Una de las mayores ironías de la prensa se encontró durante la conmemoración del Día del Idioma el pasado domingo 23 de abril, cuando algunos diarios nacionales publicaron recomendaciones para evitar los extranjerismos innecesarios (otros sí son necesarios). Al revisar esas páginas, aparte de los desaciertos sintácticos y de puntuación, que proliferaron en casi todos estos, apareció un titular que, con solo una lectura apenas concienzuda, invitaría a la risa y al lamento: “Top diez de extranjerismos inútiles usados por colombianos”. Guardando las debidas proporciones, es como si redactáramos una invitación para defender la ortografía: “Kada bes ke hezcribaz, rebiza la hortografía”.
Cuando ciertos “periodistas” ordenan el lenguaje con el cuidado de un elefante en una cristalería, se disuelven las esperanzas frente a la posibilidad de que la información pública sea responsable y precisa. En el caso que citamos, resulta muy contradictorio presentar sugerencias para evitar los extranjerismos y, al tiempo, usar uno de estos en la primera palabra ¡del mismo titular de prensa! Esos usos de los extranjerismos, la mayoría inconscientes, ratifican que las tareas periodísticas se están llevando a cabo de manera, más que apresurada, instintiva. Ese ejemplo prueba que ni siquiera el periodista en cuestión comprendió el asunto que se trataba en ese texto. Se entiende la premura necesaria en el mundo periodístico, pero siempre serán más determinantes la coherencia y la cohesión, recursos para aproximarnos a la verdad.
De nada vale ser el primero en figurar si esta figuración entraña distorsiones y errores en la información. Tal proceder se asemeja a preparar comida con prontitud, pero sin retirar los huesos, espinas, cáscaras y empaques. Y todo ello a riesgo de una tóxica indigestión descomunal, gastronómica y comunicativa. Por esto tiempos, las redes sociales funcionan como los ductos que arrastran todos esos desechos de información, y así los devoran millones de seres humanos.
Para centrarnos, entonces, en el asunto de este escrito, precisemos de una vez la corrección de esa manida e innecesaria palabra, que es un extranjerismo: “top”. Ese término inglés en sentido figurado se refiere a “lo más destacado” o sobresaliente frente a otras ideas en un campo específico. En español, ya se ha comprobado esta invasión, y ahora la preocupación es cómo recuperar la libertad expresiva. En primera instancia, hay muchas alternativas para remplazar el tal “top”: “de primer nivel”, “sobresaliente”, “entre los mejores”, “de primera línea”, etc.
Tomemos de nuevo el titular: “Top diez de extranjerismos inútiles usados por colombianos”. Se corrige con facilidad y claridad: “Los diez extranjerismos más inútiles usados por los colombianos”, y adiós al “top”. En España, otro diario (como muchos) acudió a esa imprecisión: “Los tops 10 de Aragón”, pero en este caso ni siquiera determina “tops” de qué. Quizás aluda a las canciones más escuchadas en esa región ibérica; pero también la enmienda sería sencilla: “Las diez canciones más escuchadas en Aragón”.
Con “tip”, otro extranjerismo, se presenta una situación similar. Y algunos otros diarios también se han dejado contaminar: “Tips para cuidar a los niños en Semana Santa”, titulaba uno de estos antes de la Semana Mayor; como notarán, la palabra ya iba pluralizada. Otra publicación más decía: “Las canas son para lucirlas… Tips para conseguirlo”.
Ese “tip” es más fácil de corregir; basta reemplazarlo por “recomendación”, “consejo”, “pauta”, “indicación”, “clave”, “directriz” o “norma”. Y el término se escoge de acuerdo con el matiz del significado o del contexto.
El pretexto de algunos hablantes para jugar del “tip” al “top”, entre otros extranjerismos, consiste en asegurar que así se habla ahora el español, y que las lenguas son dinámicas, cambiantes, y las palabras son de la gente, del ciudadano común, y en eso estoy de acuerdo, como muchos de mis respetados y respetables lectores. Sin embargo, la arbitrariedad en el hablar y el escribir no es admisible en el campo académico ni en el periodístico. En el fútbol, por ejemplo, los aficionados en las graderías y frente al retrete hablan de “recepcionar”, “balón dividido” o “pienso de que el partido fue difícil” (sin mencionar otras joyas verbales emitidas cada fin de semana en todos los estadios del país), porque ese es el lenguaje del fútbol, y nada diremos al respecto, porque el habla es espontánea, práctica y popular; claro, también vulgar.
Sin embargo, debe ser distinto, muy distinto, el lenguaje del periodismo.
Con vuestro permiso.
JAIRO VALDERRAMA V.*
Profesor de la Facultad de Comunicación
Universidad de La Sabana