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Educación

El mundo de Jennifer: un silencio cargado de palabras

Jennifer sufrió una meningitis que le quitó el sentido de la audición a los 9 meses de nacida.

Jennifer sufrió una meningitis que le quitó el sentido de la audición a los 9 meses de nacida.

Foto:César Melgarejo / EL TIEMPO

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Esta joven caleña ha desbordado los límites de la sordera: lee los labios y habla castellano.

Juan Carlos Rojas
¿Cómo puede ser el español la lengua materna de alguien si nunca la ha oído?
Jennifer Cañaveral, así no pueda captar sonoramente ni una sola palabra, entiende a quien le está hablando. Y, aunque no conozca el sonido que hacen sus labios y su lengua al articular los fonemas, también se hace entender. Ella interpreta y habla, a su modo.
Sabe que su interlocutor la entiende al ver su reacción. Le pasa cuando está al frente de una persona o de un auditorio entero, y al final de sus charlas las palmas de todos se agitan.
La sordera profunda de Jennifer –caleña de 32 años– no la ha detenido en nada en su vida. Ni siquiera para presentar su tesis ante un jurado de reconocidos arquitectos en Barcelona. Tampoco le significó una traba para escribirme una vez por WhatsApp y decirme que quería contar su historia; sin ningún tipo de pretensión, dice, está convencida de que toda persona sorda también es capaz de alcanzar sus metas en la vida, pero cree que a veces es necesario seguir un ejemplo.
Después de conversar mediante chat, acordamos encontrarnos en el periódico un viernes a las siete de la noche. No estaba seguro de cómo me entendería con ella; solo habíamos conversado por mensajes de texto.
Cuando al fin nos vimos, la saludé extendiéndole la mano y con un gesto de hola. Y ella ¡habló! Y empezó la entrevista. Un amigo suyo que la acompañaba –hablante, valga decirlo– se percató de mi confusión y me explicó que ella sabía leer los labios y que, a su modo, también sabía hablar.
Entonces, yo le preguntaba y ella, concentrada en mis labios, respondía. ¿Y cómo escucha una persona sorda?

Ha aprendido a leer los labios en inglés, alemán, coreano y japonés; eso lo aprendió viajando, viendo películas y series con subtítulos

Para entenderla es necesario estar muy concentrado, al igual que ella lo está cuando alguien le habla. Y es que ella tiene una habilidad casi de espía: leer los labios. Cuando conversamos, a veces le pedía que repitiera: ella también me pedía lo mismo, con su forma de hablar. ¿Y cómo habla una persona sorda? Las palabras le salen enredadas, a veces atoradas; sube y baja el tono de la voz, pero como sabe que eso sucede, ya ha aprendido a modular. Realmente hay que concentrarse porque podría parecer que no habla español sino alemán. Me hablaba de corrido, a veces pegando las palabras, siempre pendiente de que la estuviera entendiendo: también sabe interpretar muy bien los gestos del otro.
Pero sus méritos superan la lengua castellana. Jennifer dice que también ha aprendido a leer los labios en inglés, alemán, coreano y japonés; eso lo aprendió viajando, viendo películas y series con subtítulos.
Para lograr esas habilidades, Jennifer aprendió y practicó durante años. Aunque la tendencia en el mundo en cuanto a educación para la población sorda se enfoca en enseñarles a ser bilingües para que aprendan a leer y escribir el idioma local y tener como primera lengua el lenguaje de señas, a Jennifer la criaron bajo la tendencia de la vocalización: una serie de ejercicios a través de los cuales se les enseña a hablar y a leer los labios. Jennifer es defensora de la vocalización. Mientras la acompañamos a su casa nos cuenta: “Si yo no hubiera aprendido a hablar y a leer los labios, no podría estar en esta entrevista o ni podría dictar las conferencias que he dictado”.
Para lograrlo empezó desde muy pequeña y necesitó de gran esfuerzo. Ella nació el 15 de agosto de 1985 en Cali escuchando perfectamente. Pero a los nueve meses le dio una infección que terminó en una meningitis y derivó en una sordera profunda bilateral; es decir, perdió totalmente la audición.
Fue una situación muy difícil para Gloria Guzmán, su madre. Fue ella quien desde pequeña le enseñó a hablar y leer los labios, con el acompañamiento del Instituto de Niños Sordos y Ciegos de Cali, donde Jennifer estudió. “Los niños sordos generalmente no miran los labios porque son muy distraídos”, dice Gloria y lamenta que su hija haya sufrido tanta discriminación. “La gente la trataba de pobrecita y le decían la sordomuda. Y, para un sordo, esa es una de las peores palabras que les pueden decir porque ellos sí se pueden comunicar, por lo tanto no son mudos. Su lucha siempre ha sido hacerse notar como una persona común y corriente y demostrar que su sordera no la discapacita”.
Gloria crio a Jennifer sola porque se había separado del padre. “Mi Dios me dio las fuerzas. Ha sido un reto, pero el amor que le tengo me ha permitido ayudarla a demostrar que es una persona normal”.
Su vida académica no fue fácil. Cuando el profesor preguntaba quién quería trabajar con ella, nadie levantaba la mano. Pero ella le decía: “Profesor, no se preocupe. Yo lo hago sola”.
Jennifer terminó su bachillerato en un colegio regular de Cali y empezó la carrera de arquitectura en la Universidad La Gran Colombia, en Bogotá. Allí se ubicaba cerca del profesor para observar bien sus labios; cuando daba la espalda para escribir en el tablero y seguía hablando era un problema. “Se graduó con honores y con un promedio de 4,2”, presume la orgullosa madre.
Así como Jennifer quiere ser un ejemplo por seguir, ella también tiene modelos para forjar su camino. Como Jane Jacobs, una reconocida urbanista y activista social que con su libro ‘Muerte y vida de las grandes ciudades’, en 1961, cambió la manera como se miraban los fenómenos de las urbes. Podría decirse que su más grande aporte fue querer humanizar las ciudades.
Y la joven arquitecta sorda salió de la universidad con esa visión de futuro: ¿cómo hago para que Bogotá sea una ciudad más humana? Y esa idea no está relacionada con ninguna tendencia política sino con una idea de que debe haber soluciones en la capital para personas en condición de discapacidad.
***
Después de la entrevista se dio un segundo encuentro. La recogimos una tarde en el Instituto de Desarrollo Urbano (IDU), en el centro de Bogotá; donde trabaja en el área de espacio público y accesibilidad, para alcanzar sus metas.
“En Bogotá hay mucha indiferencia; es un caos, a nadie le importa la inseguridad que hay, ni los huecos o las malas construcciones o la mala calidad de vida. Es una capital en la que la corrupción reina. Sin embargo, mi sueño es cambiarla. Quiero una ciudad accesible, segura y sostenible para todos”, explica Jennifer mientras estamos en un trancón por la autopista Norte en el que nos demoramos una hora y media.

Mi sueño es cambiar a Bogotá. Quiero una ciudad accesible, segura y sostenible para todos

Pero Jennifer no se quedó solo con su pregrado y su trabajo en el IDU, pues no sabe quedarse quieta ni conoce de límites, por lo que estudia una maestría en Urbanismo de la Universidad Nacional de Colombia. Y no solo eso: fue escogida para presentar su tesis ‘Nociones y criterios de una ciudad accesible’ en la Escuela Superior de Arquitectura de la Universidad de Barcelona (España). El estricto jurado le dijo que era un buen trabajo, pero que aún necesitaba ajustes. De ese episodio recuerda una dificultad que tuvo que sortear: algunos le hablaron en una lengua distinta: el catalán.
Volviendo a los títulos y méritos de Jennifer, es conferencista sobre temas de género, independencia, vida, libertad, justicia, derechos humanos, no discriminación, accesibilidad e inclusión efectiva.
Su hoja de vida es aún más larga si se tienen en cuenta las charlas TedXTalks que ha dictado y su rol de embajadora de la Juventud por la Paz de los Amigos de la Unesco. También es enlace de América del Sur en la Arquitectura Sorda Mundial, parte del Instituto Americano de Arquitectos de los Estados Unidos y miembro del Global Shapers Bogotá del Foro Económico Mundial. Y más...
Gilda Toro es experta en ciudades incluyentes y la afinidad que tiene con Jennifer se debe a que también maneja el diseño para personas en condición de discapacidad. “El límite que tiene no ha sido una barrera para que sea una profesional exitosa”, dice Toro.
También destaca que a Jennifer le encanta el micrófono pese a su no oralidad, y valora su independencia. Después de presentar su tesis en Barcelona, a donde viajó sola, se fue a recorrer varios países en Europa. Conoció, por ejemplo, Copenhague, la capital de Dinamarca.
“Es una ciudad increíble, muy segura y limpia en la que los peatones circulan felices, tienen tiempo para recrearse”, contó Jennifer mientras llegamos a su apartamento.
En la entrada saluda a las vigilantes, que responden con una sonrisa. Cuando abre la puerta de su apartamento aparece su gran compañera: una perra labradora dorada llamada Maía, que se le abalanzó de la emoción y casi la tumba. Se abrazan, se quieren y se entienden. Jennifer le da órdenes y Maía hace caso. “Acuéstate”. Lo hace. “Siéntate”. Lo hace, “Dame la mano”. Lo hace.
Su lenguaje va más allá de oír y hablar y trasciende a la condición humana.
En pocas palabras, el suyo es el lenguaje común de la vida.
SIMÓN GRANJA MATÍAS
EL TIEMPO
En Twitter: @simongrma
Juan Carlos Rojas
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