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Ciencia

¿Sabía que existe una araña que vuela y un pez que camina?

Para Gossaín es asombroso encontrarse con una araña que vuela, un pez que camina y tiene manos, yun cangrejo que lleva siempre su casa a cuestas.

Para Gossaín es asombroso encontrarse con una araña que vuela, un pez que camina y tiene manos, yun cangrejo que lleva siempre su casa a cuestas.

Foto:Ilustración de Miguel Yein

Los animales más extraños del mundo. De los enigmas de la naturaleza a los de la fantasía.

Cuando yo era niño, y me negaba a dormir para seguir jugando a las escondidas con mis amigos en la calle sin alumbrado eléctrico, bajo la luna resplandeciente de San Bernardo del Viento, la flaca Viviana me arrullaba en las piernas, meciéndome al compás de su canto, mientras iba entonando:
Duérmete, mi niño,
duérmete ya,
porque viene el coco
y te comerá...
Ahora, cuando ya me quedo dormido hasta en las visitas sin necesidad de que nadie me canturree, y soy yo el que arrulla a sus nietos, recuerdo con pavor que fui creciendo casi con un traumatismo psicológico, ocasionado por el miedo terrible a ese animal de la infancia, aunque el único coco que haya visto hasta ahora sea el coco de agua, tan fresco y delicioso.
Nadie supo nunca cómo era el coco ni de dónde venía. Y con el paso de los años he venido a descubrir, contra lo que yo pensaba, que aquella tonadilla no era un invento de la señora Viviana, sino que es conocida y repetida en todo el universo de habla castellana desde hace más de trescientos años.
Cómo será que el poeta García Lorca, nada menos, escribió un hermoso texto dedicado al coco en el que dice que su verdadera gracia consiste, precisamente, en que nadie lo ha visto y nadie lo ha podido dibujar, por lo cual es un “desdibujo”.
Como si fuera poco, don Miguel de Unamuno, el gran pensador español, en sus recuerdos de infancia, considera que el coco es el primer miedo creado por los adultos para controlar a los niños rebeldes. “La niñera viene siendo una especie de sacerdotisa que invoca al demonio”.
Francisco de Goya, el admirado pintor, pintó un cuadro en 1797 en el que se ve a una señora durmiendo a dos niños asustados y frente a ellos está el coco cubierto con una manta.
Joan Corominas, en su incomparable diccionario etimológico, se ocupa muy seriamente del asunto y dice que los primeros navegantes portugueses que viajaron por Asia fueron los que le pusieron el nombre de “coco” al fantasma infantil, por el parecido de su cáscara y de sus huecos con los ojos y la piel de un demonio tenebroso.
La verdad, hasta donde ha podido establecerse, es que cincuenta años antes del descubrimiento de América ya había en los pueblos españoles numerosas canciones infantiles sobre el coco.

Cuco, cucu, cuca

Después de la llegada de Colón, la leyenda del coco se extendió por toda la América Latina y fue adquiriendo varias formas de expresión. Hoy en día, por ejemplo, esa criatura que asusta a los niños se sigue llamando coco en la mayor parte de los países del continente, Colombia entre ellos, pero hay otros, como Argentina, Chile, Bolivia, Ecuador, Guatemala, Panamá, Perú, Puerto Rico y Uruguay, donde lo conocen como el cuco.
Y los brasileños, que no hablan español, sino portugués, lo llaman cuca. Los paraguayos, a su turno, lo conocen como cucu. Ni los gringos de la frontera con México escaparon de su influencia: duermen a sus niños invocando al cocoman, el hombre coco.
Mientras estaba investigando todas estas historias, me puse a pensar no solo en el coco sino en los animales más extraños que han existido a lo largo de la historia. Muchos fueron inventados por el hombre, y no son nuevas especies sino mitologías, como pasó con el dragón o con el águila imaginaria que tenía cabeza de mujer. El propio Jorge Luis Borges publicó, hace ya sesenta años, su famoso Manual de zoología fantástica, conocido también como El libro de los seres imaginarios, que hace una recopilación de esas criaturas inventadas por la imaginación humana.
Pero hay otros animales, tan verídicos, que todavía hoy causan perplejidad entre los científicos. Les tengo un pequeño muestrario de los más extraños de este mundo, para que vean ustedes lo que son los enigmas de la naturaleza y su sabiduría.

¿Araña o pavo real?

Es muy común en los campos de Australia, donde vive entre canguros y matorrales. Su cuerpo es muy pequeño, ya que solo alcanza a medir cinco centímetros redondos, pero lo que asombra son sus colores: parece un arco iris. Por eso mismo los nativos la llaman “araña pavo real”, porque tiene siete colores brillantes. Su nombre científico es Maratus volans.
Es una araña que vuela, pero no sabe tejer, por lo cual solo puede capturar a sus presas saltando sobre ellas. Los biólogos están atónitos ante sus constantes mutaciones. Algunas van cogiendo cara de pez con el paso del tiempo, y a otras se les alarga el cuerpo casi tanto como a una anguila.
Pero si es asombroso encontrarse con una araña que vuela de rama en rama, como un ruiseñor, por ahí mismo, en la isla de Tasmania, vive un pez que camina. Es bastante pequeño y de color rosado pálido. Tiene aletas, como suele suceder con los peces, pero este no las usa para nadar sino para caminar por el fondo del mar, parado, con la cabeza hacia arriba.
Como si fuera poco, en los extremos de las aletas tiene dos manos que le permiten agarrar las algas que se come. Hasta ahora, los investigadores solo han podido encontrar cuatro ejemplares de este insólito animal.

El cangrejo ciego

En los últimos años se ha venido extinguiendo en el Caribe colombiano uno de los animales marinos más extraños que han existido: el cangrejo ermitaño, al que llaman así porque no se detiene nunca en ninguna parte y lleva su casa a cuestas, moviéndose por todas partes.
Lo más curioso es que aquel cangrejo pasa la vida entera con el abdomen muy blando, desprotegido, prácticamente al aire libre, y, entonces, todas las mañanas, cuando sale de su guarida a buscar alimento por la playa, tiene que proteger su vida escondiéndose bajo la concha vacía de los caracoles muertos que encuentra en el camino. En las islas del Rosario, afuera de Cartagena, los nativos le dicen “caracol soldado”, porque, cuando camina, con su caparazón encima, parece que llevara un casco puesto.
He recordado al ermitaño porque ahora los científicos han descubierto una nueva especie de cangrejo, al que llaman yeti, que vive en el fondo del mar, a tres kilómetros de la superficie, perdido en la isla de Pascua, en el sur inmenso del océano Pacífico. Nace ciego y ciego se queda toda la vida. Ni siquiera tiene las señales de donde deberían estar los ojos. Además, siendo un cangrejo, no puede vivir fuera del agua.
Para completar el panorama, tiene el cuerpo cubierto de unos filamentos peludos que le tapan las muelas y el caparazón. Nadie sabe para qué le sirven los pelos.

El capador

Amigo lector: si usted es un ejemplar del sexo masculino, le recomiendo que la próxima vez que vaya de paseo por los lados de Indonesia abra muy bien los ojos antes de meterse al mar. Vea que se lo advierto con tiempo.
Se trata de un pez grande, que mide casi un metro y pesa cincuenta libras. Feo como él solo, de ceño fruncido, mal encarado, de ojos saltones, cabeza puntiaguda y, agárrese usted, su dentadura de dos hileras, una arriba y otra abajo, es exactamente igual a la de un ser humano, con dientes, colmillos y muelas.
Le dicen ‘Pacu’ y no se ha podido saber cómo diablos llegó hasta por allá, si es oriundo del Amazonas. De carne sabrosa, se ha vuelto muy apetecido por gastrónomos y restaurantes en el mundo entero, pero no es eso lo que ha hecho de él una celebridad, sino el hecho de que su alimento favorito son los testículos humanos. Duele de solo escribirlo.
Se pasa la vida entera en la orilla de las playas, esperando bañistas, para cortarles los testículos. Esa es la razón por la que los nativos de esos parajes indonesios lo conocen como “el corta-bolas”.

El pez transparente

En este universo poblado de animales incontables, Colombia es uno de los países con más variedad y curiosidades. Ya se sabe que es el país con mayor diversidad de aves, alrededor de 1.900, desde el imponente cóndor de los Andes hasta el diminuto colibrí que vuela en reversa por los matorrales del jardín.
Pocas veces en mi vida he sentido una emoción tan grande como aquella mañana, hace ya tantos años, a orillas del río Orteguaza, en medio de la cordillera Oriental, en las montañas del Caquetá.
Estábamos en un congreso de biología amazónica y ese era mi primer trabajo periodístico. De repente, los campesinos trajeron a presencia de los científicos un pescadito vivo, largo, metido en un frasco. Me quedé con la boca abierta porque pensé que era un pescado hecho de vidrio. Era de cuerpo transparente. Mientras nadaba por el frasco le vimos pasar por el abdomen la comida que acababa de tragar. Parecía ciencia ficción. Jamás lo he olvidado en mi vida.
Pocos días después, desde la propia orilla del río, ya en Leticia, vi pasar un delfín rosado que iba bailando alegremente entre las olas del Amazonas. Nunca en mi vida he vuelto a ver un color tan bello.

Epílogo

Les he mostrado apenas, a las carreras y saltando matones, unas pocas de las rarezas que habitan este mundo. No podría mencionarlas a todas, aunque quisiera, porque no cabrían en todas las páginas de este periódico ni en los periódicos del mundo entero.
En el Tíbet se celebra una de las ceremonias religiosas más bellas y expresivas del mundo: los monjes se reúnen un día al año en cada templo y piden perdón por todos los animales que el hombre ha extinguido sobre la Tierra.
Ya sé lo que voy a hacer cuando arrulle a mis nuevos nietos en estos tiempos de internet y tecnología: voy a cantarles la misma tonada de la flaca Viviana, pero imaginándome que ahora el coco es un emoticón redondo y amarillo, con cara de lobo y orejas de zorra, que guiña un ojo mientras manda un beso.
JUAN GOSSAÍN
Especial para EL TIEMPO
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