24 de noviembre de 2016, luego de más de cinco décadas de confrontación armada y casi cinco años de negociaciones en Cuba, el grupo guerrillero Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (Farc-EP) y el Gobierno colombiano decidieron escribir un nuevo capítulo en la historia del país.
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El entonces presidente Juan Manuel Santos y el líder de las Farc, Rodrigo Londoño, conocido como ‘Timochenko’, se comprometieron a “construir una paz estable y duradera” a partir de transformaciones profundas en distintos temas sociales, económicos y ambientales.
Vale la pena, entonces, preguntarnos cómo cambió el cubrimiento periodístico sobre asuntos científicos. Ese diálogo, como todo buen diálogo, comienza con preguntas: ¿qué nuevas historias podrían aflorar de todo esto? ¿Qué se nos está escapando? ¿Cuáles son las nuevas narrativas que vienen con el posacuerdo?
La deforestación es, tal vez, uno de los temas más sonados en materia ambiental, pero no el único. Humedales, ríos, quebradas, arroyos, mares, ciénagas, pantanos y manglares no se libraron de la tragedia. La práctica macabra de desaparecer cuerpos arrojándolos a los ríos de Colombia —por razones que van desde generar terror con el cuerpo flotando (o algunas de sus partes) hasta ocultar el delito y esconder la verdad— cambió la forma en que la gente se relaciona con los ecosistemas.
El Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) reporta más de 1.080 cuerpos recuperados en al menos 190 ríos colombianos. Los cinco con más víctimas documentadas son: Magdaena, Cauca, Catatumbo, La Miel y Nare.
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¿Qué tan estratégica y necesaria ha sido la geografía nacional para que el conflicto armado perdure durante más de medio siglo? ¿De qué manera las acciones militares —legales e ilegales— despojaron de significado a la naturaleza? ¿Con el tiempo las comunidades la han resignificado?
La complejidad y el enramado que se teje alrededor de estos temas es amplio. Juan Bello, jefe de la oficina en Colombia del programa de las Naciones Unidas para el Medioambiente, habla sobre la importancia de seguir tejiendo y poniendo sobre la agenda nacional los vínculos entre el posacuerdo y la riqueza natural del país.
Aunque cada proceso de construcción de paz tiene sus propias particularidades, algunos expertos señalan cinco factores que hacen más difícil un acuerdo de paz o su implementación. El primero es si hay más de dos actores involucrados en el conflicto, y las dificultades inherentes a que todos participen en la mesa de negociación. El segundo es el nivel de polarización social con respecto al proceso de construcción de paz; si la sociedad en general apoya el proceso obviamente las posibilidades de éxito son mayores. El tercero, si los momentos determinantes de la negociación, firma o implementación del acuerdo coinciden con periodos electorales; cuando esto sucede existe el riesgo de que el proceso se politice y se pierdan de vista los objetivos más amplios y de largo plazo. El cuarto factor es si el territorio donde ocurre el conflicto (que puede ir desde una región específica dentro de un país hasta varios países) es rico en recursos naturales, ya que se pueden involucrar intereses de actores no directamente relacionados con el conflicto y hacer más compleja la negociación o implementación de los acuerdos. Finalmente, el quinto factor es si hay economías ilegales capaces de mover grandes cantidades de dinero de una u otra forma asociadas al conflicto. La situación se complica aún más cuando dos o más de estos factores ocurren simultáneamente. En el caso colombiano, coinciden todos. (Le podría interesar: Gráfico interactivo: ¿Cómo se forman los huracanes?)
Aunque suene muy ambicioso,
el periodismo científico puede convertirse en un eje central para la educación de toda la sociedad...
La razón es simple: cualquier acuerdo o proceso de paz en este país pasa por resolver, entre otras, la forma como se habitan y utilizan los territorios. Y esto lleva ineludiblemente a qué hacer con toda esa riqueza natural que existe allí. En algún punto hablar de paz implica hablar de cómo resolver esas complejas relaciones entre biodiversidad, recursos naturales, comunidades locales, sectores productivos, etc. Es difícil imaginar escenarios para Colombia, donde a pesar de la destrucción de la naturaleza y la degradación ambiental se alcance la paz, entre otras, porque los medios de vida de millones de colombianos dependen directamente de esa naturaleza, y porque, en un sentido más amplio, el derecho a un ambiente sano es un derecho fundamental.
¿Qué tanto se incluyen los asuntos ambientales en nuestro acuerdo de paz? ¿Cuáles son las falencias y vacíos más significativos que encuentra?El acuerdo de paz entre el Estado colombiano y las Farc ha sido reconocido mundialmente por ser uno de los primeros en incluir referencias explícitas a la protección de la naturaleza y a temas ambientales. Sin embargo, esa dimensión no alcanzó a entrar como uno de los ejes principales y ha sido dejada de lado en el proceso de implementación. Por ejemplo, al inicio del proceso de implementación, la institucionalidad ambiental avanzó en la definición de determinantes ambientales para integrarlas a los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (Pdet); sin embargo, en la medida en que estos programas fueron avanzando, esas consideraciones pasaron a un segundo plano y los esfuerzos se enfocaron cada vez más en inversiones concretas, como la construcción de vías o el apoyo a proyectos productivos tradicionales. El problema es que estas actividades ocurren en territorios que son biodiversos por naturaleza y que enfrentan desafíos ambientales enormes en temas como la deforestación, la extracción ilícita de minerales, el tráfico de fauna o la contaminación. Disociar el ambiente del desarrollo rural y la construcción de paz en los territorios implica dejar tareas pendientes para el futuro.
Definitivamente, sí. Es muy significativo que la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) tenga ya un marco establecido para reconocer el ambiente como víctima del conflicto, lo cual abre la puerta para que sea sujeto de reparación. De esta forma se podría avanzar en la restauración ecológica de las áreas degradadas por el conflicto y, por qué no soñarlo, de una nueva ruralidad para Colombia bajo la visión de vida en armonía con la naturaleza. En todo caso, como se mencionó antes, la construcción de paz en Colombia pasa por abordar los temas ambientales, por tomar decisiones sobre la forma como se maneja esa enorme riqueza ambiental del país. Por esta razón debe haber reconciliación en torno a la naturaleza. El país tiene impactos acumulados de la degradación ambiental, los cuales generan riesgos y vulnerabilidades en los territorios, con tendencia a empeorar y a ser más difíciles de remediar con el paso del tiempo y sumando los efectos del cambio climático. Solucionar estos problemas implica llegar a acuerdos, a tender esos puentes entre víctimas y victimarios, a pensar la reparación del ambiente como una reparación colectiva que nos beneficia a todos, incluyendo a las generaciones futuras.
Una guerra tan extensa como la nuestra hizo que el periodismo priorizara cierto contenido. La violencia acaparó la agenda informativa. ¿Cuál cree que debe ser el papel del periodismo científico en esta nueva etapa?Muy importante esta pregunta. Claramente, uno de los primeros aspectos que surgió luego de la firma del acuerdo fue la posibilidad de hacer expediciones científicas a lugares que por décadas estuvieron vetados para la investigación, y de contar esas expediciones. Esos relatos son esenciales para ayudar a conectar el país entero a esas realidades que parecen tan lejanas, pero que son la esencia misma de lo que es Colombia. Pero esa ventana duró poco porque tristemente la violencia regresó a esos territorios. En este momento el periodismo científico da la posibilidad de abordar preguntas complejas, preguntas que hilan desde las historias de vida en los territorios, hasta las trayectorias de cambio planetario y escenarios futuros. En medio de tanta información (y desinformación), el periodismo científico puede ayudar a confrontar a la sociedad sobre qué tan conectada está con la realidad socioecológica del país. Puede ayudar a superar esa disonancia cognitiva que nos impide actuar frente a la evidencia científica. Aunque suene muy ambicioso, el periodismo científico puede convertirse en un eje central para la educación de toda la sociedad, de conexión entre lo urbano y lo rural, de conciliación con la diversidad y de búsqueda de nuevos modelos de vida y de desarrollo basados en la conservación y el uso sostenible de la biodiversidad.(Siga leyendo: Mes del jaguar: ¿cuál es la situación de esta especie de América?).
¿Puede haber paz ambiental sin paz territorial?En el contexto colombiano, muy difícilmente. También depende de cómo se definan paz ambiental y paz territorial. El control de un territorio por parte de un actor del conflicto puede significar “paz ambiental” (por ejemplo, en términos de vedas a la caza de animales o controles a la deforestación), pero no significa necesariamente que haya “paz territorial”. Paz territorial tampoco implica que haya paz ambiental, si quienes habitan ese territorio desarrollan prácticas que causan degradación ambiental. Por esta razón, y en un sentido más amplio, la paz en los territorios debe incluir no solo la resolución de los conflictos asociados al acceso y uso de los recursos naturales, sino también las decisiones sobre cómo relacionarse con la naturaleza, cómo cuidarla, cómo usarla. Llegar a acuerdos sobre esas decisiones en territorios donde confluyen visiones tan distintas como las de los pueblos originarios, los campesinos, los latifundistas o las industrias extractivas es increíblemente difícil y complejo. Pero definitivamente posible.
TANTIA PARDO IBARRA
Para EL TIEMPO
Tatiana Pardo es periodista ‘freelance’ especializada en temas científicos. Esta entrevista fue publicada originalmente en la guía ‘El medioambiente, un desafío periodístico. Pistas para investigar y narrar conflictos socioambientales’, producida y publicada por Consejo de Redacción (CdR), con el apoyo de la Fundación Konrad Adenauer (KAS).