De Javier Francisco Parra se dice que era un gran pajarero. Reconocía las aves solo con escuchar su canto. Que todos los días, solo o acompañado, salía a montar en su bicicleta de ruta por los caminos pedregosos de La Macarena (Meta). Y que no obstante tener múltiples ocupaciones como coordinador de Cormacarena, la autoridad ambiental en la región, se camuflaba entre los visitantes de caño Cristales para asegurarse de que nadie dañara el río de los siete colores.
(Ingrese al especial 'Una lucha verde que les costó la vida')

Javier Francisco Parra Cubillos
Cortesía: Cormacarena
Muy pocos saben, o dicen no saber, que el 13 de febrero del 2019, Javier Francisco Parra salió atemorizado de La Macarena. Que de la mano de su hija mayor, Tatiana Parra, llegó a Villavicencio a pedir ayuda. Que se dirigió a una pequeña casa donde solo una pancarta identifica una de las sedes de los Grupos de Acción Unificada por la Libertad Personal (Gaula). De esa visita solo existe un documento de cinco páginas en las que Parra detalla los rostros y las edades de los hombres que lo amenazaron, de la suma que le exigían, los lugares en donde lo citaron y las armas que usaron para intimidarlo. “Siento temor y miedo por mi integridad y la de mis compañeros, ya que fuimos declarados objetivo militar por alias ‘Boyaco’, del frente séptimo de las disidencias de las Farc”, declaró ese día.
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Salió de ahí igual de preocupado, pero con la ilusión de que todo se resolvería, cuenta su hija. Para no correr riesgos, permaneció 20 días en Villavicencio, en la casa de su madre, Rosaura Cubillos. Ella —de un cabello que le cae hasta los hombros, de un color rubio que cubre sus canas, de ojos azules y manos ajadas— aseguró que su hijo también fue a Bogotá hasta la Fiscalía a poner la misma denuncia. Sin embargo, esa entidad niega tener registros al respecto. Poco preguntó, dice Cubillos, porque su hijo era muy reservado.
“Solo me dijo que ya todo había pasado y que regresaría a La Macarena. Cada vez que lo llamaba me decía que todo estaba bien, que todo estaba tranquilo. Aunque tengo amigos allá, nadie nunca me dijo que él estaba en peligro”, cuenta Cubillos sentada en su pequeña sala de su casa en Villavicencio. Parra decidió entonces que continuaría con su vida tranquila, y no como la de alguien a quien han amenazado de muerte por no entregar 60’000.000 de pesos.
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Siento temor y miedo, ya que fuimos declarados objetivo militar por alias ‘Boyaco’, del frente séptimo de las disidencias de las Farc
Sin embargo, pocos saben que en el 2020 tuvo que seguir lidiando con las amenazas que llegaban a su puesto de trabajo en forma de panfleto y que, incluso, semanas cercanas a su muerte lo habían relacionado con una incautación ilegal de madera que había molestado a las disidencias. Pero, según algunos de sus familiares, nunca participó en ese operativo liderado por la corporación. Aunque EL TIEMPO quiso hablar con el director de Cormacarena, Andrés Felipe García, sobre este rumor, desde su oficina de comunicaciones señalaron que no iba a dar declaraciones por recomendación de su abogado.
Pese al riesgo que corría, nadie encendió las luces de alarma. Nadie pensó que el 3 de diciembre del 2020, a las 7 a. m., en su puesto de trabajo mientras se tomaba un café recién preparado, una persona, al parecer encapuchada, se bajaría de una motocicleta, le diría ‘Pacho’, como lo llamaban algunos de sus amigos en La Macarena, y le dispararía en la cara y en el pecho dejándolo gravemente herido.
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Javier Francisco Parra les enseñaba a las comunidades sobre el cambio climático y la importancia de cuidar la naturaleza.
César Melgarejo / EL TIEMPO
La Macarena (Meta) es normalmente un municipio ruidoso, una característica común de los pueblos turísticos que reciben entre 9.000 y 15.000 visitantes al año, según datos de Cormacarena. En este caso, llegan de gran parte del país, pero también de Alemania, Francia, España e Italia. Todos buscan la maravilla que se develó al mundo cuando las extintas guerrillas de las Farc salieron del Parque Natural Serranía de La Macarena: caño Cristales, un río que ha moldeado durante millones de años una roca, formando enormes agujeros conocidos popularmente como ‘ochos’, y donde crecen plantas acuáticas como la Macarenia clavigera, que le da el particular color rojo al agua cristalina.
La gente no le teme al que viene de afuera e incluso comparten historias de su pasado de cuando el ‘Mono Jojoy’, comandante del Bloque Oriental de las Farc, era el dueño de toda esta zona. Dicen en el pueblo que los martes y miércoles eran considerados días festivos, porque todos estaban obligados a pararse frente a la que en su momento era la alcaldía, a escuchar sus discursos; incluso, los que tenían tiendas y negocios debían cerrar.
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Cuando no hay turismo, como sucedió entre diciembre del 2020 y junio del 2021 durante la pandemia, hay menos gente, pero el ruido no desaparece. Las motos, los negocios. Todo es bullicio, excepto cuando alguien pregunta por la muerte de Javier Francisco Parra, conocido como el guardián de caño Cristales.
—¿Usted conoció a Javier Francisco Parra?, le pregunto a uno de los guías turísticos del pueblo con quien estuvimos durante una semana.
—Sí, todo el pueblo lo conocía. Por todo lo que me enseñó él, hoy recojo la basura que algunos turistas sin conciencia ambiental dejan en caño Cristales. Era muy estricto con los operadores turísticos.
—¿Sabe por qué lo mataron?
—No, ni idea.
—¿Cuál es la teoría que tiene la gente en el pueblo?
—No, yo de eso no sé y prefiero no preguntar.
Antes de viajar a La Macarena, algunas instituciones ambientales y líderes en la Amazonia nos recomendaron no ir. Decían que todo era muy difícil en términos de seguridad y nadie podía garantizarnos la entrada y la salida. Y es que, de acuerdo con algunos expertos —que prefieren no ser citados por temor a represalias—, después de la firma del acuerdo de paz, el Estado no ocupó los territorios anteriormente controlados por las Farc y en los últimos años han surgido varios grupos disidentes que operan en la zona de influencia del Parque Natural Serranía de Chiribiquete y en particular en el municipio de La Macarena. En este municipio se encuentra el antiguo frente séptimo de las Farc, también conocido como ‘Jorge Briceño’, comandado por Miguel Botache Santillana, alias Gentil Duarte, la cabeza del grupo con mayor capacidad de hombres, armas y acciones en la zona.
Este frente, según la Policía Nacional, fue responsable de amenazar a varias organizaciones ambientales que trabajan por la protección de la Amazonia en el Meta y Guaviare. Por medio de un panfleto, firmado el 10 de abril del 2020, declararon que no querían ver a funcionarios públicos, ni ONG. Y dieron la orden a los campesinos de deforestar lo que quisieran sin importar si se trataba de áreas protegidas.
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La serranía de La Macarena es una de las grandes riquezas naturales del país.
César Melgarejo / EL TIEMPO
El peligro estaba advertido, pero aun así decidimos ir el 3 de mayo del 2021 con la excusa de recorrer caño Cristales como turistas, pues sabíamos que pronto se iba a dar su reapertura (fue abierto el 18 de junio luego del cierre por la pandemia) y el pueblo, al igual que las disidencias —que cobran un “impuesto a los operadores”—, necesitan del turista. Quizá alguien —no teníamos nombres, ni teléfonos ni ubicaciones— se atrevería a contar qué había pasado con Parra en sus últimos días, justo cuando el Gobierno adelantaba una campaña contra la deforestación en esa región, y de la que él estaba al frente.
En el restaurante del hotel en donde nos hospedamos, los noticieros anunciaban que el paro nacional iba a continuar, pese a que se había hundido la reforma tributaria que presentó el gobierno de Iván Duque. Los manifestantes, que se replicaron hasta en los pueblos más remotos del país, también recorrían las calles sin pavimentar de La Macarena.
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Solo hasta el penúltimo día, un hombre muy importante accedió a hablar con la condición de no ser grabado. “Aquí nadie le va a hablar. Nadie le va a decir que vivimos con miedo, porque mucha gente depende del turista, no quieren que se enteren de la realidad, aunque aquí a los turistas los cuidan mucho. No quieren que sepan que el Estado aquí no tiene control, que los que mandan son los grupos armados y todos debemos aportar a su causa. Hasta el Ejército aporta, cuando compra la gasolina, porque aquí todo tiene el impuesto adicional de las disidencias. Aquí nadie le va a contar por qué mataron a “Pachito”, porque no quieren ser los siguientes”, dijo.
También contó que Parra había sido extorsionado por pertenecer a Cormacarena; él también había sido extorsionado, pero que, en su caso, había accedido a pagar el monto que le exigieron por su vida. Pese a que había denunciado, solo le habían entregado un celular para avisar a las autoridades cuando estuviera en peligro y un chaleco antibalas. “Dígame: ¿para qué sirve un celular y un chaleco antibalas en un pueblo lleno de disidencias?”, dijo.
Mientras hablaba nos enseñó en su celular un panfleto que, al parecer, las disidencias de las Farc habían hecho llegar a los habitantes del pueblo. En la imagen se alcanzaba a leer que le ordenaban a la gente cerrar negocios y quedarse en casa desde las 6 p. m. hasta el siguiente día. Que desde ese momento nadie podía salir, excepto para salir a apoyar el paro nacional. Nos preocupamos, pues habíamos planeado salir muy temprano hacia los lugares a los que Parra iba a pajarear. Mientras discutimos qué podíamos hacer, la electricidad dejó de funcionar y por temor acatamos la orden de no estar en la calle y volvimos al hotel. Todos decían que los cortes de energía eran muy frecuentes y que no había por qué preocuparse. Dos horas después, cuando la habitación se iluminó, volvimos a sentirnos a salvo. Más tarde, como si hubiéramos obtenido un permiso especial, el guía dijo que no había problema, que podíamos salir temprano a pajarear.
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La deforestación ya es delito en Colombia y será penalizada hasta con 15 años de cárcel. En La Macarena es un problema en aumento.
César Melgarejo / EL TIEMPO
El 9 de mayo del 2021, luego de visitar caño Cristales, la cascada de los Cuarzos y caminar por la antigua Trocha Ganadera, una carretera ilegal que abrió la guerrilla de las Farc en 1990 para transportar el ganado que tenían en áreas protegidas y que hoy sigue funcionando para la misma actividad ilícita, logramos reunirnos con uno de los mejores amigos de Parra. Su única condición: no quería hablar de su asesinato.
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Ante una cámara y sin temor, Luis Alfonso González, funcionario de la alcaldía de La Macarena y guía de aves, recuerda que conoció Parra en el 2015 cuando él daba charlas y capacitaciones a guías y operadores turísticos. Al principio, solo los unía la fotografía y el estudio de las aves, pero luego, con los años, las conversaciones fueron abarcando temas más personales, confesiones e incluso compartían fines de semana con la familia de Alfonso, pues Parra estaba separado y sus dos hijos no vivían con él.
Ese día, cuando la temperatura marcaba los 30 grados centígrados, Alfonso explicó por qué Parra era conocido como el guardián de caño Cristales. “No permitía que nadie ingresara sin permiso ni que arrojaran basuras. Estaba muy pendiente de que la gente supiera dónde podía pisar, dónde se podían bañar”.
No quieren que sepan que el Estado aquí no tiene control, que los que mandan son los grupos armados y todos debemos aportar a su causa
Por ese trabajo, dice que ganó más amigos que enemigos, pues, pese a ser muy estricto, sabía cómo llegarle a la gente, especialmente a los campesinos que viven en el Parque Nacional Serranía de La Macarena, Tinigua y Picachos, en donde muchos de ellos tumban ilegalmente el bosque para sobrevivir.
“Su relación con las comunidades era muy buena. Ayudó a coordinar el proyecto de ecoturismo en el sector del Raudal, que es una comunidad integrada por 10 veredas, para que ellos lograran operar de manera autónoma con el compromiso de que no podían deforestar más. Lo mismo hizo en el sector de la Cachivera. Les hablaba del cambio climático”, contó Alfonso.
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Cualquier experto ambiental al que se le pregunte dirá que la deforestación es el principal problema ambiental del país, y que justamente el departamento más afectado en el 2020, según el último informe de deforestación que presentó el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam) fue Meta: 35.556 hectáreas deforestadas en un solo año. También dirán que detrás de la tala y quema existe un conflicto social de años no resuelto, especialmente en los Parques Nacionales Serranía de La Macarena, Tinigua y Picachos, el primero ubicado a escasos 15 minutos de La Macarena.
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Campesinos y ganaderos alegan ante el Estado que han sido dueños de esas tierras mucho antes de ser declaradas áreas protegidas y están dispuestos a dejar sus vidas allí antes de ser desplazados. Otros aprovechan esta guerra para ingresar a los parques, tumbar el bosque, construir una casa y decir que han estado allí largo tiempo. ¿Por qué? Algunos lo hacen para ampliar sus potreros y alimentar el ganado; otros para acaparar tierra de la Nación que luego podrán vender de manera ilegal; también para construir vías de transporte ilegales con el fin de sacar la producción de la palma de aceite, el ganado y otros productos; y en menor medida lo hacen para sembrar cultivos de uso ilícito.
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La Fiscalía ha venido investigando quiénes, además de campesinos y ganaderos, están detrás de este negocio que mueve enormes sumas de dinero, pues solo talar y quemar una hectárea de bosque puede llegar a costar 1’000.000 de pesos, según una investigación del Centro de Alternativas al Desarrollo (Cealdes). Por información que han proporcionado las comunidades y entidades estatales, saben que grandes ganaderos, líderes políticos y grupos armados ilegales promueven y financian esta deforestación. De ahí que para el día en que asesinaron a Parra, el gobernador del Meta, Juan Guillermo Zuluega, señaló a los grupos de disidencias de las Farc de ser los responsables.
Para él, el trabajo de Parra como conservacionista en la región, especialmente por trabajar contra la deforestación cerca de caño Cristales, los estaba afectando. “Quienes están deforestando en el sur del Meta son las disidencias, quienes extorsionan y entierran minas antipersonal son las disidencias, quienes están reclutando menores de edad son las disidencias. Así que no me cabe duda de que la investigación debería apuntar hacia allá”, declaró en su momento.
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Caño Cristales - La Macarena
César Melgarejo / EL TIEMPO
En efecto, en el marco de un plan conocido como Plan de Acción Oportuno del Meta, la Policía Nacional, el Ejército y la Fiscalía iniciaron una investigación que, para algunos familiares de Parra, no avanzaba, pues era poca la información que obtenían. Sin embargo, siete meses después de su asesinato vieron en un trino del presidente Iván Duque a la medianoche del 12 de junio del 2021 que habían capturado a los presuntos asesinos. “Nuestras Fuerzas Militares, Policia Nacional con apoyo de la Fiscalía capturaron a alias Negro Mina y alias Milton, acusados de asesinar al funcionario de Cormacarena Javier Francisco Parra Cubillos, en diciembre de 2020. Estos sujetos pertenecen al Gaor 7 ‘Jorge Briceño’ y son acusados de homicidio agravado y concierto para delinquir. Con las autoridades garantizaremos cero impunidad”, escribió el Presidente.
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Una fuente de alto rango del servicio público en La Macarena le confirmó a EL TIEMPO que los dos hombres no aceptaron los cargos y esperan la primera audiencia de acusación. Lo más preocupante, dijo, es que vivían en el pueblo, por lo que fueron capturados allí. Dice, incluso, que hay más disidentes de las Farc que permanecen en el pueblo vestidos de civil, sin temor alguno. Fue ahí cuando entendí el silencio de La Macarena, el miedo de señalar a quien conoce tu familia, tu casa, tu pasado.
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Dígame: ¿para qué sirve un celular y un chaleco antibalas en un pueblo lleno de disidencias?
Antes de Parra, en el sur del Meta vivió y fue asesinado otro líder ambiental. En los periódicos lo llamaron el guardián de La Macarena, aunque realmente protegía a caño Cristales. Un error que solo se notaría tiempo después, pues en 1994, el año de su asesinato, caño Cristales no se mencionaba en Colombia porque pocos sabían de su existencia. Melquisedec Fernández, según recordó Alfonso cuando le pregunté por otros líderes ambientales asesinados, era un artista errante y ecólogo de Villavicencio que había llegado a caño Cristales a vivir del bosque de manera sostenible junto a su familia, su esposa Sara Cortés y sus cinco hijos, dos de ellos nacidos en las aguas de caño Cristales.
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Mientras Sara tenía una escuela improvisada para enseñarles a leer y a contar a los niños de otras veredas, Melco —como lo llamaban sus amigos— promovía el ecoturismo internacional en caño Cristales. Para la época, en la que las Farc se movían por el Parque Nacional Serranía de La Macarena, solo los extranjeros aventureros pagaban por bañarse en un río de colores rodeado por hombres y mujeres armados.
“Con Melco y con Sarita también tuve una linda amistad. Él empezó a promover un turismo organizado, porque traía sobre todo extranjeros. Le puso los nombres a algunos de los puntos de caño Cristales como las Tablas de la ley, porque hay una piedra que se parece a las tablas en donde Moisés escribió los 10 mandamientos”, contó Alfonso.
Alfonso no recuerda muchos detalles de la vida de Melquisedec ni qué ocurrió luego de su asesinato, del que hasta ahora no se conocen responsables, pero en el pódcast ‘La Macarena’, un proyecto que construyó Andrea Díaz Cardona y Seluna Fernández Cortés, la segunda hija de Melquisedec, narra, junto a su familia, cómo fue vivir en uno de los lugares más hermosos y a la vez peligrosos de Colombia en la época más cruda de la guerra entre guerrilla y Estado.
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En el pódcast cuentan que luego de la muerte de Melco, su esposa Sara recibió amenazas directas de las Farc, porque se oponía a una carretera que el grupo armado quería construir en medio del Parque Nacional Natural Serranía de La Macarena, hoy conocida como la Trocha Ganadera. Un día, sin saber que jamás regresarían, huyeron de caño Cristales y entraron a formar parte de esa larga lista de familias colombianas exiliadas por el conflicto armado. Llegaron a Canadá, en donde han vivido los últimos 17 años. Por muchos años, su historia familiar fue una leyenda que los guías repetían entre los turistas que llegaban a caño Cristales. El pódcast, me contó Seluna en una entrevista en el 2020, sería la forma de reconciliarse con el pasado familiar, sacar el dolor por el asesinato de su padre y volver a Colombia a visitar caño Cristales.
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Caño Cristales - La Macarena
César Melgarejo / EL TIEMPO
A Rosaura Cubillos, de 65 años, la noticia de que habían capturado a los presuntos asesinos de su hijo le llegó por WhatsApp: el trino del Presidente, los registros en los diarios, el video de la captura en los medios. Ese día me llamó emocionada: “No sabe el descanso que siento, es como si me hubieran quitado un peso de encima. Yo sé que tenemos que esperar si aceptan los cargos, pero desde ya siento la paz que no sentía hace mucho tiempo, porque yo quería saber quiénes mataron a mi Pachito”.
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Dos meses antes, el 8 de mayo del 2021, Rosaura estaba esperándonos en su sala junto a Juanita, una pincher de siete años que no paraba de ladrar. Nos hizo seguir y notamos que no había ninguna fotografía o algún objeto relacionado con su hijo. Más tarde, confesó que no soportaba la tristeza de verlo y decidió guardar todos sus retratos. “A veces me pongo a llorar aquí sola y no paró”, decía.
Rosaura no siempre vivió en Villavicencio. Como muchas familias que llegaron a La Macarena en los 80 y 90, su historia comienza en una ciudad, con un mudanza, y la ilusión de conseguir más dinero. “En 1980 en La Macarena llovía la plata del cielo, eso le dijo un amigo a mi esposo Pedro Parra cuando vivíamos en Bogotá. Le propuso que fuera con él a vender medicamentos, porque mi esposo tenía una droguería. Ese amigo lo llenó de ilusiones, y un día me dijo: ‘Me voy con Gustavo para La Macarena’. Cada uno empacó cajas con purgantes, vitaminas, de todo. Buscaron un local, pusieron una droguería entre los dos y les fue muy bien. Como en junio nos dijo que nos íbamos todos, mis tres hijos y yo. Cuando llegamos, él ya había comprado toda la droguería y una casa”.
Para esa época todas las casas eran de madera, porque no había carreteras para transportar los materiales. El pueblo era comandado por el ‘Mono Jojoy’. Ahí pasó parte de la niñez y adolescencia Javier Francisco Parra. Tenía 6 años cuando entró a la escuela del pueblo Jhon F Kennedy. Luego, pasó a la secundaría en el colegio León XIII. Y como solo podían cursar hasta noveno grado, tuvo que salir de La Macarena y entrar al colegio Inmaculada Concepción en Villavicencio.
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Desde ese momento perdió contacto con sus amigos y con caño Cristales. Al terminar el colegio, se matriculó en la Universidad de Los Llanos en una Licenciatura en Agropecuaria. Su madre se burlaría de él después al decirle que había estudiado “para escarbar tierra”. Ingresó en 1998 como practicante a Cormacarena, en donde permaneció 23 años. Trabajó en Villavicencio, en Granada; y en 2016 —con emoción, dice Rosaura— fue enviado como coordinador a La Macarena. “Ya la gente no lo reconocía, pero a los pocos meses se reencontró con los que eran sus compañeros de colegio: uno era ya el rector del colegio, otros estaban en la alcaldía, otros trabajan en el juzgado”, dice Rosaura.
Por eso, el día en que lo asesinaron todo el pueblo lloraba y gritaba, todos cerraron sus negocios. “Ese día me llamó mucha gente a darme aliento y a contarme cómo había ocurrido todo”.
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Una persona, que permanecerá en anonimato para no poner su vida en riesgo, la llamó a decirle que ese día su hijo había llegado muy temprano a la oficina. Que se había sentado en su escritorio y había pedido un tinto. Frente a él había una ventana abierta que él mismo había reparado (ahora, completamente sellada). Cuando sonaron los disparos esta persona creyó que eran voladores, pues días antes habían sonado en la misma calle a la misma hora. Un grito de una mujer la alertó. Esta mujer vio el cuerpo de Parra a punto de caer de la silla y aunque intentó darle primeros auxilios, la sangre no paraba de correr. Parra solo decía: “Estoy bien, estoy bien”.
“A él lo llevan al centro de salud de La Macarena, pero la gente que me llamaba me decía que él estaba muy grave, que lo tenían que sacar a Villavicencio. Aunque encontraron un helicóptero, no funcionaba porque no estaba equipado con elementos para mantenerlo con vida. Al final no hicieron nada y mi hijo murió en La Macarena. Solo hasta las 9 de la noche lo trajeron a Medicina Legal en Villavicencio y solo pudimos verlo hasta el siguiente día”, cuenta su madre.
Ese mismo día, Rosaura recibió una llamada escalofriante. La madre de la mujer que había auxiliado a Parra le dijo que a su hija la habían amenazado, que tenía 12 horas para irse de La Macarena, pero que no tenían dinero. Con vergüenza le preguntó si podía enviarle el pasaje para salir del pueblo, pero Rosaura —dice— recién había gastado en un taxi los últimos 20.000 pesos que la acompañaban. “Jamás volví a saber de esa señora”.
En esta pandemia más se complica la situación porque ahora no hay quién controle y cuide a caño Cristales
Aunque el miedo los hubiera podido dejar inertes, los habitantes de La Macarena organizaron un homenaje el 7 de diciembre del 2020, día de las velitas. Con cirios blancos formaron las palabras “Gracias, Pachito”, frente al atrio de la iglesia; se vistieron de blanco, celebraron su vida y su legado, porque lo que no callaron es que Parra era su líder y su amigo.
Y en efecto, Alfonso, uno de sus amigos, cuenta que los primeros días después de su muerte fueron muy difíciles. “Sin él, nadie quería saber nada de la reapertura de caño Cristales ni de aviturismo, yo abandoné mi cámara y mis binoculares. En esta pandemia más se complica la situación porque ahora no hay quién controle y cuide a caño Cristales. En el gremio de guías y operadores quedó un vacío, fue como si a la cadena turística se le rompiera un eslabón”, dice Alfonso.
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Hoy, los funcionarios de Cormacarena trabajan a puerta cerrada en la sede de La Macarena y por su seguridad no se acercan a caño Cristales, custodiado solo por dos militares. Funcionarios de Parques Nacionales, que también salieron del parque desde 2019, tampoco pueden ingresar a la zona. Y, aunque algunos guías turísticos que siguen el legado de Parra, promueven su protección, lo hacen sin exponerse, no necesitan de las cifras de Global Witness —una ONG internacional que registra los casos de líderes ambientales asesinados— para saber que Colombia es el país más peligroso para proteger el medioambiente.
TATIANA ROJAS HERNÁNDEZ
Enviada especial de EL TIEMPO
*Periodista de Medioambiente
En Twitter: @fanzinerosa
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