Volvió Blade Runner, la película inspirada en la novela de Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Y, afortunadamente para los aficionados a la ciencia ficción, no llega como una forma diluida del clásico de culto estrenado por el director Ridley Scott hace ya 35 años, sino como una potente obra cinematográfica, dirigida esta vez por el canadiense Dennis Villeneuve.
Llena de imágenes hipnóticas y reflexiones que van mucho más allá del alcance habitual del cine comercial, es una digna secuela a lo que el filósofo español Fernando Savater llamó “uno de los mayores esfuerzos metafísicos del cine actual”.
¿Cuál es la fuente de la fascinación que produce Blade Runner? En un principio condenada por la crítica como demasiado lenta y pretenciosa para el cine de acción convencional, Blade Runner creó por sí sola un nuevo lenguaje visual que influenció el cine, el diseño y la moda en los años 80. Una película futurista en la que la ciudad de Los Ángeles de 2019 es un lugar lúgubre pero colorido, combinación de lo antiguo y lo ultramoderno, un hormiguero humano... o casi humano.
En el corazón de la historia de Blade Runner están los replicantes, seres artificiales hechos a la semejanza de los humanos por la corporación Tyrell para ser empleados como esclavos en trabajos peligrosos en las “colonias exteriores” de la Tierra.
Es la humanidad de los replicantes la que desplaza las preguntas sobre la plausibilidad de los desarrollos de la ingeniería genética o sobre los autos voladores para enfocarse en algo más profundo y contemporáneo: ¿Qué significa ser humano?
En esta segunda parte, otro detective solitario entre la multitud encarna de nuevo la duda, no respecto al mundo real como en The Matrix o El Show de Truman, sino a la humanidad y a la realidad en los otros: aquellos del otro lado de una pared invisible que los separa de nosotros; aquellos que también sufren, lloran y se niegan a aceptar la muerte; aquellos cuyos recuerdos, como los nuestros, están destinados a “perderse en el tiempo, como lágrimas en la lluvia”.
JUAN DIEGO SOLER Instituto Max Planck de Astronomía
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