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Ciencia

El doble exterminio de los indígenas latinoamericanos

Estas cuatro personas fueron denominadas en la literatura e historia nacional e internacional como “los últimos charrúas”.

Estas cuatro personas fueron denominadas en la literatura e historia nacional e internacional como “los últimos charrúas”.

Foto:GETTY IMAGES

Por décadas los dieron por muertos en libros de historia y registros oficiales, pero estaban vivos.

En Argentina, Brasil, Chile y Uruguay los declararon extintos, pero media docena de pueblos indígenas luchan hoy y desde hace 30 años para que se reconozca que están vivos.
Se trata de los selk’nam de Tierra del Fuego (Chile y Argentina), los charrúas (Uruguay, Argentina y Brasil), los comechingones de Córdoba (Argentina), los ranculches o ranqueles de La Pampa (Argentina), los huarpes de Mendoza y San Juan (Argentina) y los tehuelches, de la Patagonia.

Para estos indígenas invisibilizados es importantísimo que se los reconozca como existentes. Su derecho a la identidad es vulnerado si los Estados y la opinión pública no lo hacen

“Para estos indígenas invisibilizados es importantísimo que se los reconozca como existentes. Su derecho a la identidad es vulnerado si los Estados y la opinión pública no lo hacen. Además, sin ese reconocimiento oficial no pueden hacer nada... y si la sociedad no los reconoce se estaría representando al cuerpo social de manera no solo falsa, sino discriminatoria”, le dice a EL TIEMPO el respetado antropólogo uruguayo Gustavo Verdesio.
Explica que los charrúas, de Uruguay, viven una situación similar a la de los tehuelches, de la Patagonia, y que “se descree de su existencia por haber sido declarados extintos por los investigadores y el Estado”.
En Uruguay, a diferencia de Argentina, no se ha ratificado el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que es la única legislación internacional de tipo vinculante que obliga a los Estados firmantes a crear un Instituto para Asuntos Indígenas y también a legislar sobre el tema.
“Los tehuelches han mejorado su situación en materia de reconocimiento, pero los huarpes y los ranculches tienen una historia diferente con el Estado”, señala Verdesio.
Todos los pueblos mencionados fueron víctimas, primero, de los conquistadores, después, de los pioneros cuando introdujeron la ganadería ovina en Tierra del Fuego en la segunda mitad del siglo XIX, por ejemplo, o cuando fueron masacrados y perseguidos por los gobiernos de turno, como el caso de los charrúas.
Después vino el atropello de los registros oficiales inexactos, que los sepultaron vivos y decretaron su extinción cuando, supuestamente, falleció el último de sus integrantes.
La matanza de Salsipuedes, ejecutada por el ejército uruguayo contra los charrúas en una emboscada apoyada por el presidente José Fructuoso Rivera (1830-1834) el 11 de abril de 1931, dejó 40 indígenas muertos, 300 prisioneros y desató sanguinarias persecuciones y desplazamientos hasta el sur de Brasil y Argentina.
Libros de historia, investigadores, académicos e incluso Wikipedia siguen dando como extintos a la mayoría de estos pueblos.
Hasta hoy, en Uruguay, aunque los estudios genéticos han demostrado que un tercio de la población tiene genes indígenas por el lado materno, “la idea de que somos un país sin indios sigue predominando en el imaginario colectivo”, según Verdesio.
Los uruguayos han escuchado infinidad de veces que provienen “de los barcos y que los indios fueron exterminados definitivamente en la emboscada de Salsipuedes” de hace casi tres siglos, añade.
Además, “los descendientes de los charrúas generan recelo y no pocas veces son motivo de burla” en la actualidad y, así como el prócer José Artigas (1764-1850) se exilió en Paraguay y negó siempre pertenecer a Uruguay, “los indios también fueron exiliados de nuestra historia”, afirma.

Genocidio académico

Miraba a mi abuelo y a mi mamá y sabía que eran onas. Le dije a mi profesora que mi trabajo estaba mal, que no estaban extintos, pero no tuve el valor para decirle que yo también era una ona

“Al intento de exterminio físico siguió el genocidio académico, y hoy lo vivimos todos los días, porque tenemos que luchar por el derecho a la existencia”, dijo la escritora e historiadora Hema’ny Molina, presidenta de la Corporación Selk’nam Chile y miembro de la Comunidad Covadonga Ona, en una entrevista con la Deutsche Welle.
Cuenta que cuando estaba en la escuela hizo un trabajo sobre las comunidades indígenas australes en el que afirmó que su pueblo, los selk’nam u onas, estaban extintos.
“Miraba a mi abuelo y a mi mamá y sabía que eran onas. Le dije a mi profesora que mi trabajo estaba mal, que no estaban extintos, pero no tuve el valor para decirle que yo también era una ona”, recuerda.
Como ella, muchos de los indígenas, cuyas culturas fueron sepultadas a la brava por la mediocridad de una sociedad, crecieron lejos de sus territorios, historia y tradiciones.
Lo pasaron muy mal en el colegio, en medio de burlas y contradicciones y, hasta hoy, muchos de ellos no han vencido el miedo ni se han empoderado de su verdadera identidad, como le sucedió en la escuela a la historiadora Molina.
Los selk’nam fueron también víctimas de cacerías humanas a partir de 1800 hasta que llegó la misión salesiana con el frustrado propósito de frenar las masacres. Después vino lo de su extinción en vida. En la actualidad reclaman ser incluidos en la Ley Indígena y que se reconozca su historia y existencia.
Solo a finales del año pasado, el Gobierno de Chile inició un estudio para reconocer a los selk’nam como un pueblo vivo, y ese fue el primer paso para reivindicar su derecho a la vida; para que se reconozca la existencia de su cultura y, sobre todo, para que se restablezcan sus derechos ciudadanos. Antes, la historia oficial los describía equivocadamente como un pueblo paleolítico extinto.
El proceso legal de reconocimiento no está relacionado con la pureza de la sangre, según la Corporación Selk’nam Chile, que admite que los pueblos se transforman y que, aunque sus integrantes no habiten hoy en su territorio ni hablen su lengua, los identifican los rasgos culturales, prácticas y habilidades en las familias como el trabajo textil o en cuero, en este caso concreto.
Los otros pueblos indígenas declarados extintos también están luchando como los selk’nam para que el Estado los reconozca como vivos, y en ese proceso es muy importante que se visualicen el despojo y la violencia en su contra, pues ellos son los fundamentos de la sociedad latinoamericana.
Pero si por el sur llueve, por el norte no escampa. “En Puerto Rico y en Estados Unidos, los taínos, que encontró Cristóbal Colón, y los mashpee de la costa Este norteamericana, también están luchado por la misma causa”, según Verdesio.

En Colombia

En nuestro país hay alertas sobre el peligro de extinción del 64 por ciento de los 102 pueblos indígenas existentes, según un informe de la Organización Nacional Indígena de Colombia (Onic).
Dieciocho pueblos cuentan con menos de 200 integrantes; 10, con menos de 100, y los makaguajes, que viven en la región de Peñas Blancas, en las cabeceras del río Caquetá arriba de la desembocadura del río Caguán, en el Caquetá, cuentan con menos de cinco integrantes, sostiene.
No obstante, EL TIEMPO no recibió respuesta de la Onic sobre pueblos indígenas invisibilizados en nuestro territorio y antropólogos consultados por este diario dijeron desconocer alguna información al respecto.
La población indígena estimada en Colombia es de casi millón y medio de indígenas, y el nuestro es el segundo país de la región con mayor número de pueblos indígenas, después de Brasil y antes que México y Perú, según estadísticas regionales.
Los indígenas colombianos han sido y son las grandes víctimas de la guerra que nos desangra, del narcotráfico, el desplazamiento forzado y de la desidia y el olvido del Estado, que los abandonó y hundió en el hambre y la miseria.
Además, son descritos en el informe de la Onic como ciudadanos más pobres del país, que no tienen acceso a la educación, a los servicios básicos y no cuentan con los cuidados sanitarios más elementales.
La Corte Constitucional identificó, hace más de una década, a 35 de los pueblos indígenas colombianos que estarían en peligro de extinción y mencionó, entre otros, a los wiwas, kankuamos, arhuacos, koguis, wayús, wounaan, pijaos y uwas, pero el número actual podría ser mayor debido al azote de la pandemia desatada por el covid-19 y a la creciente violencia de los grupos armados ilegales, entre otras razones.
En América Latina existen en la actualidad unos 522 pueblos indígenas, que habitan desde la Patagonia hasta el norte de México, pasando por la Amazonia, los Andes, el Caribe continental, la baja Centroamérica y la Mesoamérica.
Bolivia, Colombia, Guatemala, México y Perú albergan al 87 por ciento de los indígenas de América Latina y el Caribe, y el restante 13 por ciento reside en otros 20 Estados, según National Geographic.
Brasil ocupa el primer lugar, con 241 pueblos y una comunidad total de más de 734.000 personas, una cifra irrisoria si se tiene en cuenta que la población total de este país es de unos 214 millones de habitantes.
En América del Sur y México sobreviven pueblos indígenas con muy pocos habitantes y hay peligro real de extinción de su cultura debido a la muerte de los más viejos a raíz del azote del covid-19, según la XV Asamblea General del Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y el Caribe (Filac).
Aunque expertos como Verdesio sostienen que “es muy difícil luchar contra la desaparición decretada por la autoridad y por quienes tienen acceso al discurso”, existe entre otros investigadores una tenue luz de esperanza.
Para algunos de ellos, en la actualidad se vive un clima político un poco más propicio y la legislación puede facilitar el reconocimiento.
Eso porque algunas constituciones latinoamericanas consagran Estados plurinacionales y, en la mayoría, la identidad y la pertenencia son un derecho y basta con la auto identificación.
También, porque en el Convenio 169 de la OIT, ratificado por toda la región, a excepción de Uruguay, se reconocen los derechos a los pueblos originarios.
GLORIA HELENA REY
PARA EL TIEMPO

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