria, sus efectos en la ciudad pueden prolongarse por 2 o 3 años, según expertos y varios jefes de carteras del Distrito.

Foto:Archivo EL TIEMPO.

La directora de Greenpeace habla de cuáles deben ser las prioridades después de la emergencia.

En Colombia la cuarentena lleva dos meses y ya es muy palpable la ansiedad colectiva por volver a la normalidad. O lo que muchos denominan “la nueva normalidad”.
En distintas ciudades del país muchos hábitos y costumbres se han modificado y será muy difícil volver a la realidad prepandemia si es que queremos evitar un rebrote. Se ha hablado mucho sobre cómo se dibujará esta “nueva normalidad”. Hay más dudas que certezas de cómo será esa nueva realidad, pero parece innegable que enfrentaremos cambios importantes que nos acompañarán durante un largo tiempo.
Lo claro es que esta crisis ha refutado muchos prejuicios colectivos y aquello que parecía imposible hasta hace pocas semanas hoy resulta concebible y hasta deseable.
Quizás ahora aparecen premonitorias las palabras de la novelista y activista india Arundhati Roy: “Históricamente, las pandemias han obligado a los humanos a romper con el pasado e imaginar su mundo de nuevo. Este no es diferente. Es un portal, una puerta de enlace entre un mundo y el siguiente”.
La cuestión es, ¿cómo construimos el nuevo mundo? ¿Qué significa esto en términos de sociedad, ciudadanía y ciudades? Después de todo, la vulnerabilidad de las urbes que antes parecían indestructibles se ha puesto en evidencia. Hoy parecen frágiles ante el acecho del enemigo invisible.
Según la ONU, más del 95% de los casos de contagios registrados han sido en zonas urbanas. No llama la atención, considerando que características de las grandes urbes, como la aglomeración, la densidad, la mala calidad del aire. Todos, además, elementos que no han hecho más que agravar el avance y consecuencias del virus.
Ubicados en un momento clave de la historia, es un deber repensar nuestras ciudades y reconstruirlas bajo un nuevo paradigma. Se debe dejar atrás la era de “lo normal”, cuyos paradigmas han contribuído a llevarnos a esta encrucijada en que nos encontramos a causa de la pandemia.
El horizonte del nuevo paradigma debe incorporar el aumento de la resiliencia de nuestras ciudades. Es decir, fortalecer la capacidad de adaptabilidad de nuestros sistemas y de los ciudadanos para poder enfrentar futuras crisis. Vivimos en un contexto de crisis climática por lo que la incorporación de cambios y herramientas para mitigar la amenaza del calentamiento global deben ser la base, los cimientos sobre los cuales se construya la transición de nuestras ciudades.
De hecho, en muchos países del mundo se están promoviendo proyectos para ejecutar dicha transición. El más reconocido es el Green New Deal, compendio de políticas públicas “para las personas y para el planeta” impulsado por la congresista estadounidense demócrata Alexandra Ocasio-Cortez.
El Green New Deal es un programa de 14 puntos que propone una respuesta a la emergencia climática, pero también a los problemas sociales del siglo XXI. Las políticas planteadas están enfocadas en un abandono de las energías fósiles, la creación de empleos verdes y una transición justa para todos. A nivel local, el llamado es al impulso de un nuevo pacto de carácter ecosocial para así instalar en la agenda política las prioridades de “la nueva normalidad”.
Como primer paso para avanzar en dicha transición, es necesario un cambio de paradigma que implique enaltecer el bienestar de los ciudadanos y ubicarlo como prioridad de toda política pública. La salud, el acceso a un techo digno, alimento, agua, trabajo, educación, conexion, movilidad, comunidad y democracia para todos resume los elementos claves de este nuevo bienestar que necesita cada ciudadano para poder prosperar.
Sí, pareciera ser una declaración de voluntades redundante, pero la realidad obliga a replantearnos con más fuerza estos elementos. Vivimos, o lo hemos hecho hasta ahora, en una sociedad que venera el consumo rampante y donde todas las soluciones vienen de la mano de la explotación inescrupulosa de recursos no renovables, destrucción de ecosistemas valiosos y una mercantilización de la naturaleza.
Debemos abandonar el concepto de crecimiento y adoptar el de prosperidad. Las diferencias son significativas. Prosperar implica bienestar en balance con el entorno. Es decir, el bienestar humano debe estar contemplado dentro de los límites planetarios, las políticas públicas deben promover el bienestar humano considerando lo social y ecológicamente justo y seguro. Es una oportunidad única para potenciar la inclusión, apalancando la solidaridad colectiva para achicar las grandes brechas de la sociedad en materia de necesidades básicas, además de garantizar apoyo y alivio económico de forma directa a las personas, invirtiendo de manera decida en sistemas universales de protección social.
En términos estructurales, uno de los primeros temas a abordar debería ser la movilidad. La pandemia ha alterado significativamente la circulación en las ciudades, pero es necesario hacer cambios en el tejido urbano, para asegurar que los ciudadanos puedan trasladarse por la ciudad sin riesgo. Democratizar las vías públicas, ampliar el espacio designado a ciclistas o peatones y medios de transporte limpios.
En este contexto, y como respuesta frente a la pandemia, algunas ciudades del mundo, como Bogotá, han ampliado significativamente sus ciclovías, sumando 45 kilómetros a las existentes para facilitar la movilidad de los ciudadanos y paulatinamente reactivar la vida productiva en la capital. Así, el uso de la bicicleta se presenta como una forma de autoprotección y de prevención del virus. En esta línea, la renovación de las flotas de transporte público por unas medioambientalmente limpias es urgente para reducir la contaminación.
Otro gran desafío a abordar a nivel ciudad es el resurgimiento de las comunas. La pandemia nos reencontró con los llamados almacenes de barrio y ha revalorizado el concepto de cercanía. Es fundamental revitalizar los barrios, descentralizar la ciudad y crear una ciudad policéntrica, creando comunidades autosuficientes con servicios cercanos para así reducir la contaminación, el estrés, el viaje al trabajo y así mejorar la calidad de vida de los ciudadanos.
La pandemia también demostró que el teletrabajo es viable. Esto tiene variados beneficios: no solo reduce la cantidad de gente circulando por la ciudad, si no que reduce la congestión en las calles y la contaminación, especialmente si es materializado a gran escala. Para posibilitar esto, es necesario la inversión en infraestructura de comunicación para todos y hacer del teletrabajo una opción viable para la mayor cantidad de gente posible y que no quede como una opción limitada a las elites.
Por supuesto, la transición también debería abordar un cambio radical en la manera en la que nos alimentamos. Es necesario impulsar la agroecología, no sólo a nivel país, si no que desde las ciudades. Hay que dedicar espacios y crear “cordones verdes” donde cultivar alimentos agroecológicos. Esto no sólo nos proveerá de alimentos sanos, sino que aumentaría los espacios verdes que tanto escasean en la ciudad y ayudará a generar un vínculo ciudadano al compartir el cuidado de estos espacios.
En las ciudades colombianas post pandemia se hace urgente aumentar la cantidad y calidad de espacios verdes en la ciudad. En este punto, l Bogotá tiene el triste récord de tan sólo 4,93 metros cuadrados por habitante, cuando los estándares de la OMS sugieren un mínimo de entre 10 y 15. Es fundamental ampliar estos espacios, para impulsar el esparcimiento al aire libre, no sólo por el contacto con la naturaleza, si no por la necesidad de mantener la distancia física, más aún pensando en qué otras actividades recreativas, como cines, teatros, centros comerciales y restaurantes todavía van a tener un largo camino de adaptación al nuevo contexto.
Por cierto, será fundamental reforestar y ampliar la capacidad de absorción de los suelos, para así incrementar la mitigación de los efectos del cambio climático. En pocas palabras, los espacios verdes deben ganar terreno al cemento de las urbes.
Tras el virus también se deberán fortalecer las economías circulares para que así los desechos de una actividad se conviertan en el insumo de otra. Esto no sólo reducirá los desperdicios a nivel municipal, sino que fomentará la generación de empleos verdes en un fortalecimiento económico que será amigable con el medioambiente.
Esta pandemia, aunque persiste, ya se ha encargado de dejar enormes enseñanzas. Quizás la principal es que ha sido una bofetada que nos ha expuesto lo perverso del sistema en que hemos estado viviendo por ya demasiado tiempo. El nuevo paradigma que debe marcar las decisiones de cambio urbano deben estar marcadas por el bienestar colectivo y una economía y sociedad que incorpora parámetros medioambientales como sus sus principios organizadores.
Mientras tanto, hoy, en plena cuarentena, muchos se preguntan: ¿Qué vamos a hacer después de esto?
Quizás la pregunta debería ser otra: ¿Cómo queremos ser y qué ciudades queremos construir después de esto?
Directora de Greenpeace Colombia
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