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Mascotas

Así despedí a Manu: el perro que me dio la más noble lección de amor

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Hace un año lo adopté y fuimos el mejor equipo. Se me partió el alma pero tuve que dejarlo descansar

Fabián Higuera*
Cuando nos conocimos, yo terminaba un amor fallido y él estaba en abandono. Pasaba por un tiempo de soledad cuando vi su foto en redes sociales y me llamó la atención. Hice una llamada y me dijeron: "Es perfecto para usted". Pero al parecer eso solo lo pensaba la persona detrás del teléfono, porque la gente más cercana me decía: "Pilas, ya está viejito, piénselo bien, es muy grande, usted vive en un apartamento pequeño, no sabe cómo es su temperamento". Las razones iban y venían.
Pero como yo soy experto en hacer caso —omiso—, cogí el carro y manejé casi tres horas hasta un caserío cerca de Facatativá (Cundinamarca). Durante el camino mis expectativas crecían de la misma forma en que aumentaba el kilometraje; las manos me sudaban, pues sentía que volvería a experimentar ese amor sano, noble e incondicional: el amor de un perro. Sin embargo, no fue así: nuestro encuentro estuvo marcado por un rechazo de mi parte. Quería salir corriendo, no era lo que me imaginaba. Efectivamente, tenían razón: ya estaba muy viejo, parecía dueño de un carácter fuerte y físicamente se notaba desgastado. Pero él sabía que yo no me resistiría ante una mirada tierna y se acercó sutilmente para que lo consintiera. En un abrir y cerrar de ojos ya estaba camino a Bogotá con un perro de apariencia noble, pues siempre tenía su lengua afuera; un perro gigante como un ternero —medía 75 centímetros de altura— y gordo, de más de 40 kilos; con un pelaje denso, dorado y crespo. Un pastor brie, una de las razas de perros franceses más antiguas.
Los nervios se nos alborotaron. Él no dejaba de botar babas y yo lo único que tenía claro era que se llamaría Manu. Alguna vez escuché que, en el hinduísmo, ese nombre significaba: segundo hijo.
Manu, el perro del periodista Fabián Higuera

Manu, el perro del periodista Fabián Higuera

Foto:Cortesía

Mientras manejaba y cantaba —muy desafinado, por supuesto— me di cuenta de que Manu no dejaba de mírame por el retrovisor. Me hice el loco y seguí cantando a grito herido, volví a mirar hacia atrás y me encontré con sus gigantes y redondos ojos apuntando a los míos. Así que se detuvo el tiempo, me bajé del carro y me subí en el asiento trasero: lo abracé como lo hice hasta su último aliento. Lloré. Lloramos. Dos almas se habían encontrado y no paraban de decir: gracias.
Luego nos volvimos un equipo inseparable. Solo bastaba decir la palabra 'vamos' y los dos ya estábamos más listos que preparados. Me despertaba con leves mordiscos, pues solo tenía dos dientes. Con el tiempo entendí que esa era una de sus formas de demostrar cariño. Desayunábamos juntos, me acompañaba al gimnasio y luego a la oficina. Durante el tiempo que estuvimos juntos —un año— me acompañó a incontables citas de Tinder. Así que se convirtió en el primer filtro. Confieso que muchas veces le pregunté: "¿Esta persona, qué tal?" Y su respuesta siempre fue la misma: giraba su cabeza e ignoraba.

Llegamos a la conclusión de que nos hubiera gustado vivir más tiempo juntos, pero entendimos que todo en la vida tiene su ciclo

Recuerdo con precisión el día en el que caminábamos por el Parque del Virrey, en el norte de Bogotá, y una señora se acercó y me dijo: "Soy vidente. Llevo viéndolos un rato y veo que tu perro te tiene un mensaje". Yo, un poco incrédulo, le respondí: "Pues si es gratis, adelante". La señora me sorprendió al decirme: "Tu perro está muy agradecido porque lo adoptaste. Él sabía que vendría un gran cambio en su vida, pero jamás imaginó que, de vivir en el campo, encontraría la libertad en un apartamento pequeño. Él se siente dueño de tu cama". ¿Cómo una desconocida iba a saber que yo había adoptado a Manu?
La vidente remató: "Tu perro no quiere que por ahora tengas una pareja, quiere que disfruten el tiempo juntos". Lo miré, como recriminándole, y le dije en un tono irónico: "¡No jodás, Manu!".
Manu, el perro del periodista Fabián Higuera

Manu, el perro del periodista Fabián Higuera

Foto:Cortesía

Él me estaba dando una de las lecciones más lindas para aplicar en la vida: dar calidad de amor y tiempo a quien se tiene al lado, dejar de buscar afuera cuando adentro se tiene todo. Para que cuando ese ser falté no exista ningún tipo de arrepentimiento. Todo lo contrario: solo se abrazarán bellos recuerdos y una satisfacción enorme de haber hecho feliz a esa criatura en su paso por la tierra.
Y cumplió su misión. Durante una semana me preparó. Se había enfermado de manera repentina y me dio todas las señales para que entendiera que su final se estaba acercando. Hablamos durante horas, echados en el suelo. Sí, yo hablaba con Manu y él se comunicaba con su mirada y sus gestos. Llegamos a la conclusión de que nos hubiera gustado vivir más tiempo juntos, pero entendimos que todo en la vida tiene su ciclo. Y también hizo magia para que una mujer me escribiera por redes sociales asegurando que había sido la primera persona que lo había rescatado de un mafioso y que luego lo había llevado a una finca. Y me contó que el perrito tenía más de 11 años. La historia me generó curiosidad, así que fui hasta su casa, la escuché y ella, que era veterinaria, le hizo todos los exámenes que evidenciaban que padecía un tipo de cáncer que corría tan rápido como una bala. Por eso, con sus gestos de dolor, pedía a gritos que lo ayudaran.
Así que fui para mi casa e hice una de mis llamadas más dolorosas de mi vida: tenía que ayudar a mi amigo a que descansara. Una voz en el citófono anunciaba que había llegado el veterinario que le aplicaría la eutanasia y el servicio de funeraria. En ese momento mi alma se partió en dos, no pude contener mi llanto; lo abracé fuertemente mientras contemplaba sus ojos, que poco a poco se iban apagando, sin dolor, en paz, dejándome toda la gratitud pero un vacío enorme en el alma. A los pocos minutos llegaron los enviados de la funeraria y no resistí; me fui para mi cama y abracé la almohada y me eché a llorar. No fui capaz de ver cómo metían, en un cajón, a ese perro al que amaba tanto. No soy papá, pero Manu fue lo más parecido a un hijo. Y se lo llevaron.
Ahora son las seis de la tarde, la hora en la que siempre me tomaba mi café a su lado. Estoy recordándolo y, sobre todo, agradeciéndole que haya puesto sus patas en mi casa y sus pelos en mi alma.
FABIÁN HIGUERA*
Especial para EL TIEMPO
En Twitter: @fabianhiguera24
Fabián Higuera*
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