'La danza transforma tu ser'
Alejandra y Andrea Salamanca López son unas esculturales gemelas caleñas que comparten su amor y pasión por el baile. Hoy, a sus 30 años, recuerdan que comenzaron a estudiarlo a los 8, cuando sus padres las llevaron a hacer pruebas en Incolballet, en Cali.
"Lloramos porque estábamos en karate y fútbol y no queríamos hacer ballet, pero nos empezó a ir superbién y nos gustó", dice Alejandra.
Entonces vinieron ocho años de carrera, cinco más en la Compañía Colombiana de Ballet Clásico, dos en Canadá en la compañía La La La Human Steps y uno más en el Ballet Hispánico, en Nueva York (Estados Unidos).

Las esculturales gemelas caleñas, Alejandra y Andrea Salamanca, comparten su amor y pasión por el baile.
Foto Mauricio Paz
Y terminaron dedicándose a enseñarlo tras recibir una artroscopia de cadera bilateral que las obligó a dejar la práctica profesional. Entonces montaron su escuela, Up Stage, que abrieron hace cinco años y donde hace tres enseñan el método de ballet fitness, que causa sensación.
Con su larga experiencia, ellas confirman los muchos beneficios físicos y mentales de este arte. "Practicar la danza, además de cambiar el estado de ánimo, moldea y tonifica, ayuda a ganar flexibilidad, concentración, equilibrio y enseña a conocer más el cuerpo porque uno se sensibiliza, lo respeta más, lo cuida, explora y descubre aptitudes", repara Alejandra. Ellas insisten además en que bailar da mucha felicidad porque se liberan endorfinas y se queman calorías.
"Cuando estás frente al espejo, cada vez te gustas mucho más porque la danza te sube la autoestima, aumenta tu seguridad, y a nosotras nos encanta practicarla y enseñarla porque transforma vidas en mujeres que al salirse de su rutina y entrar a este mundo mágico superan sus inseguridades y miedos", concluye Alejandra.
'La danza africana es un elemento de resistencia social'
Este bailarín proveniente de Tumaco, Nariño, llegó a la danza tras tener valor y decidir que no quería una vida como ingeniero electromecánico.
Particular
Por su vitalidad en una pista de baile o en medio de una clase, a Jairo Cuero pocos le creen que tenga 46 años. Su cuerpo esbelto, tonificado y que se mueve enérgicamente para enseñar a bailar ritmos africanos da fe de los beneficios de la danza practicada con amor y dedicación por muchos años.
Este bailarín proveniente de Tumaco, Nariño, llegó a la danza tras tener valor y decidir que no quería una vida como ingeniero electromecánico, carrera que estudió por sus padres y le gustaba, pero en la que no se veía, y menos cuando empezó a notar que su salud decaía en la multinacional que trabajaba.
"Ganaba muy bien, pero vivía amargado, estresado, enfermo por la polución y el ruido de las máquinas donde se manipulaba acero. En cambio, con el baile me sentía libre, feliz. Era yo", confiesa. Y por eso lo asumió como su forma de vida.
En mis montajes coreográficos retomo las problemáticas de mi tierra, como la ausencia del Gobierno y la presencia de los grupos al margen de la ley
Y también como un elemento de resistencia social, porque cuando llegó a Bogotá encontró "una ciudad muy agresiva, clasista, racista, y todos los días me preguntaba yo qué hacía aquí, porque solo por ser negro me señalaban", dice. Quizá por eso, lo que más le gusta de su arte es que las fronteras o diferencias sociales se diluyen cuando se baila. Jairo nota que los ritmos del Pacífico colombiano se los disfrutan tanto sus alumnos de Boho Food Market, en Usaquén, como los que acuden a sus clases en el centro de Bogotá.
Él, que es un eterno aprendiz, agradece de la danza africana su capacidad de comunicar y de sanar. "En mis montajes coreográficos retomo las problemáticas de mi tierra, como la ausencia del Gobierno y la presencia de los grupos al margen de la ley", reconoce. Por eso, que su cuerpo exprese esa realidad desconocida para mucha gente es tremendamente liberador.

"Para mí, la danza es sinónimo de felicidad”, dice el barranquillero Fher Vargas.
Sebastian Mendoza
Fher Vargas es un barranquillero que contagia con su manera de bailar. Al ritmo que le pongan, se mueve como ningún otro, y dondequiera que esté es el centro de atención porque cuando escucha música, y más si es colombiana, se deja llevar.
"Una flauta de millo, una gaita o los tambores aumentan mi pulso, hacen volar mi mente, erizan mi piel y me llevan a perderme en sus melodías", asegura. Verlo bailar contagia felicidad.
¡Champetízate! se llama una de sus clases más exitosas, en la que le enseña hasta al más tieso a soltar el cuerpo, mover la cadera y descubrir una sensualidad y sabrosura que desconocía. Su forma de bailar la conocen a lo largo y ancho del país y fuera. Él va a donde lo llamen, a dictar clases personales o multitudinarias en escenarios como el estadio Metropolitano de Barranquilla o a campo abierto en los Llanos Orientales.
Al verlo bailar es difícil imaginar que sea tímido.
"Amo la danza porque me ha hecho más sociable, me da seguridad, salud y calidad de vida", dice. Lleva más de 25 años enamorado de este arte, y por su talento participa en competencias de baile folclórico y deportivo en Latinoamérica y Europa. "Para mí, la danza es sinónimo de felicidad”, dice; por algo la disfruta desde niño, y recuerda orgulloso que creció en un barrio popular de Barranquilla “donde cerraban las calles para bailar champeta”. Eso explica que se mueva como nadie cada vez que oye una.
FLOR NADYNE MILLÁN
ESPECIAL EL TIEMPO
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