La polución es uno de los grandes desafíos existenciales del siglo veintiuno. Amenaza la estabilidad de los ecosistemas, socava el desarrollo económico y pone en riesgo la salud de miles de millones de personas. Y, sin embargo, a menudo no se le da la importancia adecuada, ya sea en las estrategias de desarrollo o en los presupuestos de ayuda, como los de la Unión Europea o la Agencia estadounidense para el desarrollo. Como resultado, la amenaza sigue creciendo.
El primer paso hacia la movilización de los recursos, el liderazgo y la participación cívica necesarios para ir reduciendo la amenaza de la polución es crear conciencia de su verdadera escala.
En octubre del 2017, un informe de la Lancet Commission, que creamos para este propósito, estableció que la polución es responsable de nueve millones de muertes al año, o un 16 % de todas las muertes a nivel mundial. Eso es el triple del sida, la malaria y la tuberculosis, y 15 veces más que todas las guerras, el terrorismo y otras formas de violencia. En los países afectados más gravemente, la polución es responsable de más de una de cada cuatro muertes.
Las causas específicas de esas muertes varían, reflejando la cambiante composición de la polución. A medida que se desarrollan los países, bajan la contaminación del aire y del agua en los hogares, ambas formas de polución vinculadas a la pobreza extrema. Pero los fenómenos relacionados con el desarrollo económico, como la urbanización, la globalización y la proliferación de sustancias químicas tóxicas y vehículos a petróleo, generan un aumento de la polución del aire ambiental, química, ocupacional y del suelo, y las ciudades en los países en desarrollo resultan particularmente afectadas.
No es de sorprender que los pobres carguen con el mayor peso. Cerca del 92 % de las muertes relacionadas con la polución ocurren en países de ingresos bajos y medios. En casi todos los países, independientemente de su nivel de ingresos, las enfermedades causadas por la polución son más prevalentes entre minorías, miembros de grupos marginalizados, y aquellos con otras formas de vulnerabilidades. Es una injusticia medioambiental a escala global.
Más allá de los costos humanos, las enfermedades relacionadas con la polución causan pérdidas de productividad que reducen el PIB de los países en desarrollo en hasta un 2 % por año. Representan un 1,7 % del gasto sanitario de los países de altos ingresos y hasta un 7 % en los de ingresos bajos y medios. Las pérdidas de seguridad social causadas por la polución ascienden a US$ 4,6 billones al año, o 6,2 % de la producción económica global. Y eso sin considerar los costos masivos del cambio climático, cuyo mayor causante son los combustibles fósiles altamente contaminantes.
La polución es responsable de nueve millones de muertes al año, o un 16 % de todas las muertes a nivel mundial. Eso es el triple del sida, la malaria y la tuberculosis
El problema apunta a empeorar, a pesar de estas pérdidas. Sin una intervención activa, las muertes solo por la polución del aire ambiental podrían aumentar en un 50 % para 2050. La polución química es otro reto creciente: Desde 1950 se han inventado 140.000 nuevos compuestos, y muy pocos de ellos han sido sometidos a pruebas de seguridad o toxicidad. Los niños y los bebés son especialmente vulnerables.
La polución no es ningún ‘mal necesario’ que acompañe inevitablemente al desarrollo económico. Con liderazgo, recursos y un enfoque basado en datos y bien formulado, es posible reducirla y en algunos países de ingresos altos y medios ya se han desarrollado estrategias viables cuya eficacia se ha demostrado en terreno.
Estas estrategias equilibran soluciones legales, de políticas y tecnológicas. Por ejemplo, siguiendo el principio de “el que contamina paga”, contemplan la eliminación de las exenciones de impuestos y los subsidios para las industrias contaminantes. Más aún, estas estrategias se ajustan a objetivos y calendarios claros frente a los que se las evalúa constantemente, estando sujetas a una sólida ejecución. Y se pueden exportar a ciudades y países en cada nivel de ingreso en todo el mundo.
Se puede poner punto final al viejo supuesto de que los países pobres deben pasar por una fase de polución y enfermedad en su camino a la prosperidad.
Tanto para los países ricos como los pobres, estas estrategias permitirían un crecimiento del PIB más sostenible. La eliminación del plomo en la gasolina ha logrado que las economías del mundo se ahorren miles de millones de dólares en menores disfunciones cognitivas y una mayor productividad. En EE. UU., las mejoras a la calidad del aire han rendido 30 dólares por cada uno invertido, hasta llegar a un retorno acumulado de 1,5 billones de dólares sobre una inversión de 65.000 millones desde 1970. En consecuencia, reducir la polución crea enormes oportunidades para impulsar el crecimiento económico, y de manera más importante proteger las vidas y la salud de la gente.
Todo esto exige un aumento sustancial en la financiación de la prevención de la polución en países de ingresos bajos y medios, tanto de los presupuestos nacionales como de la ayuda de donantes. Se pueden crear, por ejemplo, fondos autónomos, análogos al Fondo Mundial para la lucha contra el sida, la tuberculosis y la malaria.
Un control eficaz de la polución también implica incorporar a todas las estrategias futuras de crecimiento y desarrollo la noción de que solo es posible tener éxito si las sociedades cambian sus patrones de producción, consumo y transporte. Algunos pasos claves son la transición amplia hacia fuentes de energía no contaminantes, poner fin a los subsidios y exenciones fiscales para los contaminantes, recompensar el reciclaje, la reutilización y la reparación, reemplazar materiales peligrosos con sustitutos más seguros, y fomentar el transporte público y activo.
No será fácil la transición a sistemas menos contaminantes: los intereses creados en todo el mundo se le opondrán intensamente. Pero, como muestra el informe de la Lancet Commission, la transición a una baja polución es esencial para la salud, el bienestar y la prosperidad de nuestras sociedades. No nos podemos permitir seguir pasando por alto esta amenaza global.
PHILIP J. LANDRIGAN Y RICHARD FULLER*
© Project Syndicate
Nueva York
* Philip J. Landrigan miembro de Global Health y en Arnhold Global Health Institute, así como profesor de Medicina Medioambiental en Icahn School of Medicine, en Mount Sinai de Nueva York. Richard Fuller es presidente de Pure Earth.