Tiene un hocico corto y puntiagudo y una joroba pronunciada. Su cuerpo verde oliva o café grisáceo puede alcanzar los siete metros de largo, el mayor tamaño de los cocodrilos del Neotrópico.
Se trata del caimán aguja (Crocodylus acutus), un reptil longevo que solo habita en manglares, lagunas, ciénagas y ríos de Sudamérica. Suele excavar grandes madrigueras y socavones en los bancos de los ríos, donde camufla hasta 80 huevos por postura.
Suele asolearse en las playas de los ríos durante el día, hasta que se sumerge en el agua cuando los rayos del sol lo agobian. Se reproduce en la época seca y las crías salen de sus cascarones con las primeras gotas de lluvia.
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Es una de las seis especies de cocodrilos que habitan en Colombia, en los ríos que conforman las cuencas del Caribe, Magdalena y Pacífico. Sin embargo, desde hace varias décadas está al borde de la desaparición por la mano del hombre.
Este caimán ha padecido por la cacería para aprovechar su piel y el conflicto con los humanos por supuestamente alimentarse del ganado. Además, su hogar se ha visto bastante amenazado por su reducción y deterioro, lo que ha llevado a su extinción en algunas zonas del país.
Por muchos años, este caimán estuvo catalogado en Colombia como una especie en peligro crítico de extinción, pero gracias a algunas medidas de conservación, como un programa en la bahía de Cispatá, en San Antero (Córdoba), bajó a la categoría de en peligro.
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En busca del caimán en CispatáGiovanni Ulloa y Clara Sierra, biólogos y esposos expertos en fauna silvestre y manglares, llevan más de dos décadas trabajando en el Caribe colombiano con los caimanes aguja, especie que fue objeto de una caza descontrolada porque estaba permitida.

Los biólogos y esposos Giovanni Ulloa y Clara Lucía Sierra.
Gavierofilms
“En 1950 se dieron las primeras alarmas por la disminución de la población, en especial en la zona Caribe y en el valle del Magdalena, donde los mataban con rifles”, afirma Ulloa.
Esto llevó a que, en 1969, el Inderena prohibiera su aprovechamiento o uso silvestre, medida que para el biólogo no fue exitosa. “Se aceleró la pérdida de su hábitat y el caimán quedó en abandono; nadie lo reconocía por su importancia ecológica”, señala.
Entre 1994 y 1995, un censo sobre las especies de crocodílidos de Colombia arrojó un panorama alarmante en la bahía de Cispatá: la presencia de solo cuatro caimanes aguja.
Sin embargo, según Ulloa, este conteo se basó en muestreos superficiales. Tres años después, cuando Ulloa y Sierra trabajaban en el proyecto de manglares de Colombia en el Caribe, empezaron a indagar sobre la verdadera población del caimán aguja en Cispatá.
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“Las comunidades aseguraron que habían visto varios caimanes en los manglares del antiguo brazo del río Sinú, lo que indicaba que no estaba tan impactado. Eso nos motivó a trabajar en una iniciativa que combinara los aspectos ecosistémico, social, comunitario y productivo”, afirman los biólogos.
Las comunidades aseguraron que habían visto varios caimanes en los manglares del antiguo brazo del río Sinú, lo que indicaba que no estaba tan impactado
Con una beca por 10 millones de la Fundación Natura, los expertos empezaron a recopilar información científica del caimán durante todo un año y así consolidar un inventario real, trabajo que contó con la participación de las comunidades.
Así lograron registrar más de 500 caimanes en Cispatá, un insumo científico que sirvió como base para el programa de conservación y recuperación del caimán aguja, liderado por el Ministerio de Ambiente, el proyecto Manglares de Colombia y los dos biólogos.

El caimán aguja solo habita en manglares, lagunas, ciénagas y ríos de Sudamérica.
Denis Cavanzo
Las charlas con las comunidades evidenciaron que el caimán peligraba por varios cazadores que saqueaban los huevos de los nidos y capturaban a las hembras para hacer un comercio ilegal o utilizar sus partes en prácticas de brujería.
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El trabajo de los biólogos se concentró en sensibilizar a los “caimaneros”, como se les conoce en la zona, quienes manifestaron querer ser parte del programa pero tenían dudas por la falta de creencia en el Estado.
“Poco a poco se fue generando confianza con los cazadores. Esto coincidió con un cambio en la normatividad ambiental, la cual le permitía a las comunidades aprovechar la fauna de una forma sostenible y con estudios científicos”, dijo Ulloa.
Con la participación de los antiguos cazadores inició el programa del caimán aguja, estrategia que está basada en dos líneas: reforzar la población silvestre y hacer un uso sostenible de la especie por parte de las comunidades de la bahía.
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La primera línea se basa en la identificación, recolección e incubación de huevos, crianza de los neonatos y liberación de juveniles cuando alcanzan un metro de largo, trabajo que fue posible a través de Asocaimán, asociación creada legalmente con 20 antiguos cazadores.
“En 2003, el Instituto Humboldt nos dio una beca por 10 millones de pesos para organizar Asocaimán, que en los últimos 16 años ha logrado liberar más de 14.000 caimanes en los manglares e incubar más de 21.000 huevos, las mayores cifras en el país”, informó Ulloa.
Según Sierra, este trabajo comunitario ha hecho renacer al caimán aguja en Cispatá. “De los cerca de 500 identificados en los primeros monitoreos, hoy en día la cifra supera los 2.000 caimanes, de los cuales más de 500 están en edad reproductiva”, agrega el experto.
Además de recoger los huevos para criarlos y luego liberarlos, los 20 antiguos cazadores y familias de pescadores de la bahía realizan ecoturismo y educación ambiental en la zona.
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“Los antiguos cazadores son visitados por los turistas que quieren conocer sus historias de vida. Estas comunidades no reciben un solo peso por sus labores de conservación; su único ingreso hasta ahora es del turismo”, asegura Ulloa.
El Distrito de Manejo Integrado de Cispatá ha sido indispensable en el renacer del caimán. “Con la Corporación Autónoma Regional de los Valles del Sinú y San Jorge (CVS) y el Instituto Humboldt, logramos consolidar un área protegida de 27.000 hectáreas para proteger al caimán”, destaca el biólogo.
Uso sostenibleEl caimán aguja hacía parte del apéndice I de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES), la cual prohibía su comercialización.
Por eso, para que el programa de conservación en Cispatá fuera exitoso para las comunidades, los investigadores tuvieron que demostrarle a los 180 países de la CITES que la especie estaba recuperada y podía ser utilizada sosteniblemente.
Luego de presentar la estrategia en varias Conferencias de las Partes (COP), en 2016 la iniciativa tuvo el aval cuando la especie pasó del apéndice I al apéndice II, que autoriza el comercio pero con un permiso o certificación.
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“Este fue el primer caso real de una estrategia de uso sostenible para una especie en peligro y el mayor triunfo en su conservación en el país porque tiene ganancia para la biodiversidad y las comunidades”, dijo Ulloa.
En enero de 2019, el Ministerio de Ambiente levantó parcialmente la prohibición para el comercio del caimán aguja en el Distrito de Manejo Integrado de Cispatá, decisión basada en los estudios realizados en la bahía que demostraron que sus poblaciones recuperaron el equilibrio.
La medida permite la recolección de huevos entre enero y abril en zonas identificadas y con previa autorización, los cuales serán llevados a incubación en la CVS para el manejo de neonatos y juveniles.
Según el Instituto Humboldt, esta cosecha solo podrá ser realizada por las comunidades de la zona autorizadas por CVS en el plan de manejo, es decir que quedará restringida a particulares o entidades.
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No faltan los lunaresAunque ya es un hecho la recuperación del caimán aguja en Cispatá y hay luz verde para su uso sostenible por parte de la comunidad, el programa se está quedando sin gasolina.
“Desde hace cinco años la iniciativa fue abandonada por la CVS. Aunque le presentamos los lineamientos del plan de manejo para que la comunidad pueda hacer el uso sostenible, la corporación no lo ha consolidado”, reveló Ulloa.
El programa ha cosechado sus mayores frutos en el tema de investigación. Pero la victoria es parcial porque no se ha concretado el uso sostenible
Según el biólogo, el plan de manejo debe precisar cuántos huevos puede coger, incubar, criar y vender la comunidad, además de los recursos para proyectos sociales, las actividades de educación, el seguimiento a la salvaguarda y los documentos científicos.
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“El programa ha cosechado sus mayores frutos en el tema de investigación. Pero la victoria es parcial porque no se ha concretado el uso sostenible por la falta de interés y voluntad política de algunas entidades. El plan de manejo tendría que estar listo desde hace cuatro años”, agrega.
El año pasado, las comunidades del programa se ganaron un premio por 90 millones de pesos del Ministerio de Ciencia y Tecnología, dinero con el que están trabajando actualmente. “Esperamos que la CVS se vuelva a involucrar en la estrategia”, puntualiza Ulloa.
Los salvadores del caimán aguja manifiestan que este modelo no puede quedar en el olvido. “Esta estrategia puede ser replicada en La Mojana, el Canal del Dique y otros sitios anfibios. Al contar con proyectos productivos para las comunidades, otras especies amenazadas pueden tener una segunda oportunidad de vida”, destaca el experto.
Por su parte, Sierra puntualiza que este programa es único a nivel mundial, ya que en ningún otro sitio se ha hecho un seguimiento de más de 16 años a una especie de cocodrilo. “Hemos recibido reconocimientos como el mejor proyecto de Latinoamérica en conservación de cocodrilos y una de las 60 mejores estrategias en biodiversidad”, finaliza.
JHON BARROS
Especial para EL TIEMPO
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