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Memorias prematuras de la ‘Nacho’, mi universidad
Memorias prematuras de la ‘Nacho’, mi universidad

Los estudiantes de la Nacional, en la década del 70, no solo se manifestaron en defensa de la educación pública en Colombia.

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Archivo / EL TIEMPO

Memorias prematuras de la ‘Nacho’, mi universidad

Detalles del movimiento estudiantil que se precipitó en Colombia en los setenta y sus repercusiones.

En estos días he tenido la oportunidad de leer diversos artículos sobre el sesquicentenario de la Universidad Nacional, mi universidad: separatas en revistas reconocidas y prestigiosos columnistas; 150 años de brillantes aportes a la investigación; cuna de institutos y academias, con una pléyade de egresados prominentes desde sus comienzos.

Sin embargo, no he hallado mención alguna al movimiento estudiantil que se precipitó en Colombia, en la década de 1970, ni a sus repercusiones en la Nacional. Hagamos un poco de memoria.

Tres años antes, los estudiantes habíamos seguido de cerca las hazañas de Daniel el ‘Rojo’ (Daniel Cohn-Bendit), el alemán que lideró la revuelta estudiantil en Europa, especialmente en Francia en mayo de 1968, poniendo en jaque al gobierno francés.

Al mismo tiempo, en nuestro país, con la consigna de “la tierra para quien la trabaja”, los campesinos se movilizaron contra el esquema agrario semifeudal que imperaba, agrupados en la Anuc (Asociación Nacional de Usuarios Campesinos), esquema que impedía el libre desarrollo de las fuerzas productivas y del capitalismo nacional, favoreciendo los apetitos del imperio del norte.

Asimismo, los indígenas dispersos por la geografía nacional pero organizados en el Cric (Consejo Regional Indígena del Cauca), siempre guiados por el líder ancestral Quintin Lame en los años treinta y quienes defendían sus derechos, y los estudiantes de las universidades públicas nos movilizamos por calles y plazas en apoyo al movimiento campesino e indígena. Muy pronto amplios sectores de las universidades privadas se sumaron a aquella causa.

La izquierda me recibió con un panfleto mimeografiado que decía: “Ha llegado el ‘retoño de Belisario’

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Yo acababa de acompañar a mi padre en su aspiración presidencial, el 19 de abril de 1970. Apoyo mío no como conservador, ni liberal; belisarista, sí, ya que en nuestra casa mi padre nos inculcó el principio lógico de que sus hijos no teníamos por qué seguir el partido suyo, sino que cuando fuéramos mayores de edad y con conocimiento de causa, tomáramos la decisión política que quisiéramos. Mi madre sí heredó lo liberal de su familia paisa. Ya en 1982, mi padre fue elegido presidente, en franca lid, con las banderas de la paz.

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En 1971, la mayoría de mis compañeros de la universidad, muchos llegados de los rincones más apartados y con escasos recursos; los egresados del colegio San Carlos, como yo, y de otros colegios privados éramos una ínfima minoría. Pero, en mi caso, me sentía preparado para todo: “curado de espantos”, como dicen en Antioquia, presentía a lo que me iba a enfrentar. Y así fue. La izquierda me recibió con un panfleto mimeografiado que decía: “Ha llegado el ‘retoño de Belisario’ ”: por cierto, mote muy apropiado para el pénsum de agronomía, la carrera que yo cursé en la Nacional de Bogotá.

Ante el arrasador empuje del movimiento estudiantil, el gobierno, por intermedio del Ministerio de Educación, se vio precisado a convocar elecciones democráticas para un nuevo Consejo Superior, elegido por los diferentes estamentos de la comunidad universitaria, sustentadores del Programa Mínimo, que exigía la representación paritaria de profesores y estudiantes, en el llamado ‘cogobierno de la universidad’.

Esta gran mayoría, con excepción de la llamada ‘plaga’ (para los millenials, son los que hoy echan las papas bombas), anarquistas como siempre, que se atraviesan a toda iniciativa seria. Así fue como la izquierda y sectores democráticos elegimos el nuevo consejo, conformado de la siguiente manera:

Un representante del ministerio, tres de los decanos, dos de los estudiantes, dos de los profesores y uno de los exalumnos, para un total de nueve, lo que aseguraba una mayoría a favor de nuestro ideario.

Y tomamos medidas en apoyo de la soberanía nacional; defendíamos la autonomía universitaria, ante las pretensiones del Ejecutivo de imponer textos y programas sin consensuar con la comunidad estudiantil.

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Por ejemplo, rechazamos los convenios firmados entre la UN y algunas fundaciones norteamericanas que amarraban el pénsum a esos intereses.

Los estudiantes de agronomía –yo, entre ellos– denunciamos la PL 480 (Ley Pública USA), que obligaba al país a importar los excedentes de maíz, arruinando al campesinado, ya que Colombia hasta ese momento era autosuficiente. Los gobiernos desestimularon la producción nacional del maíz, trigo, cebada y otras gramíneas, y de rebote desmantelaron el ICA, que contaba con agrónomos Ph. D. dedicados a la investigación de nuevas variedades de cultivos para diferentes pisos térmicos, colegas especializados en las mejores universidades del mundo. ¡Por fortuna, ahora Corpoíca está volviendo por sus buenos tiempos!

Así le propinamos un duro golpe al establecimiento bipartidista en la Universidad Nacional; pero la dicha no duró mucho porque el rector de turno decidió cerrar la sede de Bogotá, por lo que tocó irnos en masa a Palmira, Valle. Muchos tuvimos la fortuna de recibir clases del profesor emérito Hernando Patiño Cruz, agrónomo, fitopatólogo, biólogo, entomólogo, ecólogo, el primero en introducir en Colombia la cátedra de Ecología en el pénsum de Agronomía; además, fundador del gremio (ver libro Ecología y sociedad de Hernando Patiño Cruz, q. e.p. d., de Tercer Mundo Editores) ¡Uno de los precursores de la Ecología, premonitorio de la catástrofe ambiental que se cierne sobre nuestro territorio y el planeta!

A tales estudios me dediqué desde entonces en universidades norteamericanas, europeas, australianas, ya como independiente, sin afiliación política; indiferente, no, pero activista, sí. Además, me apliqué a reflexionar y experimentar en defensa de ‘la casa común’ del medioambiente, con brillantes personalidades nacionales de la ciencia.

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La anterior fue una época de hervidero político sustancial a la UN; luchamos con denuedo por la financiación estatal de la universidad pública para la ampliación de cupos destinados a más estudiantes de provincia, a fin de que no se recorte el presupuesto para la investigación, según advierten eminentes científicos como Moisés Wasserman, dos veces rector de lujo de la UN; como el sabio Rodolfo Llinás y muchos otros.

Para terminar, he aquí el centro de pioneros e innovadores; algunos de los más destacados son: Manuel Ancízar, primer rector de la UN; José María Samper, quien presentó en 1864 un proyecto de ley en el Senado y propuso crear la UN de los Estados Unidos de Colombia; Alberto Urdaneta, fundador de la Escuela Nacional de Bellas Artes, pionero en la enseñanza de artes plásticas y arte gráfico en el país. ¡Y tantos más!

¡Qué tiempos! ¡Qué frustraciones! ¡Qué rectificaciones!

Qué ilusión para nuestra brillante y formidable Universidad Nacional de Colombia.
¡Feliz cumpleaños, querida ‘Nacho’.


*DIEGO BETANCUR ÁLVAREZ
Ingeniero agrónomo de la Universidad Nacional sede Palmira.

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