El planeta Tierra está en permanente cambio. Las rocas almacenan, al igual que las hojas de un libro, información crucial que nos permite a los científicos entenderla más a fondo. Esta evidencia, almacenada por miles e incluso millones de años, nos permite comprender cómo ha evolucionado el planeta y cómo podría ser en un futuro no tan lejano.
La dinámica terrestre incluye erupciones volcánicas, terremotos, deslizamientos, tsunamis, etc. Otros eventos, no relacionados con la actividad propia de la Tierra, nos amenazan constantemente, como por ejemplo los impactos de asteroides. Si bien cada uno de estos fenómenos se da con frecuencias muy variadas (pueden pasar decenas a millones de años entre uno y otro), entender cómo han afectado la Tierra en tiempos pasados es clave para nuestra supervivencia en ella.
La perforación, con fines científicos, es una herramienta indispensable y única para la exploración de nuestro planeta y para el entendimiento de gran cantidad de procesos, tanto antropogénicos (causados por el ser humano) como naturales.
De aquí nace la propuesta hecha por el European Consortium for Ocean Research Drilling (Ecord), a través de su programa principal denominado ‘International Ocean Discovery Program’ (Iodp), para perforar el cráter de Chicxulub en el golfo de México, que es resultado del impacto de un asteroide con la Tierra hace 65 millones de años y que provocó la extinción de aproximadamente el 76 por ciento de las especies que habitaban el planeta durante el periodo Cretácico, entre ellas los dinosaurios.
Al perforar cada vez más profundo, los geólogos son capaces de viajar a través del tiempo geológico y reconstruir lo sucedido hace millones de años.
En las fauces del cráterCon un diámetro de aproximadamente 180 kilómetros (el equivalente a la distancia en línea recta que hay entre la plaza de Bolívar en Bogotá y Pereira), la estructura de impacto ya había sido estudiada anteriormente por otras expediciones; sin embargo, la última exploración, llevada a cabo entre abril y mayo del 2016, tenía como objetivo tomar muestras de la región central del cráter, que se caracteriza por presentar una topografía similar a la de pequeñas montañas, denominado pico central.
Cuando un asteroide impacta con la superficie, hace que las rocas se ‘derritan’ por las altas presiones y temperaturas producto de la rápida velocidad en el momento de la colisión. Imaginemos que arrojamos una roca a un estanque lleno de agua; cuando la roca cae allí, se forma un pequeño círculo alrededor del sitio donde cayó, al tiempo que una pequeña gota emerge del centro. En los cráteres de impacto sucede algo similar. Este pico central que se formó en el centro del cráter fue el objetivo principal de la expedición llevada a cabo por Ecord.
Solo dos cráteres más grandes que Chicxulub pudieron haber presentado un pico central: Sudbury en Canadá y Vredefort en Sudáfrica. Sin embargo, los procesos de erosión han borrado toda evidencia de dichos picos.
La baja densidad de las rocas que forman el pico central del cráter sugiere que este tiene un alto fracturamiento (grietas) e incluso una alta porosidad. Al encontrarse bajo el mar y haber sido formado en condiciones extremas, estas grietas y poros se pudieron haber rellenado con fluidos calientes, creando las condiciones perfectas para que organismos extremófilos (resistentes a condiciones extremas) sobrevivieran. La búsqueda de la posible presencia de estos extremófilos en las rocas que componen el cráter era uno de los principales objetivos de la expedición.
La alta tasa de crecimiento de la especie humana ha motivado a varios institutos de investigación a analizar las rocas y las estructuras geológicas producidas por estos eventos catastróficos, para estudiar cómo y por qué estos desastres naturales ocurrieron a través del tiempo y los efectos que eventualmente podrían ocasionarnos en un futuro.
DAVID TOVAR
Especial para EL TIEMPO
Codirector Grupo de Ciencias Planetarias y Astrobiología, Universidad Nacional.