Cada quien, ni más faltaba, está en total libertad de entender el “éxito” con una visión chata o de prolongada nariz, de conveniencia ocasional o de trascendencia existencial. Así como en esta palabra, en muchas otras también se han congelado distintas definiciones, desde un intento por moldear ideas y, luego, imponer maneras de ser.
Por supuesto, en un ámbito en el que la libertad de opinión es un derecho, creo que vale más en esta vida ser feliz que “exitoso”, si tomamos solo la visión metalizada (¡y chata!) de éxito. Desde la cima de las montañas, jamás se aprecia el trabajo de una hormiga en el valle. Eso mismo sucede con las perspectivas reducidas (y con frecuencia distorsionadas) que muestran los medios masivos acerca de los llamados “exitosos”.
¿Cuántos, con esas versiones, sueñan con un dinero tan cuantioso como el de Messi o Neymar? ¿Qué cantidad de personas anhela fortunas y famas construidas apenas en las plataformas mediáticas? Se sospecha de que millones de seres humanos en este planeta se arrodillan con total soltura siempre y cuando alguien sacuda ante sus ojos un voluminoso fajo verde, ojalá conformado por el rostro infinitamente repetido de George Washington o de Benjamín Franklin. Qué curioso: ¡La libertad puede ser esclavitud!
Que los significados de las palabras cambian con el uso y el dinamismo social, eso es cierto. Sin embargo, muchas veces ese intercambio constante de las relaciones humanas, que es como se construye la sociedad, no siempre procede de la misma gente, sino de poca gente. Y esta poca gente empieza a asignar otros sentidos que reacomodan las impresiones ante la realidad. Eso pasa con “éxito”.
El mayor referente de “éxito” por esta época consiste en asociarlo con fama y dinero. Quienes obtienen tales privilegios son llamados “exitosos”, pero se les califica desde una visión lejana, apenas superficial, viendo solo la cáscara (la superficie). Así, más de un ciudadano, para recordar a otro que hace tiempo no ve o del cual no tiene noticias, pregunta: “¿Y qué más de Carlos? Hace años que no sé de él”. Y el interlocutor responde: “Bien. Carlos es un hombre exitoso: tiene mansiones, es dueño de aviones, de edificios; gana cientos de millones de dólares cada mes, conoce el mundo entero… ¡Sí, definitivamente, le ha ido muy bien!”.
Sin embargo, después de pasar tantos años sin ver ni saber más de Carlos, las versiones provendrán solo de las percepciones corrientes y superficiales. Es posible que Carlos esté afrontando un cáncer incurable, que su esposa haya muerto pocas semanas atrás, que haya quedado huérfano de manera imprevista, que algunos de sus hijos estén en prisión pagando elevadas penas, que otro más se encuentre sumergido en el infierno de la drogadicción… Pero, la reducida percepción de quienes rodean a Carlos insiste en que “le ha ido bien”. Por supuesto, son formas y puntos de vista para calificar un aspecto de la realidad. Si fuera posible intercambiar las tragedias de Carlos, supongo que únicamente los extremistas codiciosos optarían por padecerlas, y contar así con la riqueza material de este lastimero individuo.
Parafraseemos a Dostoievski: hay una lucha constante entre el bien y el mal, y el campo de batalla es el corazón del hombre (espero preservar su sentido). Esa pesada carga en la conciencia quizás sea el motivo para que las acciones se ejecuten más por una imposición soterrada y propagada que por un deseo auténtico y propio. Insisto: el verdadero éxito es la felicidad propia, la de nuestras familias, amigos, vecinos… También queremos que sea del país y hasta del mundo entero, pero eso, por ahora, es una utopía.
Bueno, para no incomodarlos más, y en el más favorable de los sentidos, que tengan muchos éxitos.
Con vuestro permiso.
JAIRO VALDERRAMA V.