La Amazonia no es el pulmón del mundo. Para derribar ese mito publicitario solo basta con describir lo que allí sucede: una vasta área de frondosos árboles recibe el viento que arrastra el Atlántico, hasta convertirlo en las nubes que vuelan hacia el norte y se convierten en la lluvia que refresca a los Andes.
Es un viaje largo del mar hacia la montaña en el que nace el encanto de Suramérica: un inmensa riqueza de ríos, lagunas y cascadas.
Lejos de compararse con un órgano humano, la Amazonia podría asemejarse a una gran fábrica de nubes o de ríos voladores, como también se les puede decir a estas corrientes de humedad.
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Esa región –que comparten ocho países: Colombia, Guyana, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Perú, Guyana francesa y Surinam– es la clave de la regulación climática de lugares tan distantes como el río de La Plata, en Argentina, e incluso hasta de zonas del sur de Estados Unidos.
Por eso, aunque a algunos los sorprenda, lo que ocurre allí, en ese ecosistema selvático y biodiverso a más de 1.000 kilómetros de Bogotá, se relaciona estrechamente con las lluvias que abastecen el páramo de Chingaza, el reino de frailejones que está a las espaldas de la capital y que surte de agua a sus 10 millones de habitantes.
Esa conexión vital entre el centro del país y la Amazonia es lo que busca retratar una serie de infografías –como la que acompaña este artículo– que saldrán publicadas en esta página durante los próximos meses, en la campaña #LaAmazoniaEnDatos.
EL TIEMPO y la Fundación Gaia Amazonas, que lleva más de 25 años trabajando en la región, buscan contar las características de esta selva tropical, las riquezas de la red hídrica de la región, sus especies más representativas, las amenazas que enfrenta y las maneras como los nativos y foráneos aprovechan este santuario de naturaleza.
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“Queremos que los colombianos vuelquen su mirada más allá del piedemonte andino y se den cuenta de que el Amazonas también existe y es más importante para la sobrevivencia de nuestra especie de lo que podemos imaginar”, explica la fundación.
“Hay un río mucho mayor que el que vemos correr en la tierra. La transpiración de los árboles y el vapor de agua generado son 1,5 veces la cantidad del río Amazonas.
Estamos hablando de billones de metros cúbicos de agua en vapor”, relata Edwin Agudelo, coordinador de la línea de investigación en ecosistemas acuáticos del Instituto Amazónico de Investigación Científica (Sinchi), al mencionar el potencial hídrico y climático de esta región, de la que no se puede hablar –enfatiza el experto– sin mencionar su relación con la Orinoquia, el área vecina.
De hecho, cuando el Ideam reporta eventos especiales, que ocasionan días lluviosos en la capital, la explicación suele ser la entrada de frentes fríos desde la Amazonia que llegan a Bogotá por los vientos de la Orinoquia.
Sin embargo, no es solo Bogotá; otras capitales, como las del sur del continente, también son reguladas por la actividad amazónica. Para Martin von Hildebrand, director de la Fundación Gaia Amazonas, es realmente crucial “mantener la conectividad entre los ecosistemas desde el océano Atlántico hasta los Andes en el corredor norte del río Amazonas, donde se ubica el ecuador climático, donde se dan más lluvias”.
Precisamente, para velar por este corredor socioecológico, donde los gobiernos han declarado varias áreas protegidas, esta semana se firmó una alianza entre el Ministerio de Ambiente y la Fundación Gaia para coordinar la conservación entre comunidades, entidades públicas y organizaciones no gubernamentales.
“El sur del río Amazonas es donde se concentra la deforestación por construcción de carreteras, agroindustria e hidroeléctricas. En el norte está la zona mejor conservada, y por eso estamos a tiempo de salvaguardar ese corredor”, explica Von Hildebrand.
La protección que le quiere dar el Ministerio de Ambiente colombiano es una respuesta a la solicitud del Gobierno del Brasil en la Conferencia de las Partes del Convenio de Biodiversidad, que se llevó a cabo en el 2016 en Cancún (México).
La importancia de la región amazónica, que con los años se ha visto como el ‘patio de atrás’ del país, al que muchos colombianos consideran una área distante e imposible de acceder, también se revela en el potencial inigualable de sus ríos.
Por ejemplo, el Amazonas, en sus momentos altos, libera cerca de 240.000 metros cúbicos por segundo. Es como si un número igual de tanques caseros de 1.000 litros se vertieran en tan solo un segundo.
“Por Leticia pasan cerca de 35.000 metros cúbicos por segundo; si se comparara con el Magdalena, que está entre 12.000 y 14.000 metros cúbicos por segundo en temporada alta, el río Amazonas lo triplica”, explica Agudelo.
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Caso similar ocurre con el río Caquetá, que drena a la altura con la frontera de Brasil, una cantidad similar a la del Magdalena, donde viven siete de cada 10 colombianos, cuando este desemboca en el Atlántico.
Más allá de la potencia de las aguas del sur del país, otras conexiones se tejen entre los Andes y la región Amazónica. El río Putumayo es ejemplo de ello, porque nace en el macizo Colombiano y se convierte en el enlace con el resto de la selva amazónica en su despliegue hacia el Brasil.
El río es una particular arteria de navegación, porque de sus cerca de 1.500 kilómetros de extensión, 1.345 son navegables.
“La Amazonia representa para Colombia el 38 por ciento del agua superficial, y eso es algo que los colombianos no reconocen”, enfatiza Agudelo. A la riqueza del agua se le suma el potencia de la pesca, de la que viven las comunidades indígenas y que también llega al centro de Colombia.
La Amazonia también se puede valorar por su biodiversidad, que es patrimonio de todos los colombianos.
“Hay más especies en una hectárea de bosque amazónico que en cualquier otro lugar del planeta. Además, esas especies tienen un rango de adaptación al agua muy alto, que las hace muy eficientes en su uso”, asevera Jaime Alberto Barrera García, ingeniero agrónomo e investigador principal del proyecto de paisajes productivos del Sinchi, quien también describe que cerca del 57 por ciento del agua que cae en estos bosques es regulada por la interceptación de las hojas, lo que amortigua el impacto de las lluvias y por ende evita las emergencias por inundaciones.
Según los registros biológicos, en el país hay cerca de 26.900 especies de plantas, de las cuales 8.120 están en la Amazonia; de estas, 1.625 plantas son útiles para la alimentación o la salud.
Dairon Cárdenas López, investigador y coordinador del Herbario del Instituto Sinchi, resalta que no hay ninguna región en el país que tenga tantas plantas alimenticias y medicinales registradas, y aclara que esto se debe al conocimiento ancestral que se les ha dado.
Cárdenas es enfático en señalar que la amenaza que se cierne sobre estos bosques los empuja a la extinción. En un estudio de hace un par de años, publicado en la revista Science, se calculó que para el 2050, entre el 36 y 56 por ciento de los árboles de esta región van a estar en grave peligro de extinción.
De hecho, la región amazónica sigue siendo la parte del país donde más se deforesta. Y aunque las noticias de esta tala constante e indiscriminada puedan parecer lejanas para un ciudadano en Bogotá, lo cierto es que el clima de la ciudad también está en riesgo con la pérdida de cada árbol amazónico.
LAURA BETANCUR
Redactora EL TIEMPO