Sin duda alguna, el volcanismo es uno de los procesos geológicos más cautivantes y peligrosos que tienen lugar en nuestro planeta. A lo largo de la historia geológica de la Tierra y de otros planetas rocosos del Sistema Solar, las erupciones volcánicas han jugado un papel fundamental en la evolución y transformación de los paisajes típicos de cada planeta.
En el caso particular de la Tierra, dichas erupciones aportaron parte de los gases y vapor de agua atrapados en los magmas, que, al desgasificarse, formaron la atmósfera primitiva y los océanos. Además, gracias a los productos volcánicos y a la cantidad de minerales que los componen, los suelos que se generan a partir de este tipo de material volcánico, son a largo plazo, muy fértiles y aptos para la agricultura; sin embargo, el costo que paga la población civil por estos beneficios, a veces, es muy alto.
Tal es el caso de la erupción ocurrida, en abril de 1815, en Indonesia, cuyo responsable, el volcán Tambora, emitió tal cantidad de ceniza y gases a la atmósfera, que desencadenó el famoso año sin verano. Según los registros históricos, desde el año 1812, 3 años antes de la gran erupción, Tambora empezó a emitir vapor de agua y ceniza acompañado de actividad sísmica. Lo que la gente no sabía es lo que se vendría después…
El 5 de abril de 1815, en uno de los varios eventos eruptivos que tuvo Tambora, se observó una columna de vapor y cenizas que alcanzó los 25 kilómetros de altura y cuya explosión sónica fue escuchada a más de 1000 km de distancia.
Tan solo 5 días después, el 10 de abril, una serie de erupciones fueron las antecesoras de lo que se conoce hoy día como la erupción volcánica más grande registrada hasta ahora. Ese día, la pluma eruptiva alcanzó los 40 km de altura, siendo junto con la de Pinatubo, en 1991, y Novarupta, en 1912, una de las columnas eruptivas de mayor altura jamás vista; grandes flujos piroclásticos mataron a aproximadamente 10.000 personas en cuestión de minutos.
La caída de parte del edificio volcánico sumado a la llegada de los flujos piroclásticos al mar, produjo un gran desplazamiento de agua, creando tsunamis de hasta 5 metros de altura, provocando inundaciones, devastación y la muerte de más personas que habitaban islas aledañas de Indonesia.
El año sin verano ocurrió en 1816, un año después de la serie de erupciones mencionadas anteriormente, debido en parte a la variación de los vientos estratosféricos que le tomaron varios meses esparcir las cenizas y otros gases alrededor del planeta. La liberación de 200 millones de toneladas dióxido de azufre a la atmósfera bloqueó la luz solar causando la caída de la temperatura en los meses siguientes. Como consecuencia, varios animales y centenares de cultivos murieron, acarreando a su vez una hambruna que afectó especialmente al Norte América y Europa.
La usencia de cultivos que produjera suficiente comida, hizo que los precios subieran de manera exponencial. Debido al incremento de varios granos, incluida la avena, las personas de bajos recursos tenían acceso limitado a estos productos y cada vez era más complicado que alimentaran a sus caballos, que, para la época, eran el medio de transporte principal que impulsaba el comercio. Esto pudo haber sido uno de los factores que motivó el invento y mejora de la bicicleta como medio de transporte no dependiente de tracción animal.
La erupción del volcán Tambora en Indonesia, nos recuerda que para la naturaleza no existen fronteras y lo sensibles que somos aún como especie para afrontar cambios globales por más pequeños que sean.
David Tovar, M.Sc. Geología Planetaria. Codirector del Grupo de Ciencias Planetarias y Astrobiología- GCPA, Universidad Nacional de Colombia