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Ciencia

La gravedad y su impacto en la salud de los astronautas

Jessica Meir y Christina Koch son las primeras mujeres que dan un paseo por el espacio sin compañía masculina.

Jessica Meir y Christina Koch son las primeras mujeres que dan un paseo por el espacio sin compañía masculina.

Foto:Cortesía NASA

Los experimentos en la Estación Espacial preparan a los humanos para los futuros viajes a Marte.

Quietos y expectantes, dentro de la cápsula rusa Soyuz MS-13, los astronautas miran el fulgor de las llamas que los envuelven. En pocos segundos, la ventanilla ha ennegrecido. La suerte está echada.
La vida de los tres ocupantes depende de la preparación previa: una marcha de operaciones ha tenido que ocurrir a la perfección en todos sus detalles. Son minutos de tensión y silencio, no hay comunicación con la base de operaciones.
Tres horas antes, a las 11:50 p. m. del 6 de febrero en Baikonur, Kazajistán, los operadores de vuelo de la agencia espacial Roscosmos recibían la señal. Arriba, en el cielo, a 400 km de altura, la cápsula desatracaba de la Estación Espacial Internacional rumbo a la Tierra.
La sala está llena, la tensión es ingente, como si se tratara de una operación a corazón abierto, a pesar de ser rutinaria.
En el viaje de retorno, tres frenos deben actuar para evitar la mortal caída libre. Primero la atmósfera, que deberá ser afrontada usando un escudo protector, como si se tratara de un enemigo peligroso. Los científicos a menudo comparan este tránsito con un surfista que monta una ola.
Cualquier movimiento en falso y el plasma abrasador producido por la fricción pulveriza la cápsula. Sin embargo, kilómetros de atmósfera bien aprovechados funcionan como un freno muy efectivo que, de hecho, hacen la mayor parte del trabajo.
Siete minutos más tarde, cuando la Soyuz ha perdido suficiente velocidad y la fricción se reduce, el fuego se extingue y queda lista para el próximo freno: una serie de paracaídas que deben abrirse automáticamente.
Por último, unos pequeños cohetes instalados en la base, deben accionarse a menos de un metro del suelo. El tiempo de vuelo total es corto, es como ir de Bogotá a La Paz en avión comercial. En tres horas y media, la diminuta e incómoda cápsula debe frenar de 28 mil km/h a 5,5 km/h y así asegurar la vida y el retorno a casa los astronautas.
A pesar de los esfuerzos para hacer el aterrizaje lo más amable posible, se siente «como la colisión frontal entre un camión y un auto pequeño», confiesa el astronauta italiano Paolo Nespoli.
Pocos minutos después de las cuatro de la tarde en Kazajistán, en contraste con el cielo claro y soleado, se aprecia la cápsula Soyuz atada a su paracaídas de colores.
Sin perderla de vista, los equipos de rescate se dirigen al sitio escogido para el aterrizaje a recibir a los astronautas, quienes no pueden valerse por sí mismos. Sus cuerpos ya no reconocen a la vieja y querida gravedad de la Tierra.
Uno de ellos, Christina Koch, lleva más tiempo que los otros dos, 328 días para ser exactos. Es un récord: ella acaba de convertirse en la mujer que más tiempo ha permanecido en el espacio. Gracias a su esfuerzo, sabremos más sobre la reacción del cuerpo femenino a la microgravedad y a la severidad del espacio exterior.
La Estación Espacial Internacional ha estado en órbita alrededor de la Tierra desde 1988. Desde entonces, misiones continuas de astronautas de 16 países y diversas agencias espaciales han estado haciendo experimentos en condiciones de microgravedad.
Todo, absolutamente todo allí, es objeto de estudio, incluso los mismos astronautas. ¿Para qué? Queremos ir más lejos, queremos ir a Marte, pero antes necesitamos saber cómo protegernos de las condiciones extremas del espacio exterior.
Los problemas de salud que aparecen, aun acondicionando la nave, son numerosos y todavía no los conocemos todos. La Nasa clasifica los riesgos inmediatos así: cambios en la gravedad, aislamiento y confinamiento, ambientes cerrados y pequeños, y radiación del espacio.
Nuestro organismo está en constante lucha para vencer a la gravedad. En nuestro planeta, caminar o simplemente mantenernos en pie, implica un esfuerzo. En condiciones de microgravedad, ocurre una pérdida irrecuperable de 1% por mes de la densidad de los huesos.
Para limitar la pérdida muscular, los astronautas necesitan pasar al menos dos horas diarias haciendo ejercicios. En casa, cuando estamos de pie o sentados, la gravedad jala la sangre para abajo y el corazón tiene que bombearla hacia arriba, llevarla al cerebro y mantenerla circulando.
En microgravedad, el corazón se convierte en un holgazán y se debilita. Además, la sangre en la cabeza hace presión sobre los ojos causando problemas de visión.
Los riñones también sufren: la deshidratación y el aumento de la excreción de calcio de los huesos puede producir cálculos renales.
Por otro lado, el aislamiento y confinamiento pueden producir una caída del estado de ánimo, depresión e incluso problemas cognitivos. El aburrimiento y los malentendidos por el deterioro en las comunicaciones pueden afectar el desempeño de la misión.
La exposición prolongada a la radiación cósmica en los vuelos espaciales es uno de los mayores problemas. La tierra nos protege abrazándonos con su campo magnético y su atmósfera.
Fuera de este abrigo, los astronautas reciben diez veces más radiación. Esto dispara el riesgo de desarrollar cáncer, daña el sistema nervioso central, reduce la función motora e incluso puede causar anorexia y fatiga. Además, los alimentos y las medicinas pierden sus propiedades.
Los resultados de la misión de casi un año de Christina Koch, proporcionarán más información relevante. La lista exhaustiva de problemas puede ir creciendo a medida que seguimos conociendo la reacción del cuerpo al abandono de nuestra madre Tierra.
Sin embargo, ninguna de estas dificultades nos va a amilanar. No hay duda de que sabremos atacarlos con herramientas de medicina, ciencia y biotecnología. El ser humano nunca se ha dado por vencido. Resolver problemas, crear herramientas y transformar el entorno, incluso transformarnos a nosotros mismos, es el signo de nuestra especie.
En el futuro cercano, la Nasa volverá a poner hombres y las primeras mujeres en la Luna con el ya en marcha programa Artemisa. Las agencias espaciales se preparan en una carrera para la soñada misión tripulada a Marte.
Los científicos trabajan duro para garantizar un viaje seguro y el retorno a la gravedad de la Tierra que conocemos y amamos. La aventura y la emoción de descubrir más sobre otros mundos habrá valido la pena.
Alexandra De Castro
PhD, fue profesora de la Universidad Simón Bolívar, Caracas, Venezuela; experta en comunicación de la ciencia y la tecnología por la Universidad de Oviedo y es presidenta de la Fundación Persea.
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