Poco después de resultar electo presidente de Estados Unidos, Barack Obama le dijo a una niña: “A este mundo le falta empatía y cambiar eso depende de tu generación”.
La idea que expresaba Obama está muy difundida, así que el título de un nuevo libro de Paul Bloom (psicólogo de la Universidad de Yale) puede generar sorpresa: ‘Against Empathy’ (contra la empatía). ¿Cómo puede alguien estar en contra de algo que nos permite ponernos en los zapatos de los demás y sentir lo que siente?
Tener empatía con alguien nos predispone mejor hacia esa persona. Es algo bueno, pero también tiene su lado oscuro. En sus discursos de campaña, Donald Trump usó el asesinato de una joven llamada Kate Steinle a manos de un inmigrante indocumentado para generar apoyo a sus políticas antiinmigrantes. Por supuesto, nunca ofreció una descripción tan vívida de los casos de inmigrantes indocumentados que salvaron las vidas de personas que no conocían.
Los animales con grandes ojos redondos, como las crías de foca, despiertan más empatía que los pollos, a los que infligimos muchísimo más sufrimiento. Algunas personas incluso se muestran reacias a “dañar” a robots, aunque saben que estos no pueden sentir nada. Mientras que los peces (que son fríos y no pueden chillar) despiertan poca empatía, aunque (como sostiene Jonathan Balcombe en ‘What a Fish Knows’ ('Lo que un pez sabe'), hay sobradas pruebas de que sienten dolor igual que aves y mamíferos.
La empatía con un puñado de niños que (supuesta o realmente) sufren daños derivados de las vacunas es una de las principales causas de cierta resistencia popular a inmunizarlos contra enfermedades peligrosas. Esto lleva a que haya millones de padres que no vacunan a sus hijos y a que, a su vez, cientos de niños enfermen y resulten afectados (a veces fatalmente) por enfermedades prevenibles.
La empatía puede llevarnos a cometer injusticias. En un experimento, los sujetos de prueba debían escuchar una entrevista a una niña que sufría una enfermedad terminal. A algunos se les pidió tratar de imaginar lo que sentiría la niña, mientras que los otros recibieron instrucciones de mantener la objetividad. A continuación, tenían la posibilidad de mejorar la posición de la niña en la lista de espera para un tratamiento, por encima de otros niños a los que ya se había evaluado como prioritarios. Tres de cada cuatro sujetos a los que se les pidió ser empáticos hicieron uso de esa posibilidad, contra solo uno de cada tres de los que trataron de ser objetivos.
Estar contra la empatía no es estar contra la compasión. En uno de los capítulos más interesantes de ‘Against Empathy’, Bloom describe cómo aprendió la diferencia entre la empatía y la compasión, gracias a Matthieu Ricard, el monje budista que ha sido descrito como “el hombre más feliz de la Tierra”. Hace unos años, la neurocientífica Tania Singer (de quien no soy pariente) tomó lecturas del cerebro de Ricard mientras este practicaba “meditación compasiva”; para su sorpresa, encontró que no había actividad en las áreas del cerebro que normalmente se activan cuando las personas sienten empatía con el dolor de otras. Cuando a Ricard le pidieron generar esa clase de empatía, pudo hacerlo, pero lo halló desagradable y agotador; en cambio, describió la meditación compasiva como “un cálido estado positivo asociado con una fuerte motivación prosocial”.
La meditación compasiva se parece a lo que a veces se denomina “empatía cognitiva”, porque involucra el pensamiento y la comprensión de la situación ajena, más que el sentimiento. Esto nos lleva al último gran mensaje del libro de Bloom: el camino que tomó la ciencia psicológica la llevó a subestimar el papel que tiene la razón en nuestras vidas.
La psicología tiene incorporado un sesgo contra la idea de que tomamos decisiones razonadas. La idea más positiva que tiene Bloom del papel de la razón concuerda con lo que considero es la comprensión correcta de la ética.
La empatía y otras emociones suelen motivarnos a hacer lo correcto, pero son igualmente capaces de motivarnos a hacer lo incorrecto. En la toma de decisiones éticas, la capacidad racional del ser humano es fundamental.
PETER SINGER
Profesor de bioética en la Universidad de Princeton y profesor laureado en la Universidad de Melbourne.
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