Jugar con los hijos es favorable para el desarrollo de su personalidad. Pero ¿qué pasa si no nos da la vida o si nos aburre hasta el infinito? Muchos parecen tener la respuesta: media hora de exclusividad diaria, sin pantallas ni preocupaciones. Ahora bien, ¿se trata de un tiempo suficiente o solo es una estrategia para lavar culpas?
Además de cuidar con amor a nuestros bebés e hijos chiquitos, de pasarnos noches sin dormir, de tolerar pataletas sin salir corriendo o de tenerles paciencia cuando molestan mientras comen... Sí, además de todo eso, nos dicen que hay que jugar con nuestros hijos, que eso les hace bien, que lo necesitan para un buen desarrollo de su personalidad. Pero cómo puede ser, nos preguntamos, si mi mamá nunca jugó conmigo y yo soy normal. ¿También hay que jugar? ¿Cuándo? ¿Cuánto tiempo? ¿Por qué media hora?
¡Desconectarnos!“Cuando hablamos de media hora de juego nos referimos a media hora de calidad con el objetivo de mitigar un poco la vorágine de la vida cotidiana. Media hora es poco tiempo, pero nos garantiza 30 minutos de exclusividad”, apunta la licenciada argentina Marisa Russomando, especialista en crianza y maternidad. Sin embargo, esta solución no implica la panacea de la crianza, sino un aporte pragmático: un tiempo en el que hacer algo con los hijos sin pantallas, sin celular, sin agenda, sin trabajo.
Jugar no tiene que estar referido necesariamente a tomar el té con tacitas de juguete o a armar pistas de autos en miniatura, sino que se trata de adecuarse a lo que los hijos quieran hacer en ese momento. No se los puede obligar a jugar, pero sí se pueden compartir actividades que valen como tiempo de calidad. “Los adultos perdemos de vista que los niños juegan todo el tiempo porque es el modo que tienen para entender el mundo y comunicarse. Teniendo esto en cuenta, es bueno establecer el hábito de desconectarse de todo y concentrar la mirada y el pensamiento en los hijos”, señala la licenciada Gabriela Nelli, de la institución argentina Alojar y Criar, especializada en atención a la familia.
Las especialistas coinciden e insisten en afirmar que no se trata de desentenderse de los niños una vez pasada la media hora, sino de continuar en conexión con ellos a través de la disponibilidad. “Las utopías agotan y estar todo el tiempo encima de los niños tampoco es aconsejable, sí el estar disponibles, atentos a lo que ellos necesiten. La media hora sirve para tener un tiempo garantizado no como una obligación, sino como una oportunidad para conocerlos, para saber cómo son, qué les gusta, qué piensan, para entrar en su mundo”, continúa Russomando. No jugar por entretenimiento, sino para descubrir su individualidad.
Al margen de la media hora, los padres podemos también sacarles partido a las tareas cotidianas, para convertirlas en momentos compartidos con los hijos. “Todo puede ser tiempo de calidad: desde bañarlos hasta invitarlos a cocinar con nosotros, ir al supermercado o pasear al perro”, asegura la especialista de Alojar y Criar.
¿Entonces la media hora de juego sirve para lavar culpas y dejarnos la conciencia tranquila? Russomando explica que “en principio el objetivo no es aliviar la culpa, pero si los padres se sienten más tranquilos con los 30 minutos de exclusividad en la agenda diaria, no está mal, más que nada porque lo que más necesitan los hijos es tener madres y padres serenos y en paz”.
Pareciera que hoy todo tiene que ser didáctico y estimulante, porque son muchos los que creen que así criarán hijos superdotados, genios o exitosos. Ven el juego como una excusa para enseñar datos y más datos: los colores, los números, las formas, las letras. Un montón de información que el pequeño puede memorizar, pero que poco sentido le puede dar.
“Lo lúdico es un aprendizaje en sí. A través del juego los niños incorporan el mundo entero, así que no hace falta agregarles más. Después irán a la escuela. El juego didáctico puede estimular, pero eso no significa que luego aprenderán más o mejor”, aclara Gabriela Nelli.
En otras palabras, la media hora de rigor se trata de un momento dedicado a profundizar el vínculo afectivo. Tal como apunta y concluye Russomando: “La media hora responde a la generación de confianza. El juego es el prólogo del diálogo. Es la excusa de cada etapa de la vida para encontrarse con el otro”.
Los especialistas en educación recomiendan poner en práctica una técnica muy sencilla con los niños: mirarlos a los ojos. Ellos son muy perceptivos y se dan cuenta cuando los padres dicen que están aquí, pero en realidad están en otra parte: viendo los deportes por televisión, escuchando las noticias o conectados al celular. Por eso, a la hora de jugar nada mejor que desconectarse, en lo posible, de todo.
CECILIA ACUÑA
LA NACIÓN (Argentina) - GDA
Buenos Aires
Comentar