Cuando llegó a la casa, la gata apenas me cabía en la palma de la mano y estaba llena de pulgas. Había sido abandonada con sus hermanitos en una alcantarilla, y allí una fundación la rescató. Ya en nuestro hogar –y llevándole la contraria a mi esposa– decidí llamarla Esperanza Gómez (sí, como la actriz porno colombiana). Y sin proponérselo, Esperanza Gómez nos cambió la vida.
Ha sido lo más parecido a tener un hijo. Más que una mascota, es una sobreviviente que nos ha enseñado el valor de la vida y cómo el amor va más allá de cualquier dificultad.
Con tres meses de nacida, Esperanza fue sometida a una cirugía de esterilización. Pero la operación pasó de ser un procedimiento normal para cualquier animal a un drama que significó un gasto millonario en hospitalización, cuidados y medicamentos. Desde ese momento, y llevando tan poco en casa, supimos que por encima del dinero y el desgaste estaba el apego a la vida.
Los antibióticos que le aplicaron, siendo una cachorrita, le significaron una complicación renal que en principio solo detectamos cuando notamos que tomaba demasiada agua; pero como todo gatito joven, se recuperó muy rápido. O por lo menos eso creímos.
Hace un año cambiamos de casa. Sabíamos que para los gatos un cambio de este tipo significa una fuerte carga de estrés y curiosidad, que los lleva a querer explorar todos los rincones de su nuevo hogar.
Esperanza se volvió una expedicionaria que aprovechaba cualquier descuido para caminar por las cornisas de un edificio de nueve pisos. Por eso empezamos a adecuar los espacios e instalamos una malla en la ventana de su habitación. El día que pusimos esa malla era necesario dejarla abierta para que secara el pegante. La noche de ese 17 de enero del 2017 nunca se nos va a olvidar.
Estábamos enganchados con una serie de Netflix cuando escuchamos un golpe y un aullido de dolor que recuerdo con mucha claridad. Pensamos que se trataba de algún gato en un tejado, pero la intuición de mi esposa –esa que tienen las mamás y que les agita el corazón cuando un hijo está en peligro– le arrancó la tranquilidad y la llevó a asomarse por una de nuestras ventanas. Sabía que lo que iba a ver confirmaría el peor de sus temores: Esperanza se había caído del piso nueve a la terraza de nuestros vecinos –en el segundo piso del edificio– en una caída libre de más de 25 metros de altura. Fue una de las noches más angustiantes de nuestras vidas.
Corrimos a una veterinaria de 24 horas donde la estabilizaron y nos informaron que la caída le produjo una fractura que le destrozó su pata delantera izquierda y múltiples heridas internas. La gata fue operada y cinco días después la dieron de alta en una condición terrible de desnutrición que nos obligó a buscar otra clínica para intentar salvar su vida.

La gata Esperanza Gómez está mucho mejor y maneja con agilidad su cojera.
Carlos Ortega / EL TIEMPO
De ahí en adelante fueron varias semanas de sufrimiento. La visitaba a diario en la clínica para alimentarla, porque no lo hacía por su cuenta. Pero el trauma de semejante golpe había afectado todos sus órganos internos, generando complicaciones que la dejaron al borde la muerte. Ya llevaba un mes hospitalizada. Una noche salimos a tomar unos tragos con unos amigos, cuando de repente recibimos una llamada muy tarde. La gata había tenido una crisis pulmonar severa y nos dijeron que lo mejor era que la visitáramos cuanto antes para despedirnos, porque no sobreviviría. Pagamos la cuenta y salimos corriendo a verla por última vez.
Estaba con oxígeno, decaída, con su pata delantera inflamada por la cirugía y con una expresión de cansancio que nos arrancó lágrimas a mí, a mi esposa y a los amigos con los que llegamos a verla por última vez, metida en una especie de incubadora.
Nos fuimos a la cama pensando en todo lo que sufrió, en el dinero que gastamos, en lo duro que iba a ser ya no tenerla en casa y en lo mucho que la iba a extrañar Máximo, su hermano gatuno también adoptado.
En la mañana, esperando lo peor y contra todos los pronósticos, nos dijeron que había amanecido diferente, con más energía, hambre y ganas de vivir. Varias semanas después ya estaba en casa, cojeando, con su patica llena de alambres, pero demostrando que había llegado a nuestro hogar para quedarse y para confirmar que los gatos sí tienen siete vidas.
Desde entonces, y debido a todos los medicamentos que tomó desde tan pequeña, su condición renal empeoró y fue necesario tomar medidas extremas para cambiar su alimentación y así darle una mejor calidad de vida. Debo confesar que varias veces, durante la etapa más crítica, pensé en dormirla para que nuestro apego no significara un sufrimiento innecesario. Hoy la veo correr por la casa y les doy gracias a mi esposa y a los veterinarios de Medical Center que hicieron hasta lo imposible por salvarla.
Su nueva condición implica medicamentos diarios, dieta y, por supuesto, un gasto significativo, pues la comida para cuidado renal llega a costar hasta el triple que cualquier alimento normal para gatos.
Esperanza nunca perdió la esperanza, pero sí nos puso a reflexionar sobre lo costoso que es el servicio veterinario en Colombia y la falta de regulación al respecto; cada clínica cobra lo que considera justo, y aunque salvar la vida de tu mascota no tiene precio, muchas veces se aprovechan de nuestro apego para cobrar sumas demasiado altas. Por eso es indispensable adquirir un seguro médico, porque uno nunca sabe.
Esta odisea nos ha confirmado una teoría que para muchos es cuestionable, pero que a mi esposa y a mí nos ha dejado muchas enseñanzas. Es necesario prepararse antes de tener hijos. Hoy siento que estamos listos y que Esperanza y Máximo han sido los mejores profesores.
Esperanza nunca perdió la esperanza, pero sí nos puso a reflexionar sobre lo costoso que es el servicio veterinario en Colombia y la falta de regulación al respecto
Este síndrome ocurre cuando los gatos caen desde grandes alturas. Como respuesta del sistema nervioso, el animal, de manera instintiva, acomoda sus extremidades como una simulación de paracaídas para que de esta forma logre una amortiguación en el impacto con el suelo. Los gatos saltan, sobre todo, por la inquietud que los lleva a la exploración de balcones y ventanas de donde se resbalan, o también atraídos por un ave o por otro animal en celo. Se debe evitar que los gatos se ubiquen en balcones o ventanas abiertas. Lo mejor es utilizar mallas de seguridad para evitar estos accidentes, pues se ha evidenciado que aquellos que han sufrido de este síndrome pueden reincidir. Y las consecuencias pueden ser fatales.
Asesoría: Jorge Gallego Rodríguez,
Coordinador Medicina Interna, Universidad de Antioquia y Coordinador de Urgencias y emergencias del Hospital Veterinario de la Universidad de Antioquia.
JUAN FRAILE
PARA EL TIEMPO @JuanFraile