Hay personas de las que se puede decir, sin temor a equivocarse, que dejan una profunda huella en su paso por la vida. Líderes, artistas, dirigentes, guías espirituales, científicos, misioneros, voluntarios… Pero aquellos que tal vez nos llegan más al fondo, aquellos que nos marcan por siempre, son los maestros. Son quienes nos llevaron de la mano, en un crecimiento constante, descubriendo el mundo a través del conocimiento.
Monsieur Roland Jeangros fue un Gran Maestro, así con mayúsculas. Un personaje excepcional. Vino de Suiza muy joven a prestar sus servicios de docente en el colegio Helvetia, recién casado con una mujer maravillosa que le acolitaba todo. No es de extrañar que, como sucede a muchos extranjeros que nos visitan por largo tiempo, se enamorara del país. En lugar de regresar a su patria, decidió firmemente quedarse en la tierra donde habían empezado a nacer los hijos de una numerosa familia.
Fue así como M. Jeangros se independizó al final de los cincuenta, fundando el colegio Refous, en una vieja casona de la localidad de Suba. Siempre con ese espíritu de entrega, dispuesto a la formación de jóvenes rebeldes y contestatarios, fue creando una comunidad que admiraba y respetaba su estricta disciplina, sus métodos poco ortodoxos de educación, sus locuras.
Como regla general sus alumnos entramos al colegio desde muy pequeños, a una edad en que el señor rector, grande y fortachón, ungido con una bata blanca que nunca dejó de usar y un español afrancesado/gutural, inspiraba no solo respeto sino miedo.
Generalmente lo envolvía el aroma del tabaco de una pipa que lo acompañó por muchos años. Solo con el pasar del tiempo se podía superar el miedo inicial, para encontrar dentro de este personaje autoritario y estricto el consejero y amigo que nos imponía el orden. Fueron famosos una serie de términos que utilizaba a diario, como lenguaje propio. Se refería a sus alumnos como ‘mis viejos’. A las niñas no dejaba de interponerles un ‘misiá’: misiá Marta, misiá Rocío.
No perdonaba lo que consideraba mediocre y en tales casos recibíamos un insulto con un infaltable ‘¡chinos maquetas!’ No aceptaba a nadie comiendo chicle en las instalaciones. Al encontrar un infractor de esta norma, le hacía tragar el chicle con un ‘ojalá se le peguen las tripas’ y lo ponía a mascar un diente de ajo en su lugar. Muchas veces acababa también en una labor de limpieza, recogiendo papeles y/o otros chicles por ahí pegados en el piso.
En los últimos años del bachillerato, algunos tuvimos la oportunidad de recibir responsabilidades mayores colaterales a la vida escolar, algunas de ellas pagadas. Yo fui profesor de educación física de cursos menores de primaria, jefe de meseros y vigilante de la ruta de bus, por ejemplo.
Había el ‘campanero’, cargo de suma importancia, el encargado de deportes, quien entregaba los balones e implementos, y así muchos otros cargos que M. Jeangros repartía entre los alumnos, creo yo, que quería tener más cerca para que no se le descarriaran.
Indudablemente, era una persona muy culta, con amplios conocimientos en arte, literatura, historia, música, matemáticas. De esta forma, sus alumnos nos deleitamos en el colegio con materias que no existían en ningún otro plantel ni en ningún currículum del Ministerio de Educación.

Imagen de Jeangros, en sus primeras décadas en Colombia.
Teníamos en los años sesenta y setenta una clase llamada cultura general, que él mismo dirigía y en la cual se planteaban disquisiciones de los temas más diversos, con mucha lectura obligatoria y que siempre terminaban en trabajos o composiciones escritas que nos trasnochaban con frecuencia, cabeceando sobre una clásica máquina de escribir Olivetti.
Esto hacía parte de una formación humanística permanente, no escrita ni determinada por programas de estudio, ni limitada solo a las clases de cultura general, con las cuales él infundía y plasmaba en cada uno de nosotros ese espíritu refousiano que todos sus exalumnos sentimos que llevamos dentro.
En el área de las matemáticas también marcó el cambio. Se interesó siempre por enseñarlas de una forma diferente, que fueran divertidas. La famosas “regletas” de colores, piezas de madera rectangulares que representan los dígitos, eran desde entonces herramientas familiares usadas en los primeros años de primaria. Con ellas se aprendían las operaciones básicas de la aritmética de manera lúdica.
Posteriormente, hacia finales de los sesenta, a los estudiantes de bachillerato, M. Jeangros introdujo en un novedoso sistema de enseñanza de las matemáticas. Se trataba de una nueva pedagogía desarrollada en Bélgica por M. Georges Papy, pomposamente denominada la matemática moderna: consiste en llevar la teoría de conjuntos, el manejo de números reales y planos vectoriales, la geometría euclidiana y otros temas reservados a los estudiantes de educación superior a niveles básicos y simples: con muchos colores, flechas y dibujos se aprendía jugando…
A. M. Papy lo invitó durante muchos años a Colombia para que nos diera directamente sus clases y de esta forma, no solo nosotros aprendíamos directamente de la fuente, sino que los profesores locales tomaban de él sus métodos y aplicaban su filosofía.
No conforme con esto, M. Jeangros quiso también difundir y propagar este sistema por todo el país, para que no fuera tan solo un privilegio de los alumnos del Refous. Mediante el grupo Nicosuba, organizó anualmente y durante muchos años los seminarios de Pedagogía de la Matemática Moderna, trayendo profesores de las escuelas normales de todos los rincones de Colombia, a quienes preparaba en esta nueva pedagogía. Con el grupo Nicosuba publicaba y entregaba todo el material para que ellos pudieran difundir estas ideas.
Si bien la parte cultural de sus enseñanzas fue muy importante para todos sus alumnos, no lo fue menos la pasión física/deportiva que nos inculcó. Adicional a los juegos recreativos para despejar la mente después del almuerzo, donde practicábamos voleibol alumnos y profesores, M. Jeangros dirigía personalmente unas clases de Educación Física muy particulares. Nos sacaba por los polvorientos o embarrados caminos vecinales de Suba a trotar por dos o tres horas. Algunas veces debíamos hacerlo descalzos, para fortalecer la planta de los pies. Y esto se hacía con más intensidad en los meses previos a las famosas excursiones del colegio, salidas en donde fuimos privilegiados con unas caminatas largas que nos permitieron conocer pequeñas partes del país de manera directa, caminando, desfalleciendo y conversando con la gente.
El Amazonas, el Putumayo, La Guajira, la Sierra Nevada, La Macarena y el Chocó fueron destinos obligados. Estas actividades físicas y deportivas disminuyeron sensiblemente hacia los años noventa, por una afección coronaria que tuvo M. Jeangros.
Sin embargo, esos quebrantos de salud no le afectaron nunca la creatividad y la intensa actividad con la que siguió dirigiendo su colegio y sus numerosos alumnos. Si bien ya no hacía tanto ejercicio físico, en los últimos 20 años llegaba todos los días a las 6 a. m. al colegio para atender sus asuntos y no salía antes de que se fueran todos…
Seguía de cerca, en particular, todas las actividades extracurriculares: Programas de agricultura, cerámica, carpintería, electricidad (generación de energías alternativas), violín, teatro y muchas más.
Después de mucho tiempo de no verlo, volvimos a reunirnos en 2007 a raíz de la creación de Aexrefous, la asociación de exalumnos que presidí por unos años. Trabajamos en algunos temas juntos, pero tanto él como nosotros queríamos mantener una independencia y autonomía total.
Con motivo de los 50 años de vida del colegio, dejamos para toda la comunidad vinculada al plantel un hermoso libro conmemorativo, con el que queríamos homenajear su labor.
Fueron 60 años de entrega permanente. Su legado permanecerá en el colegio, donde su familia, hijos y nietos están vinculados continuando su labor.
Admiro con gratitud la generosidad con la cual dedicó su vida entera a educar jóvenes rebeldes en medio de su propia rebeldía, de sus cuestionados métodos, de su irreverencia con el establecimiento. No faltaron, en estos 60 años, quienes chocaron con estas prácticas, con sus métodos estrictos, con su filosofía. Pero somos miles y miles de colombianos quienes dolidos con su partida solo atinamos a decir: “Adiós al Maestro. Descanse en paz”.
GONZALO BUENO ANGULO*
Especial para EL TIEMPO
* Matemático, Universidad Nacional
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