“Mi mamá siempre quiso hijos, pero nunca tuvo ni siquiera novio”. Así inicia su relato Juanita Uricoechea, hija de una madre que la adoptó sin una pareja que aliviara el peso de la crianza, hace 44 años.
A la vida de Teresa Uricoechea primero había llegado Carolina, desde Cali, cuando tenía 8 días de nacida; poco después, la familia le dijo que adoptara a otra niña, para que no creciera tan sola. “A mí nunca me ha hecho falta un papá”, dice Juanita, crítica de iniciativas como la de la senadora Viviane Morales.
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Para esta psicóloga, que lleva 18 años casada y tiene tres hijos, en lo que deberían enfocarse los políticos preocupados por la adopción es en la aptitud psicológica de los adoptantes y en su solvencia económica. “Si vamos a hablar de amor, pienso que cualquier persona es capaz de darlo”, asegura.
La única desventaja que ella ve al haber crecido junto a su madre y hermana es algo que califica como ridículo: “Mi marido me pidió que le sirviera un whisky, yo no sabía y terminé mezclándolo con tónica”.
Agrega que fue difícil aceptar los pelos que su marido dejaba en el baño, y que el mayor inconveniente lo encontró durante los trámites para sacar la visa estadounidense, porque en los formularios no encontraba la opción de decir que no tenía padre. “Estas son solo anécdotas; la discriminación viene del exterior, no de uno, porque uno crece con eso como si fuera algo normal”, concluye.
REDACCIÓN VIDA