Desde hace un mes, miles de profesores de jardines infantiles, primaria, bachillerato y universidades se vieron obligados a adoptar el modelo de educación virtual y a distancia por la pandemia del coronavirus.
A partir de la fecha en que el Gobierno suspendió las clases presenciales hace un poco más de un mes, son las quejas por parte de padres de familia y estudiantes ante este modelo. Sin embargo, estos no son los únicos que han tenido grandes dificultades. De hecho, los docentes han visto cómo desarrollar sus tareas habituales hoy presenta una gran dificultad.
Cambiar la forma de dar clase, luchar contra las dificultades de los estudiantes por el acceso a Internet y equipos de cómputo, lograr llamar la atención de los niños y jóvenes, lidiar con padres molestos y cómo realmente hacer seguimiento a su proceso de aprendizaje son solo unos de los temas que un grupo de maestros consultados por EL TIEMPO asegura que ha sido un enorme reto para adelantar su labor en las actuales circunstancias.
Alberto Rodríguez, profesor de física en grados décimo y onceLleva quince años dando clases y toda su experiencia es en el sector privado. Para este docente, que trabaja en una institución distrital en la localidad de Bosa, en Bogotá, el proceso de adaptación de un modelo presencial a uno virtual fue traumático. Y no porque no supiera usar plataformas digitales, de hecho se declara un fanático de la tecnología, sino porque el colegio en el que trabaja no estaba listo:
El colegio no estaba totalmente preparado para atender esta emergencia. Teníamos unos canales virtuales para subir contenido pero no más
“El colegio no estaba totalmente preparado para atender esta emergencia. Teníamos unos canales virtuales para subir contenido pero no más. Según la orden del Gobierno, teníamos que preparar estrategias para seguir funcionando. Fueron jornadas largas en las que buscamos la mejor opción, y la verdad es que no teníamos muchas: O mandar trabajos y que los estudiantes los hicieran en casa y nosotros hacer solo tuturía, o combinar esto con clases virtuales”.
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De igual manera señala que el acceso a Internet de los estudiantes no solo ha sido un obstáculo para estos menores, sino para su labor en la docencia, ya que no sabe cómo tratar estos casos, como garantizar su educación y cómo calificarlos:
“Los resultados han sido positivos para quienes tienen cómo acceder, pero este es un colegio distrital. Tenemos el material de ‘Aprende en Casa’, hacemos videoconferencias y subimos trabajos. Pero algunos muchachos no se conectan. No tienen cómo. Y entonces me pregunto: ¿Qué nota le puedo poner? No entregó, no estuvo en clase, pero no porque no quisiera, sino porque no pudo”.
La comunicación con los padres de familia también ha sido difícil, según comenta Malagón. Señala que la edad de sus estudiantes (entre seis y ocho años) obliga a los padres de familia a estar constantemente atentos y que sean ellos quienes ingresen a las plataformas y actividades:
“El tema de los papás ha sido complicado. Yo doy clase de lenguaje en primaria. Es un colegio privado. Afortunadamente cuando iniciamos clases en línea, casi todos los padres señalaron que sí tenían Internet y computador. El problema es que los niños, como son pequeños, requieren ayuda de sus padres para asistir a clases y enviar sus tareas y actividades”.
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Y añade: “Procuro enviar la actividad que hay que hacer punto por punto, explicando cada detalle. Pero los padres me contestan que no entienden que hay que hacer, que no les parece eso para los niños, y muchas veces ponen muchos peros. Explicar las cosas cara a cara a los chicos es mucho más fácil que lidiar con eso”.
Pero más allá de las ocupaciones de los padres, que también deben continuar con sus labores mediante el teletrabajo, Malagón asegura que muchos de ellos no saben cómo utilizar las herramientas digitales con las que sus hijos deben interactuar.
“A eso hay que sumarle que a muchos papás, algunos siendo jóvenes, otros más mayores, les cuesta interactuar con una plataforma como Skype o Zoom. Les ha sido difícil entrar a una videoconferencia, por ejemplo. Creo que esto es la muestra de lo mal que estamos en cultura digital, porque a veces no es que no tengamos las herramientas sino que no sabemos usarlas”.
Para Espitia, sus jornadas laborales ahora son más agotadoras. El paso a esta modalidad ha sido todo un dolor de cabeza. Literalmente. Se levanta todos los días temprano, dicta clases en línea, revisa trabajos, pone nuevas actividades. Las labores típicas de un docente.
Pero ahora, debe encargarse de algo más: “No se puede esperar que un niño esté todo el tiempo frente a una pantalla. Si de por sí es un reto hacerlo en clases presenciales, así es mucho peor”.
Este no es el único problema que se encontró en el camino. Considera que el cambio de modalidad ha sido tan complejo, que siente que sus jornadas laborales son cada vez más largas y que ahora debe lidiar con problemas que en un salón de clase no tiene.
“Es una tarea estresante, por más que estoy en mi casa siento que el trabajo se me ha duplicado. Termino mucho más tarde porque recibo todo el tiempo llamadas o mensajes de los padres que no entienden las actividades, que se quejan, que tienen dificultades y tengo que atenderlos a todos”.
MATEO CHACÓN
REDACCIÓN EDUCACIÓN
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