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Una sastra y una jueza / En defensa del idioma
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En estos tiempos hay un uso de las palabras en un campo social que pretende la equidad de sexo aplicando la reiteración del género.

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Archivo/EL TIEMPO

Una sastra y una jueza / En defensa del idioma

También ellos, en el alto mundo del modelaje y la moda, han creado su "modisto".

Abundan palabras que aparecen en el Diccionario de la Real Academia y, sin embargo, rara vez se escuchan o se leen en el uso común de los hablantes y escribientes. A continuación, vamos a examinar algunos de esos casos, que quizás resulten curiosos y extraños para los bibliófobos y muy corrientes para los bibliófilos (en su amplio sentido). Hemos de centrar la atención, sobre todo, en las asignaciones de los masculinos y femeninos de ciertos sustantivos y adjetivos.

Las personas dedicadas a aprender algún oficio o arte bien pueden recibir el adjetivo “aprendiz”, tanto para el femenino como para el masculino: “La novia de mi sobrino es una aprendiz de cocina y mi sobrino, un aprendiz de conductor”, donde, como notarán, se advierte el género en el artículo: “una” o “un”. Sin embargo, existe el femenino: “aprendiza”. Por tanto, también esa novia de manera adecuada puede ser “aprendiza de cocina”.

En estos tiempos (cambiantes, como todos), hay un uso de las palabras en un campo social que pretende la equidad de sexo aplicando la reiteración del género, como si una posible discriminación se diera de una manera plena solo en las palabras, dejando por fuera las actitudes. A tanto llega esta inclinación que muchas damas exigen, con una actitud contraria, la designación de sus oficios o trabajos de manera genérica: “llámeme juez”, solicitan algunas juristas con poder de sentencia, como si ser “jueza” disminuyera su calidad y su prestancia.

Una situación parecida se presenta con “poeta”, que vale para damas y caballeros que ejercen esta bellísima y muy humana tarea: escribir poemas. No obstante, más preciso para ellas es el adjetivo “poetisa”.

Quizás uno de los usos más desconocidos es el femenino de “sastre”. Así como en el oficio de cortar y coser vestidos se vale usarlo al referirnos a un hombre, también las mujeres dedicadas a este trabajo merecen la palabra “sastra”.

¿Acaso no pasa lo mismo con “modista”, que regía para los dos géneros? También ellos, en el alto mundo del modelaje y la moda, han creado su “modisto”.

Tengo entendido que con algunas disposiciones en las normas administrativas de no pocas entidades públicas, está muy propagada la exigencia de aplicar expresiones como “los niños y las niñas deben asistir con sus padres a la reunión”, “pueden venir con sus hijos y sus hijas”, “los colombianos y las colombianas son muy generosos”, “los alumnos y las alumnas han adelantado bastante su proceso”, “los profesores y las profesoras se muestran bastantes dispuestos a colaborar”, “los ciudadanos y las ciudadanas son respetuosos de las leyes”, etc.

Sin embargo, tampoco es habitual decir algo como “las clientas asiduas”. Por lo regular, se escucha o se lee “los clientes asiduos”, aunque, siguiendo esa propagación, debería incluirse a las “clientas”, término aceptado también por la Academia Española de la Lengua.

Nada extraña que en muchos medios de comunicación hayan anunciado “la destacada participación de nuestros deportistas en el ámbito internacional durante el 2016”. Estoy seguro de que ni Mariana Pajón, ni Sara López (campeona mundial de arco compuesto), ni Catherine Ibargüen están excluidas de este grupo de embajadores nacionales. Y no sobra añadir que el gran boyacense Nairo Quintana y Jossimar Calvo (excelente gimnasta) también están allí. Es fácil notar que todos ellos se destacan por su calidad deportiva, no por ser hombre o mujer. Aparte de ello, ¿notaron el uso de “todos ellos”, de “nuestros”, de “embajadores nacionales”? Ni más falta que se excluyeran a “las” deportistas.

Si siguiéramos con rigidez ese uso, armaríamos textos tan simpáticos (y ridículos) como el siguiente:

“Como colombianas y como colombianos, nuestros deportistas y nuestras deportistas, muy dedicados (ellos) y dedicadas (ellas), han sido destacados y destacadas en sus participaciones internacionales. Bastante admirados y admiradas, ellos y ellas son un ejemplo para nuestras hijas y para nuestros hijos, porque se han convertido en ciudadanos y ciudadanas ejemplares, que entienden que también fueron alumnas y alumnos, y que ahora, como profesionales, se sienten contentas y contentos, respetados y respetadas, aplaudidos y aplaudidas, porque confiaron en sus profesoras y en sus profesores, y están resueltos y resueltas a seguir trabajando, concentrados y concentradas, siendo generosas y generosos, muy reconocidos y reconocidas, esforzados y esforzadas”.

Por tanto, lectores y lectoras, atentos y atentas, vamos a ser más precisos y más precisas, o quizás más prácticos o más prácticas, nosotros (¿y “nosotras”?), como hispanoamericanos o hispanoamericanas, hemos de entendernos con un lenguaje sencillo y claro.

En definitiva, uno no debe respetar a una mujer porque es mujer ni respetar a un hombre porque es hombre. Uno respeta a hombres y a mujeres porque son personas.

Con vuestro permiso.

JAIRO VALDERRAMA V.
Profesor Facultad de Comunicación
UNIVERSIDAD DE LA SABANA

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