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Medio Ambiente

El médico que a los 74 años decidió que sería fotógrafo

Dos hermanos contemplan el atardecer a orillas del río Amazonas. La foto fue tomada en 1972 por Tomás Wilde.

Dos hermanos contemplan el atardecer a orillas del río Amazonas. La foto fue tomada en 1972 por Tomás Wilde.

Foto:Tomás Wilde

Fue siempre un hombre de ciencia. Al jubilarse, sus intereses cambiaron. Entrevista con Tomás Wilde.

Al terminar su vida profesional como médico urólogo, docente universitario y directivo del sector salud, Tomás Wilde Sondermann, profesor emérito de la Universidad Pontificia Javeriana, entre otro sin fin de títulos, se enfrentó a una pregunta: ‘¿qué voy a ser cuando sea grande’. Tenía 74 años.
La respuesta no fue un arrebato. Desde pequeño, al lado de su padre, un intelectual alemán aficionado a la fotografía, sintió una fuerte atracción por la cámara Leica que él siempre cargaba al rededor de su cuello. “Solo la podrás tener cuando aprendas a usarla”, le decía. No tardó mucho en hacerlo y fue cuando pasó a ser su dueño.
Cuando ingresó a estudiar Medicina en la Javeriana, era quien hacía las fotografías de los congresos. Sin embargo, de esas fotos poco recuerda. En su cabeza están muy presente las fotografías de paisajes, en especial una que hizo en Leticia a orillas del río Amazonas en 1972, y que incluyó en su primer libro Colombia: encuentros con su biodiversidad, que fue lanzado ayer de manera virtual debido a la emergencia sanitaria.
Poco a poco empezó a recorrer el país por los viajes de trabajo, con la familia de vacaciones o solo, sin ninguna excusa, siempre buscando retratar un país que por aquella época aún no conocía su lugar privilegiado en los rankings de biodiversidad.
Aunque varias de sus fotografías muestran esos paisajes de ensueño que muchos colombianos no conocen, sus personajes principales siempre fueron las aves, “esos animales extraordinarios podían estar parados en una rama y de repente podían arrancar a volar, y después de estar volando a una velocidad x, eran capaces de posarse en otra rama reduciendo su velocidad a cero”, dice Wilde en una entrevista con EL TIEMPO.
A pesar de que esperaba que este libro fuera sobre aves, desistió. En su biblioteca había decenas de libros sobre aves escritos por biólogos y ornitólogos. “Yo solo era un médico con muchas fotografías de buena calidad de aves”, dice. Por eso, tras un largo proceso de restauración, escritura y edición, decidió contar las crónicas de sus viajes a partir de cientos de fotografías para traer a la vida ecosistemas de gran valor y hechos históricos olvidados.
En la primera foto del libro hay dos niños viendo el atardecer en Leticia, Amazonas. ¿Qué significó esa primera imagen?
Era 1972 y hacía mi año social obligatorio en Leticia. Cuando terminaba mi trabajo en el Hospital San Rafael, al final de la tarde me iba a caminar por el pueblo cargando siempre mi cámara. Un día, me encontré la escena en la que están dos hermanos viendo el atardecer del río Amazonas, sentados en esa banca, al lado de un árbol.
Hice la foto, pero en ese momento y por muchos años yo tomaba era diapositivas. Para tener en buena calidad esta fotografía en el libro tuve que hacer todo un proceso para restaurarla y digitalizarla. En la parte superior, esa foto tiene una dedicatoria a mis padres y a mi hija Karen, que murió. En el libro cuento la historia de mi adorada Karen.
Su padre fue quien le inició en el mundo de la fotografía. ¿Quién era él para usted?
Mi padre nació en Berlín. Cuando vio la situación política que se estaba gestando en Alemania en 1933, decidió que no se quedaría, porque consideraba que Adolf Hitler estaba loco e iba a acabar con todo. En consecuencia, empezó a buscar trabajo fuera del país. Le otorgaron una representación de una imprenta alemana en Medellín. A los 26 años se vino en barco hasta Colombia, llegó a Medellín y empezó a trabajar. Por esa época, mi madre, también alemana, llegó con su familia a Medellín. Se conocieron y se enamoran. Cuando yo tenía cinco años –criado con arepa y frisoles– terminamos en Bogotá, por los estudios de mi padre.

A los 26 años se vino en barco hasta Colombia, llegó a Medellín y empezó a trabajar. Por esa época, mi madre, también alemana, llegó con su familia a Medellín. Se conocieron y se enamoran

Como siempre andaba con él, nunca le faltaba su cámara. Me decía: “Solo la podrás tener cuando aprendas a usarla”. Y así fue, su cámara Leica, muy bella, me la regaló con diferentes lentes, pero lamentablemente fue robada. La sacaron del carro cuando estaba parqueado al frente de la Universidad Javeriana. Sin embargo, él siempre me dijo: “No es la cámara, sino quien compone la fotografía”.
Una pigua chiriguare (‘Milvago chimachima’) fotografiada por Tomás Wilde, en 1996, en los alrededores de Puerto Gaitán, Meta.

Una pigua chiriguare (‘Milvago chimachima’) fotografiada por Tomás Wilde, en 1996, en los alrededores de Puerto Gaitán, Meta.

Foto:Tomás Wilde

¿Qué tipo de fotografías hacía él?
Retratos, fotos de la familia, y de sus viajes. Cuando regresaba de Europa, Grecia, Estados Unidos, mandaba a revelar los rollos de diapositivas. En esa época se demoraban 10 días. Y ese era el plan en la casa: sentarnos en la sala con un telón y un proyecto de diapositivas para ir contándonos los diferentes sitios en donde había estado. Así conocí muchas partes del mundo.
Al igual que su padre, usted empezó a viajar y a retratar los lugares que visitaba. Y muchos de ellos están en este libro que lanzó. ¿Creó algún vínculo con alguno en particular?
Cuando estaba terminando mis estudios de Medicina en la Javeriana viajé con mi primera esposa, Olga Winz, a Puerto Gaitán, Meta. En 1969, su papá era uno de los fundadores de la Asociación Colombiana de Piscicultura y Pesca y tenía un rancho en Puerto Gaitán. Él me enseño muchas cosas de fotografía y con él fuimos a los Llanos Orientales. Desde ese primer viaje me enamoré de los Llanos Orientales del Meta. De esos lugares hay algunas fotografías en el libro. Muchos años después viajé a la reserva natural de La Aurora, que queda en Casanare, donde tuve una experiencia maravillosa, porque allí hice muchas fotografías de aves. También conocí a llaneros maravillosos que todavía viven y que aún cuidan la fauna y la flora. Hoy, ese lugar es un gran sitio de visitas de extranjeros.
¿Cómo era viajar por Colombia en esa época, porque el libro también hace mención a hechos?
Viajar a Puerto Gaitán en 1960 era una odisea, tardabas nueve horas de viaje. Ahora, viajar a Villavicencio, desde Bogotá, te tomaba hasta seis horas, porque era una carretera estrecha. Además, tenías que cruzar por algunos puentes que eran de troncos y encima de ellos había una tabla de madera, que apenas ocupaban el espacio de las llantas de los carros. Eso era muy miedoso porque a un lado encontrabas el barranco y del otro, un gran precipicio.
Eran frecuentes los derrumbes o deslizamientos y accidentes. Muchos buses con personas se fueron abismo abajo. En este libro también cuento una tragedia que ya muchos colombianos olvidaron, y es el episodio de Quebrada Blanca, donde había un deslizamiento de una montaña y aunque la carretera estaba cerrada, algunas personas empezaron a recorrer este sitio y se vino la montaña abajo y quedaron sepultadas unas 400 personas. No pudieron rescatar los cadáveres y declararon ese sitio campo santo.
Un ‘colibrí coruscans’. En el libro, ‘Colombia: encuentros con su biodiversidad’, las protagonistas son las aves.

Un ‘colibrí coruscans’. En el libro, ‘Colombia: encuentros con su biodiversidad’, las protagonistas son las aves.

Foto:Tomás Wilde

Cuento una tragedia que ya muchos olvidaron, y es el episodio de Quebrada Blanca. Había un deslizamiento de una montaña y aunque la carretera estaba cerrada, algunos recorrieron el sitio 

 Se vino la montaña abajo y quedaron sepultadas unas 400 personas. No pudieron rescatar los cadáveres y declararon ese sitio campo santo

Si bien están estos episodios, los personajes principales de su libro son las aves. ¿Por qué no hacer un libro sobre ellas?
Sí, pretendía hacer un libro de aves de Colombia, porque ya tenía un número importante de buena calidad de aves. Desde pequeño me aficioné a ellas, me parecía extraordinario que un animal podía estar parado en una rama y de repente podía arrancar a volar, y después de estar volando a una velocidad x, era capaz de posarse en otra rama reduciendo su velocidad a cero.
Sus colores, sus cantos, todo eso me fue apasionando. Pero en la medida que seguía trabajando, pues me fui llenando de libros de aves, hasta que en un momento tuve más de una decena.
Entonces, como yo no soy ornitólogo, ni siquiera biólogo, no tenía sentido que hiciera otro libro de aves, y pensé en enfocarme hacia otro rumbo: contar en cinco capítulos los viajes que he hecho y al final de cada capítulo hay un apartado dedicado a las aves que fotografié en esas regiones.
El profesor Gary Stiles, que es un estadounidense y clasificó todas las aves de Costa Rica y que viven en Colombia hace muchos años, hizo la revisión y clasificación de todas las aves que están en el libro.
En efecto, usted habla del oficio del pajarero, que también es difícil de asumir...
Sí, es muy difícil fotografiar un ave silvestre con un celular o con una cámara común, porque las aves están muy activas en las primeras horas del día o al final, cuando no hay buena iluminación. Sin embargo, además de hablar desde mi afición como pajarero, también muestro la importancia de reconocer y conservar esas aves que tenemos. Por eso quiero que este libro llegue a manos de quienes toman las decisiones políticas para buscar un equilibrio en los hábitats, porque podemos lograr un desarrollo sostenible de las actividades humanas.
Sin embargo, vemos hoy, por ejemplo, que entre Villavicencio y Puerto López, Ecopetrol sembró miles de hectáreas de caña de azúcar con el fin de sacar de la caña alcohol carburante. Dañaron todo el hábitat de las aves y hoy sé que recientemente esa planta de alcohol carburante y ese cultivo fracasaron. Hay otros sitios donde han reemplazado el ecosistema natural de las aves por grandes cultivos de palma africana, unos árboles que no son amigables con las aves.
TATIANA ROJAS - @ElTiempoVerde
REDACCIÓN MEDIOAMBIENTE
EL TIEMPO
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