Alcanzar para 2050 un mundo con cero emisiones netas es una de las grandes metas que se han marcado las principales economías mundiales. Pero eliminar la misma cantidad de emisiones de carbono que la que producimos es, hoy día, un objetivo ambicioso. Tanto, que requiere actuar de manera inmediata. No obstante, una de las preguntas legítimas que preceden cualquier puesta en marcha es: ¿para qué vamos a movilizarnos? O, dicho de otro modo, ¿cómo será nuestra vida de aquí a 30 años si conseguimos reducir el total de las emisiones de gases de efecto invernadero?
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Viajar a un mundo más sostenible que celebra el fin de la descarbonización es complicado. Y antes de empezar a elucubrar sobre el futuro, quizá conviene detenerse en el presente más cercano: en la COP26, celebrada el pasado noviembre en Glasgow. Seguramente, si en la última cumbre del clima los gobiernos hubiesen alcanzado pactos más ambiciosos para la acción climática, este ejercicio sería más sencillo. Sin embargo, no ha sido así, y dicha Conferencia acabó por recordar que las tensiones geopolíticas siguen primando sobre la urgencia medioambiental. La que estaba considerada como “la última oportunidad para salvar al planeta” ha dejado más dudas en el aire que respuestas. Una situación que, de entrada, nos lleva a cuestionar si se alcanzarán los ambiciosos objetivos de reducción de emisiones definidos por la comunidad científica para evitar que las consecuencias del cambio climático sean irreversibles.
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En el libro 'The Future We Choose: Surviving Climate Crisis', sus autores, Tom Rivett-Carnac, cofundador de Global Optimism, y Christiana Figueres, exsecretaria ejecutiva de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, plantean dos escenarios. Uno –el más drástico de los dos– en el que no se han cumplido los compromisos del Acuerdo de París y otro –el optimista– en el que sí.
Y eso no es todo: la calidad del aire es tan mala que la contaminación se convierte en una de las principales causas de muerte en el planeta
En el primero resulta difícil respirar debido a los estratosféricos niveles de contaminación y a unas temperaturas que alcanzan los 60 grados en gran parte de las ciudades. Las escasas e impredecibles lluvias no son una garantía para las cosechas. Ni siquiera para las de China, donde se intenta utilizar la tecnología para manipular la naturaleza y crear artificialmente nubes que revivan los verdes prados en los que ahora no hay más que desiertos. Sin embargo, la estrategia del país asiático parece no funcionar del todo: la lluvia ácida mata a las plantas y muchas cosechas comienzan a crecer bajo tierra. Y eso no es todo: la calidad del aire es tan mala que la contaminación se convierte en una de las principales causas de muerte en el planeta. Sobre todo en el sudeste asiático y en África central, porque la brecha entre las sociedades ricas y las pobres se ha convertido en un abismo imposible de cruzar.
En esta distopía, la transición energética está lejos de ser justa. La vida es vista a través de mascarillas especiales para respirar y para mitigar el daño de los rayos ultravioletas. El desierto del Sáhara, que en el pasado solo estuvo en África, ahora abarca buena parte de España, Francia, Italia y Grecia. Barcelona y Hong Kong llevan años desalinizando el agua marina desesperadamente, y buena parte de lo que fueron antiguos “paraísos” ahora son páramos inhóspitos. Todo eso sucede en un escenario donde la temperatura global tuviese un aumento de 3 °C.
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Ese todavía ficticio futuro no es muy distinto al que sugiere el naturalista británico sir David Attenborough en su documental 'A Life on Our Planet'. De acuerdo con el experto, si permitimos que la temperatura global aumente en 2 °C, el desastre ecológico global sería brutal, aunque todavía podríamos salvar algo. Sin embargo, en caso de alcanzar un incremento de 3 o 4 °C, nos quedaríamos sin la posibilidad de enmendar nuestros errores. Estaríamos entonces ante un panorama desolador en el que los casquetes polares se habrían derretido al completo y los desiertos abarcarían lo que alguna vez fueron prados y selvas. En pocas palabras: quedaríamos condenados a la sexta extinción masiva en la historia de la Tierra, tal y como advierte el economista Jeremy Rifkin en su libro 'The Green New Deal'.
¿Qué pasaría si efectivamente consiguiésemos limitar el aumento de la temperatura por debajo de 1,5 °C? Ese es el segundo escenario que nos propone el libro de Figueres y Rivett-Carnac. En ese mundo se respira aire limpio en las ciudades, donde se ven árboles por doquier, ya que las inversiones –privadas y públicas– han financiado la campaña de plantación de árboles más grande de la historia. Por las calles se ven menos carros, más personas pasean y los niños juegan fuera de sus casas.
En esa idílica fotografía de un 2050 sin emisiones contaminantes, las urbes son más limpias. Madrid, por ejemplo, ya no está al borde de la desertificación, y un proyecto urbanístico verde la rodea. En EE. UU., los viajes se hacen con trenes eléctricos de supervelocidad y no en avión. Además, la gente come de manera más saludable debido al gran control sobre las industrias basadas en la explotación de productos cárnicos de baja calidad y los alimentos procesados.
En una descripción más palpable, Mark Campanale, fundador del think tank Carbon Tracker, se muestra optimista y explica a Ethic que, en su opinión, el mundo seguirá apostando por la rápida transición hacia las energías limpias y renovables para definitivamente eliminar las emisiones. “Será la primera vez en la historia de la humanidad en la que no necesitaremos quemar algo para calentarnos, cocinar o transportarnos. No obstante, en 2050, el planeta seguirá curándose por los estragos causados por la deforestación, el daño en los océanos y la acumulación de basura en la biosfera durante los 150 años anteriores”, sostiene.
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Para él, la concepción sobre el uso de la tierra y la agricultura habrá cambiado hacia un sistema de producción más diverso y especializado, uno menos basado en la producción masiva de carne y más enfocado en los vegetales. Respecto a los sistemas climatológicos naturales que han prevalecido durante los últimos 10.000 años y al cambio climático, Campanale cree que sí veremos modificaciones: habla de efectos catastróficos de los que ya somos testigos hoy en día. Pero comenta que para mediados de este siglo los esfuerzos para contrarrestar esos cambios ya serán perceptibles. La población mundial alcanzará su pico en 2040, y a partir de entonces se estabilizará. Es decir, que para 2050 ya estaremos firmes en el camino de la recuperación medioambiental.
¿Y si no se cumplen los objetivos para entonces? “Las energías limpias, con las que podremos asegurar un futuro prominente y un medioambiente más sano, ya están disponibles y funcionando en muchos países. En términos generales, son más baratas y mucho más eficientes que aquellas que dependen de combustibles fósiles. Lo único que podría frenar esta rápida transición hacia un mundo más sostenible serían los fallos gubernamentales al momento de implantar estas políticas y estos sistemas”, opina Campanale.
El Observatorio Salud y Medio Ambiente, publicado por DKV y Ecodes, exhibe algo que la Organización Mundial de la Salud ha suscrito en múltiples ocasiones: que el calentamiento global es la gran amenaza para la salud en el siglo XXI. Incluso más que la actual pandemia del coronavirus. Tal afirmación se basa en una larga lista de afecciones que ya padecemos y que tienen que ver tanto con las muertes por las olas de calor como con las enfermedades derivadas de una mala calidad del aire. Basta fijarse en los últimos años, en los que han aumentado las muertes por cánceres de piel y las enfermedades cardiovasculares, renales y respiratorias, así como cataratas, alergias, y aquellas relacionadas con los piquetes de mosquitos, como el dengue, el zika, la malaria, la fiebre amarilla o el paludismo. Y la lista continúa.
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Pero si confiamos en la suma de voluntades y esfuerzos individuales, de las empresas, de la gente, de las colectividades en conjunto con las administraciones, entonces sí podemos ser más optimistas
Desde el Observatorio Salud y Medio Ambiente insisten en que la cuestión no pasa solo por centrarse en la eliminación de las emisiones contaminantes, sino también por renaturalizar el planeta. “Hay que invertir mucho en tecnologías nuevas y limpias para lograr los objetivos de cero emisiones y compensar los efectos derivados de la actual crisis ecológica. Desafortunadamente, todavía queda mucha inversión y subvención para las energías fósiles, y en Glasgow no hemos visto que eso se haya resuelto”, sostiene Josep Santacreu, consejero delegado de DKV.
“Si nos fiáramos solo de los acuerdos entre los gobiernos, el futuro no sería promisorio. Pero si confiamos en la suma de voluntades y esfuerzos individuales, de las empresas, de la gente, de las colectividades en conjunto con las administraciones, entonces sí podemos ser más optimistas”, añade, y cita a Ban Ki-Moon, exsecretario general de Naciones Unidas: “Somos la primera generación que puede acabar con el hambre en el mundo y la última en resolver el desastre climático”. Santacreu se responde a sí mismo: “Lo cierto es que no hemos hecho ni la primera ni la segunda”.
Por su parte, la Agencia Internacional de la Energía (IEA, por sus siglas en inglés) responde a la pregunta vertebral de este reportaje con los puntos más destacados de su informe World Energy Outlook 2021. “En la nueva economía energética, las tecnologías limpias representan una enorme oportunidad de negocios y de inversión a nivel internacional. Estimamos que si el mundo se encamina hacia las cero emisiones netas para 2050, la oportunidad de mercado anual para los fabricantes de turbinas eólicas, paneles solares, baterías de iones de litio, electrolizadores y pilas de combustible se multiplicará por diez, hasta los 1,2 trillones de dólares, aproximadamente”. Y explican que esa cifra sería 3,5 veces mayor que el escenario que se contempla ahora mismo. “Estos cinco elementos por sí solos serían más grandes que la industria petrolera actual y sus ingresos asociados”, señalan.
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De acuerdo con la IEA, de aquí a 30 años, el sector energético se basará principalmente en energías renovables. Dos tercios del suministro total de energía provendrán de la energía eólica, solar, bioenergética, geotérmica e hidráulica. Además, la energía solar se convertirá en la fuente más importante y representará una quinta parte de los suministros de energía en el mundo. Estas estimaciones están recogidas en Roadmap to Net Zero by 2050 (una “hoja de ruta” hacia un 2050 sin emisiones), donde explican que para mitad de siglo las energías limpias podrán proporcionar electricidad a alrededor de 785 millones de personas que aún no tienen acceso a ella. También insisten en que la reducción de emisiones debe de ir de la mano de proyectos que garanticen el acceso a ese tipo de energías para todo el mundo en 2030.
Respecto al impacto en la salud, en la IEA consideran que la transición energética podría evitar hasta 2 millones de muertes prematuras en el mundo causadas por la contaminación en el aire. Para la agencia está claro: “Si para 2030 existe el acceso universal a las energías limpias, los países en vías de desarrollo vivirán una época de desarrollo y mayor productividad”.
MAURICIO HDEZ. CERVANTES
Revista Ethic (*)
@mauhercer1
(*) Ethic es un ecosistema de conocimiento para el cambio desde el que se analizan las últimas tendencias globales a través de una apuesta por la calidad informativa y bajo una premisa editorial irrenunciable: el progreso sin humanismo no es realmente progreso.
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