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Medio Ambiente

Caquetá: entre la deforestación más intensa y las nuevas especies

Belén de los Andaquíes es uno de los municipios más verdes del departamento de Caquetá, el más deforestado de Colombia.

Belén de los Andaquíes es uno de los municipios más verdes del departamento de Caquetá, el más deforestado de Colombia.

Foto:Tatiana Pardo Ibarra

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En el Parque Municipal Andakí, científicos hallaron 47 animales y plantas nunca antes vistos.

En los árboles de mango de Belén de los Andaquíes, en Caquetá, fueron atados civiles acusados por ser guerrilleros o colaboradores de la guerrilla. La tranquilidad del municipio terminó a mediados del año 2000 cuando se instaló una facción del Frente Sur Andaquíes del Bloque Central Bolívar y con él el terror y la muerte. El pueblo con el nombre más bonito de Colombia, como lo suelen llamar, vivió en carne propia la encrucijada de la guerra: el confinamiento y amedrentamiento de su gente, la tortura y el descuartizamiento, el asesinato y la desaparición forzada.
“Los niños no regresaron al colegio, la tierra no volvió a ser cultivada y las vías ya no eran transitadas para conectar los pueblos, sino que se convirtieron en un tránsito de miedo (…). Los habitantes se vieron obligados por órdenes del Frente a permanecer en sus casas luego de las seis de la tarde y a tolerar que un grupo armado indicara la forma en que la población debía comportarse”, detalla un informe del Centro Nacional de Memoria Histórica.
Recorrer ahora sus calles, en una tarde soleada y silenciosa de octubre, con una brisa espesa pero necesaria para este bochorno, es transitar por un nuevo capítulo de la historia que, como la violencia, genera incertidumbre y zozobra. La población belemita ha puesto todo su empeño en convertir a esta tierra en la más verde y próspera del Caquetá, históricamente el departamento más deforestado de Colombia, donde solo entre 2010 y 2016 se han perdido 145.507 hectáreas de bosque natural, producto de la expansión de la frontera agropecuaria, el acaparamiento de tierras, los cultivos ilícitos, la colonización y la minería que se ensañan y se amañan en este territorio.
Belén de los Andaquíes, sin embargo, es un municipio con bastante cobertura boscosa gracias a que tiene una gobernanza forestal fuerte, con comunidades organizadas y conscientes del poder de la conservación”, afirma Gustavo Galindo, del Sistema de Monitoreo de Bosques del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam).
Galindo me mostró un mapa que tiene en puntos rojos los focos de deforestación registrados en Caquetá durante el año 2017. San Vicente del Caguán y Cartagena del Chairá, más exactamente en una zona conocida como Ciudad Yarí, son los municipios más transformados. Solo en estos dos lugares se arrasaron 21.228 hectáreas de bosque natural, de las 26.544 que perdió todo el departamento en el 2016.
“Los focos suelen ser persistentes, aunque se han intensificado tras la firma de la paz con el grupo guerrillero de las Farc”, advierte el experto.
Conscientes de ese panorama, de manera colectiva los lugareños de Belén han logrado declarar 10 áreas protegidas, ocho de carácter municipal, que juntas suman una extensión de 71.000 kilómetros cuadrados.

A la caza de ‘bichos’

En una de estas áreas, en el Parque Natural Municipal Andakí –cubierto por vastas extensiones de bosque húmedo tropical que representan un área de conectividad biológica entre los Andes y la Amazonia– 2.700 especies de flora y fauna fueron recolectadas por 60 expedicionarios que, aprovechando los manjares de la paz, se adentraron a un territorio hasta entonces inexplorado.
Lo que encontraron –durante los 20 días que estuvieron allí, con equipajes a sus espaldas que pesaban varios kilos– fue sorprendente: 47 posibles nuevas especies para la ciencia, 23 especies categorizadas con algún grado de amenaza en el país, 41 endémicas y 190 primeros registros para la biodiversidad de Colombia.
Con José Ramsés, herpetólogo e investigador del Sinchi (instituto que lideró la expedición) recorremos el famoso Camino Andaquí, por donde hace cien años los indígenas andakíes abrirían camino para huir de los españoles durante la Conquista. Por donde después, a punta de machete en mano, romperían la trocha comerciantes de caucho, quina y pieles; mineros, ganaderos, cocaleros, grupos armados.
La expedición –que se realizó como parte del programa ColombiaBio, liderado por Colciencias– hizo lo que se conoce como un inventario rápido: en pocos días los investigadores tienen que intentar sacar la mayor cantidad de información posible en cada una de las especialidades: mamíferos, aves, peces, reptiles, macroinvertebrados acuáticos, hongos y perifiton.
Ramsés y su equipo salían de noche, cuando los animales duermen o tienen movimientos más lentos y son fáciles de agarrar con las manos. Solo llevaban un par de linternas y algunos ganchos para coger serpientes grandes.
Después de capturado el ‘bicho’, cuenta Ramsés, se mete en una bolsa de tela, preferiblemente de algodón y humedecida para que el animal no se deshidrate, y se lleva hasta el campamento. A la mañana siguiente, las muestras recolectadas son clasificadas de acuerdo con la especie a la que pertenecen, se les toma una foto de registro, y en una agenda, los investigadores anotan características como coloración, peso, tamaño y lo que el animal estaba haciendo cuando fue capturado (estaba en el suelo, cantando o se estaba reproduciendo).
La siguiente etapa es sacrificar al animal. “Las ranas las sumergimos en un analgésico que se llama cloretona, y a los reptiles les aplicamos una inyección al corazón de xylocaina”. Los anfibios pequeños se colocan en una bandeja con formol al 10 por ciento (más haría que se deshicieran rápidamente, como galletas en leche) y allí se dejan un día hasta que “quedan tiesos, para ser etiquetados”.
Cuando los científicos ya llegan al laboratorio, en Leticia o Bogotá, sacan a los animales del formol y los sumergen en agua. “Las ranas se quedan allí hasta tres días y los reptiles de ocho a 10 para luego ser guardados en alcohol al 70 por ciento”. Después podrán ser usados por otros científicos para futuros análisis. El ‘bicho’, al final, queda con dos etiquetas: una de campo (la expedición) y otra de la colección, a la que ahora pertenece.
El trabajo no ha acabado allí. Empieza un proceso arduo e interesante: verificar si algunos de los especímenes que recolectaron es una especie nueva para la ciencia o no. Una tarea que requiere de tiempo y de colegaje, nacional e internacional. “En campo ya uno empieza a sospechar cuándo puede ser una especie nueva porque no la hemos visto nunca. Aunque también es cierto que no nos las sabemos todas, entonces toca buscar bibliografía, comparar, preguntarles a otros científicos, visitar otras colecciones y, luego sí, describir la especie, ponerle un nombre y publicar en una revista científica”, relata Ramsés.
Algunas ya tienen nombre. Al lagarto Gelanesaurus pax, por ejemplo, del latín pax, lo bautizaron así en homenaje a la firma de la paz con las Farc que está permitiendo
la entrada de científicos a zonas antes inexploradas e inaccesibles de Colombia.
Hoy, en el departamento más acorralado por la deforestación en el país, donde a través de imágenes satelitales fácilmente se pueden ver las carreteras quebrando el bosque, y donde los lugareños hablan de “mafias” que llegan a tumbar extensas áreas con árboles, incluso, amenazando a la gente, los investigadores, reunidos en un pequeño coliseo del pueblo, hacen un llamado al Gobierno para “hacer presencia efectiva y así poder hacer ciencia”.

El potencial económico de la biodiversidad

Dairon Cárdenas, coordinador del Programa Ecosistemas y Recursos Naturales del Sinchi, fue el líder científico de la expedición en el Parque Municipal Andakí. El biólogo paisa, con acento fuerte y arrastrado, lleva más de dos décadas estudiando la flora de la región amazónica; describiendo las plantas útiles, amenazadas e introducidas. Dairon es un convencido de que la paz solo existe, especialmente en estos territorios, cuando el estómago está lleno y hay oportunidades laborales.
Dairon Cárdenas, coordinador de la expedición científica en el Parque Municipal Andakí, Caquetá.

Dairon Cárdenas, coordinador de la expedición científica en el Parque Municipal Andakí, Caquetá.

Foto:Tatiana Pardo Ibarra

¿Cuál es la importancia de haber hecho esta expedición en el PNM Andakí?
Es un bosque húmedo tropical en muy buen estado de conservación. Lo escogimos como escenario de la expedición dado que representa un área de conectividad biológica entre los Andes y la Amazonia, que va desde los 2.000 hasta los 500 metros sobre el nivel del mar.
Ahora, ya conociendo una porción de su biodiversidad, tenemos que hacer grandes esfuerzos por conservar este parque para mantener el flujo genético entre ambas regiones. Si se rompe, muchas especies entran en un estado de amenaza producto de la transformación del hábitat natural, que puede llegar a generar la desaparición de muchas especies, incluso algunas que aún no conocemos.
¿De qué manera tuvieron en cuenta a la comunidad local?
Belén de los Andaquíes es un municipio verde. La gente está empoderada con los temas de conservación, así que algunos de ellos fueron los guías científicos que nos acompañaron.
En el Sinchi tenemos una política clara: no nos metemos con el conocimiento tradicional de las comunidades locales, no nos metemos en sus sitios sagrados sin su autorización y nunca tomamos una muestra sin el acompañamiento de ellos. Así que este caso no fue la excepción; la expedición ColombiaBIO está mostrando que la gente se puede apropiar de sus recursos naturales, valorarlos (porque ahora los conocen) y protegerlos.
¿Tras la firma de la paz con las Farc, a qué le teme, siendo usted un científico?
Le temo a la incapacidad del Estado colombiano para proteger lo que antes estaba siendo protegido por grupos al margen de la ley. Nos preocupa el escenario a futuro y vemos con mucha debilidad las acciones de conservación que se están haciendo. El posconflicto debería incluir procesos de capacitación para los desmovilizados. Los necesitamos a ellos aquí, conservando la biodiversidad de estos territorios, siendo guardianes del bosque o guías turísticos en un lugar que conocen mejor que nadie. No creo que un foráneo, ajeno a estas tierras, pueda cuidarlas mejor.
¿Dice que de alguna manera las Farc protegieron estos bosques?
Sí, y no necesariamente con las mejores intenciones, pero es muy frecuente ver que ellos tenían letreros con mensajes como “prohibida la tala, la quema, la caza”. Tenían unas normas claras en materia ambiental. Los sitios que ahora han sido abandonados por las Farc están siendo sometidos a una transformación de la cobertura natural bastante intensa y preocupante.
En Belén de los Andaquíes la comunidad se organizó para declarar áreas protegidas y conservar ecosistemas.

En Belén de los Andaquíes la comunidad se organizó para declarar áreas protegidas y conservar ecosistemas.

Foto:Tatiana Pardo Ibarra

¿Cuál espera que sea el escenario ideal?
Yo quisiera, como investigador pero especialmente como colombiano, tener la oportunidad de vivir en un país más equitativo. Hasta que no tengamos eso, será muy difícil conseguir la paz. Por suerte hemos firmado un acuerdo con este grupo armado pero todavía hay mucha gente con desnutrición, sin acceso a educación de alta calidad, sin servicios dignos de salud, sin un lugar donde dormir. Son escenarios que generan tristeza pero también rabia e inconformismo, y esa mezcla de emociones no contribuye a la construcción de una paz duradera.
Los resultados permiten pensar en alternativas económicas sostenibles para las comunidades, que no se les puede decir que no talen cuando no hay otras opciones…
Aquí, en el Caquetá, la gente tiene claro que el Estado no está haciendo presencia, y que la supuesta paz no les ha llegado del todo. Te voy a contar una anécdota que me marcó, cuando un hombre me dijo lo siguiente: “Desde Bogotá ustedes ven la conservación de una manera diferente a la mía, yo la veo desde el estómago. Eso significa que no puedo tener en mi patio un árbol que vale más de 2 millones de pesos ahí quieto cuando no tengo comida ni plata para darle a mi familia. Mis hijos y yo tenemos que vivir, y si no hay más opciones ¿qué hacemos?”. Él tiene razón.
Hay mucha gente que no tiene alternativas económicas, amigables con la naturaleza y rentables. Entonces ahora estamos en el proceso de generar los inventarios de la biodiversidad pero también la información sobre las potencialidades de uso que tienen estos recursos.
Para ello hay que generar cadenas de mercado donde la plata no se quede en los bolsillos del último de la cadena sino desde el inicio. Es un extractivismo arrollador en el que las personas que tienen los recursos siguen pasando hambre mientras que el último de la cadena está muy cómodo viviendo de los otros. No puede seguir siendo así. Estamos esperando a que los megaproyectos del posconflicto piensen mucho en el ciudadano de a pie, que está esperando una oportunidad para vivir dignamente.
¿Qué sintió la primera vez que pudo entrar a este territorio?
No somos biólogos por accidente sino por vocación, que luego la convertimos en una profesión llena de pasión. Así que la emoción es inmensa. En un escenario de posconflicto se nos han abierto las puertas para la investigación científica, estamos conociendo la potencialidad de los recursos, las comunidades están entendiendo que tienen mucho por proteger, están pensando en que quieren dejar de ser cazadores para ser guías científicos, por ejemplo.
*ESPECIES, UNA NUEVA EXPEDICIÓN es resultado de una alianza entre la Casa Editorial El TIEMPO y Canal Trece. Financiado por la ANTV.
TATIANA PARDO IBARRA
tatpar@eltiempo.com
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