Como si se tratara de las historias de Dory o Nemo –los inolvidables peces de Disney que vencen todo tipo de obstáculos para volver a la libertad del océano– el rescate del simbólico tiburón bambú –que nació en el acuario del centro comercial Atlantis– significó un operativo de más de tres días, en el que trabajaron 25 funcionarios y hasta un viaje en vuelo chárter para que este animal de rayas blanco y negro pudiera llegar a las aguas del Parque Explora en Medellín.
El tiburón –recién nacido y de no más de 20 centímetros– estaba en manos de una persona (que todavía no se identifica por el avance de las investigaciones), quien en favor del respeto y el amor por los animales no quería que este particular pez corriera con la misma suerte que sus otros compañeros de pecera, los cuales fueron sacrificados. (Lea también: Polémica por peces sacrificados divide a los ambientalistas)
Según la Secretaría de Ambiente de Bogotá, tras la incautación que se realizó en el Atlantis de 40 peces de especies exóticas, estos representaban un peligro para el ambiente, pero otros expertos han dicho que podría haberse hecho un manejo diferente.
Tras varios días de desconocerse el paradero del tiburón, desde el Ministerio de Ambiente se empezó a correr el rumor de que si se lograba rescatar al animal, este no terminaría muerto. La razón –que directamente venía del despacho del ministro Luis Gilberto Murillo– empezó a dispersarse entre funcionarios, la Red de Jóvenes de Ambiente y varias ONG animalistas.
El viernes en la noche llegó por fin la llamada del ciudadano: ¡El tiburón estaba vivo! Ahí comenzó una negociación que no tendría que envidiarle nada a una operación de rescate humano: un puente de más de cuatro interlocutores por vías digitales y telefónicas entre el Ministerio, las ONG y la persona que lo protegía. La condición era una: sin garantías de que efectivamente el animal tendría un mejor destino, no se iba a fraguar la operación.
A esto se le sumaba el temor de la persona que lo cuidaba, debido a las sanciones que había advertido la Secretaría de Ambiente de Bogotá y la Fiscalía.
En este caso, jugó como garante de la negociación, el Minambiente y una organización ambiental para el procedimiento de entrega. Durante el fin de semana, un equipo de cerca de 25 abogados, asesores técnicos y científicos del Ministerio de Ambiente y la Secretaría Distrital de Ambiente organizaron los protocolos para su movilización y el destino a donde se llevaría. Entre las opciones estaba Santa Marta o Medellín, y fue en esta última ciudad donde se cumplieron más criterios técnicos para la recepción del animal, que en el ambiente natural suele vivir en arrecifes de coral someros.
La Policía Ambiental tuvo su papel en la organización de los salvoconductos que permitieran dar con el paradero de este tiburón neonato, que se conoce científicamente como 'Chiloscyllium punctatum'. Una vez en las manos de los técnicos del Ministerio de Ambiente, el pez fue revisado nuevamente por un experto, que especialmente viajó desde el Parque Explora para llevarlo hasta su nueva vivienda el lunes en la noche.
En un vuelo chárter de apoyo de la Policía, el pequeño tiburón –que con solo tres semanas de vida ya había recorrido varios kilómetros lejos de su pecera inicial– viajó con sus nuevos cuidadores. Al llegar a Rionegro, en la noche lo esperaba también el director de la Corporación Autónoma Regional de las Cuencas de los Ríos Negro y Nare (Cornare).
Según el Parque Explora, hacia las 10:30 p. m. del pasado lunes, el tiburón pasó a sus manos. En principio, el animal está en el área de cuarentena, un espacio exclusivo para su estadía y que fue diseñado con las normas internacionales de bioseguridad para asegurar su bienestar. Allí permanece a más de 470 kilómetros del centro comercial Atlantis, donde habitaba en cautiverio.
Al final de su travesía, el tiburón bambú corrió con mejor suerte que sus compañeros de acuario, y como Dory o Nemo, puede seguir nadando aunque no sea en el mar.
VIDA/AMBIENTE
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