Dan Gamboa la llama ‘la nube’.
‘La nube’ parece engullir al sol; parece obligarlo a escurrirse, agónico, por el cielo, desde un punto del horizonte hasta su lado opuesto, como una canica rosada.
‘La nube’ se desliza sobre el cielo chino de Changshá, la ciudad en la que vive Dan, pero no empieza a existir cuando desgarra al sol sino antes, mucho antes. A veces, ‘la nube’ se ve, gestándose a la distancia, cuando se queman pastizales a las afueras de la ciudad, cuando el esmog de fábricas periféricas se eleva por encima de sus chimeneas industriales.
Pero ‘la nube’ también busca la altura de los humanos, de los árboles, de las calles: se convierte en una bruma gris, una bruma densa que envuelve a los carros, los edificios, las personas a las que uno, en un día despejado, fácilmente podría ver a 500 metros de distancia. A todos los vuelve sombras.
‘La nube’ no distingue entre los ríos ni las montañas que caracterizan la belleza natural de Changshá. ‘La nube’ no distingue entre las arboledas de sus parques, sus lagos ni el centro de la ciudad.
‘La nube’, cuando tapa al sol, insta a que el gobierno chino le recomiende a la gente no salir de sus casas. “Y eso suele salir en los noticieros: ’El Gobierno ha decretado dos días sin clases’ o demás. Pero gran parte de la población en Changshá, por lo que veo todos los días, no le hace caso a eso”, dice Dan Gamboa (colombiano), vía Skype, desde el otro lado del mundo.
‘La nube’ insiste con su presencia aunque, por ejemplo, en Changshá se desaliente el uso de motocicletas de combustión; aunque, por ejemplo, periódicamente salgan camiones con cañones de niebla a rondar las calles y hacer descender sus partículas al suelo; aunque esto signifique que, en China, deben prácticamente fabricar lluvia para enfrentar ‘la nube’.
Aún así, los habitantes de Changshá deben encararla con frecuencia. El año pasado, según un informe publicado por la ONG Greenpeace y IQAir (una compañía internacional de medición de calidad del aire), ‘la nube’ cubrió la ciudad con un promedio de 45.8 microgramos por metros cúbicos (μg/m3) de partículas PM2.5 (son una medida representativa de la contaminación del aire: contienen hollín, químicos, polvos minerales y agua que, en exceso, causan enfermedades del corazón, de la respiración e incluso cáncer).
La medida promedio anual considerada no peligrosa por la OMS es de 20μg/m3, aunque el ideal debería ser un gran y redondo cero. Y, por supuesto, en Changshá algunos días están muy, muy alejados de una cifra de uno o dos dígitos.
Estos datos implican que, en el ránking del mismo estudio de GreenPeace y IQAir, Changshá se encuentra en un contexto similar al de la ciudad de Yakarta (Indonesia), cuyo promedio de presencia de material particulado en el 2018 fue de 45.3 μg/m3 y, por ese y la presencia de otros contaminantes, se encontraba entre las diez ciudades con peor calidad del aire del mundo.
Y Dan cuenta que, sin embargo, en Changshá (una ciudad considerada pequeña en China en comparación con otras como Shangai o Beijing), la gente desobedece porque necesita trabajar, ganar su sustento diario, moverse. La gente debe seguir respirando aunque ha habido días de mayo de este año en los que la calidad del aire de esa ciudad llegó a presentar una peligrosa concentración de 57.9 μg/m3 de partículas de PM2.5.
Todos deben seguir respirando el aire de ‘la nube’ aunque sea de los más dañinos del planeta.
Dan Gamboa es arquitecto. Trabaja en un edificio hermético que, gracias a sistemas internos de purificadores de aire, lo recicla: las ventanas están cerradas permanentemente, a diferencia de los edificios usuales en Colombia en los que la ventilación cruzada es necesaria de refrescar una habitación. En Changshá, en los días en que ‘la nube’ no permite siquiera ver a lo lejos el rascacielos de Changsha IFS (que tiene más de 450 metros de altura, casi el doble del edificio BD Bacatá, el más alto de Colombia en este momento), Dan evita salir a la calle cuando puede. Sin embargo, cuando debe hacerlo, lo hace con un tapabocas filtrador de partículas PM2.5.
Una vez se lo pone, se ve así:

Dan Gamboa es arquitecto y, en el 2018 ganó el premio de arquitectura Skycity Challenge para intervenir el rascacielos J57 de Changshá (China). Gracias a eso, llegó a vivir en esa ciudad.
Dan Gamboa
Remite a un disfraz cyberpunk más o menos elegante.
Trata de llevarlo siempre a donde quiera que vaya en la ciudad. Pero, con tapabocas o sin él, con mascarilla sofisticada o con la nariz y la boca a la intemperie, “lo más ‘posapocalíptico’”, opina Dan, “es saber que tienes esa amenaza al frente y que incluso hay gente aquí que lo niega, que dice que el aire no está mal sino que siempre ha sido así”.
Pareciera que estuviera hablando de una película basada en una teoría de conspiración. Imaginen ese filme en cartelera: ‘La nube’ al acecho, o algo así.
Las escenas casi surreales que describió Dan (ese sol oculto tras material particulado, esa ciudad oscurecida por el esmog de la vida industrial de China) se manifiestan, también, en síntomas personales. Desde que llegó a China en el 2018, el impacto de su calidad del aire se hizo notar.
Pasó un día después de pisar aquella nueva tierra para él: sintió los ojos irritados, resecos; la garganta carrasposa le causaba fatiga. Le comentó sobre esos síntomas a un amigo suyo que vivía en Hong Kong y él le explicó, tranquilo, que no se preocupara tanto, que todo eso era por el aire, el “mal aire”. Se lo dijo en un país en el que, según la experiencia de Dan, comprar un tapabocas es tan común como conseguir un chocolate en cualquier tienda; un país en el que un transeúnte puede decirte en cualquier momento qué hora es y, también, cuál es el índice de la calidad del aire de aquel día.
Changshá se encuentra en un contexto similar al de la ciudad de Yakarta (Indonesia), cuyo promedio de presencia de material particulado en el 2018 fue de 45.3 μg/m3.
Oriundo de Cúcuta, Norte de Santander, Dan llegó de un país diferente en el que el uso de tapabocas filtradores no es un paisaje al que aún nos hemos acostumbrado. Por eso el nuevo escenario chino se convirtió en un cambio de hábitos para él. “Lo de la calidad del aire nunca lo había visto como un elemento palpable de mi realidad estando en Colombia, como algo más cercano, hasta que empecé a vivir acá en China y empecé a ver cómo la transforma los hábitos de la gente y más cuando me he enfermado”, cuenta.
Aunque el informe de Greenpeace y IQAir halló que las concentraciones promedio de contaminantes disminuyeron en un 12% en las ciudades chinas entre 2017 y 2018, en China hay tapabocas de varios estilos y ‘pieles’ para, al menos, lucirlos, sentirse cómodos con ellos. Es un negocio necesario.
El día de su llegada a China, Dan compró un tapabocas ¡con cara de oso! Y, meses después de su llegada, durante cinco días entre noviembre y diciembre del 2018, Dan tuvo fiebre. Sentía ese malestar en la garganta que lo había molestado la primera vez que había llegado a China. Solo que, aquella vez, la densidad de ‘la nube’ era tal que parecía que el invierno había traído otro tipo de oscuridad a Changshá.
“Llevaba días sin poder ver el sol”, cuenta él. “Y eso afecta mucho el ánimo”.
Este video fue tomado a mitad de mayo del 2019. Aunque el día de la grabación acababa de llover hacía pocas horas, el agua no logró aplacar el esmog de la ciudad. Video: Dan Gamboa
Así, obnubilado de una manera distinta a como se había enfermado en otros momentos de su vida, también le llegó una debilidad muscular que lo incapacitó de hacer mayor cosa. “En el sistema de salud me dijeron que eran efectos simplemente de la mala calidad del aire porque no estaba acostumbrado a él”, recuerda.
Entre noviembre y diciembre del 2018, el índice de la calidad del aire en Changshá (que, para estándares internacionales, incluye la medición de presencia de partículas PM2.5. y otros contaminantes) alcanzó a llegar a 316. Un índice de 300 a 500 puntos es considerado peligroso para la salud humana y, según la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos, el ideal debería estar entre 0 y 50 puntos.
‘La nube’, en Changshá, se puede poner muy, muy oscura.
Dan llegó a esa ciudad porque en el 2018 ganó el premio Skycity Challenge que buscaba intervenir el rascacielo J57 de Changshá y, aunque cuenta que tiene una buena calidad de vida allá, no se ve viviendo en esa ciudad más de tres años.
“Es una ciudad básica, se podría decir. Los primeros años supongo que está bien pero ya después de tres años uno puede pensarse en salir de la ciudad”, comenta. “Pero, inicialmente la calidad del aire sí es un factor que sería número uno en mi consideración de irme de Changshá”.
No ha recibido visitas de amigos o familiares desde que está allá. Algunas veces ha querido que su mamá, que vive en Colombia, pudiera visitarlo en China pero, con ese entusiasmo y todo, tiene que pensarlo dos veces porque no sabe qué tan bueno sería para su salud. Ella supera los 70 años.
En Colombia, ‘la nube’ no ronda las ciudades principales de la misma manera que en Changshá: según el Observatorio Ambiental de Bogotá (OAB), el promedio de partículas PM2.5 el año pasado fue de 24 μg/m3 en Bogotá y, en Medellín, durante el mes de marzo presentó días con concentraciones de PM2.5 de entre 38 y 55 μg/m3. Estas ciudades presentan cifras por encima de las recomendadas por la Organización Mundial de la Salud pero ¡menos mal no estamos como China!
Sin embargo, cuando Dan viaja a Bogotá, un par de veces al año, siente que la calidad del aire en la capital ha empeorado en los últimos cuatro años. De hecho, según indicadores de la OAB, pasó de un promedio de 19μg/m3 en 2016 a 24μg/m3 en 2018. No es raro que, para él, esa capa de esmog que se ve a la lejanía, cuando el avión aterriza en el aeropuerto El Dorado, densa y gris, se sienta familiar.
Este texto hace parte de la serie #ElAireQueNosMata, historias de colombianos que conviven con la peor contaminación del aire en distintas ciudades del mundo. Puedes leer la primera historia aquí.
MARU LOMBARDO, autora de esta historia, es periodista y productora de pódcasts de la sección de Especiales digitales de EL TIEMPO y literata de la Universidad de los Andes. Puede escribirle al correo marlom@eltiempo.com.