Las erupciones volcánicas tienen graves efectos sobre el medioambiente, no solo en las áreas cercanas sino además, en algunos casos, en ecosistemas y poblaciones situadas a muchos kilómetros de distancia. Sus efectos se ven sobre todo en el agua y el aire.
En el caso del aire, los gases emitidos por una erupción volcánica pueden generar que su calidad se vea afectada y termine siendo nocivo para quienes lo respiran. Esto debido a que las cenizas pueden contener partículas y gases contaminantes como el dióxido de carbono, el monóxido de carbono, óxidos de azufre, hidrógeno, nitrógeno, flúor, cloro, boro y arsénico.
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Por ejemplo, en el caso de la reciente erupción del volcán de La Palma, en el archipiélago de islas Canarias (España) el Plan de Emergencias Volcánicas de Canarias (Pevolca) ha mantenido una constante vigilancia y ha recomendado el uso de mascarillas quirúrgicas, debido a la llegada de cenizas a la isla de La Gomera.
Además, esas emisiones de gases pueden generar las llamadas "lluvias ácidas", que son precipitaciones que traen estos gases emitidos al ambiente de regreso a la tierra, en algunas ocasiones con efectos graves sobre la fauna y la flora.
Como en el caso del volcán Lonquimay (Chile), que entró en erupción en 1988 y que emitió una inusual cantidad de fluor al ambiente y que según reporta el Servicio Nacional de Geología y Minería de ese país generó una intoxicación letal en el ganado de la zona.
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"Los menores de edad fueron evacuados a Temuco durante el invierno de 1989 y la población adulta experimentó conjuntivitis irritativas, afecciones en las vías respiratorias, problemas digestivos y alteraciones en el sistema nervioso, aunque sin víctimas fatales", señala la entidad.
Por otra parte, en el caso del agua la llegada de la lava a los afluentes hídricos o bien las lluvias ácidas pueden terminar generando problemáticas como turbidez, afectación al pH y un aumento en la concentración de elementos que pueden ser tóxicos
De la composición de las cenizas emitidas por el volcán y de la lava misma dependerán las afectaciones químicas que pueda sufrir el agua.
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Un estudio hecho por la Agencia de Protección del Medio Ambiente de Estados Unidos (US EPA) de la erupción en 1988 del Monte St. Helens, en el estado de Washintong, mostró que había llegado a las aguas superficiales de la zona valores de pH ácidos y elevada turbidez, aunque el agua potable no mostró valores anómalos de elementos que pudieran estar presentes en las cenizas.
REDACCIÓN MEDIOAMBIENTE
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