El reciente anuncio de la Nasa, de que la fase de construcción del Telescopio Espacial James Webb (JWST) está terminada, fue una noticia que alegró y llenó de expectativas a la comunidad astronómica internacional.
El JWST será el observatorio espacial más grande y complejo jamás construido y es el resultado de la colaboración entre la Nasa, la Agencia Espacial Europea (ESA) y la Agencia Espacial Canadiense (CSA) para producir un sustituto natural del telescopio espacial Hubble. Cuando esto ocurra, el JWST se convertirá en el primero de una nueva generación de telescopios espaciales diseñados para observar el universo desde una región estacionaria entre la órbita de la Tierra y Marte, a partir del año 2018.
La razón por la cual necesitamos telescopios espaciales como este es que, cuando observamos el cielo desde la superficie de la Tierra, incluso en los lugares más despejados del planeta, la atmósfera distorsiona las imágenes astronómicas, y gran parte de la luz ultravioleta e infrarroja no logra llegar hasta nuestros ojos e instrumentos.
Esos fueron los argumentos, descritos por Lyman Spitzer desde la publicación de su trabajo Ventajas astronómicas de un observatorio extraterrestre, en 1946, que allanaron el camino para que, a mediados de los años 70, la Nasa y la ESA constituyeran el proyecto que le dio vida al Hubble.
En sus ya casi 27 años de servicio, este telescopio ha revolucionado la forma en la cual entendemos el universo, y llevó a las pupilas de millones de personas las imágenes de los rincones de nuestra galaxia.
Las observaciones del Hubble permitieron determinar, con precisión sin precedentes, la tasa de expansión acelerada del universo; establecieron la presencia de agujeros negros en el núcleo de la galaxias cercanas, identificaron los componentes de la atmósfera en planetas por fuera del sistema solar, mostraron las explosiones de estrellas moribundas en galaxias distintas de la nuestra y revelaron los objetos que están orbitando el Sol en la vecindad de Plutón. Pero también abrieron nuevos interrogantes.
Mucho más potenteEl JWST, así nombrado en honor del segundo director que tuvo la Nasa y quien impulsó el programa científico en la exploración espacial cuando esta era apenas un nuevo escenario de la geopolítica, está diseñado para ser cien veces más potente que el Hubble. Gracias a un espejo de 6,5 metros de diámetro, formado por 18 segmentos hexagonales de berilio con una superficie reflectiva cubierta de oro, el JWST podría ver los detalles en una moneda de 50 pesos colombianos a 40 kilómetros de distancia.
La observaciones de luz ultravioleta e infrarroja del JWST permitirán estudiar las primeras estrellas y galaxias que se formaron luego del Big Bang, arrojarán pistas sobre la formación de sistemas planetarios en estrellas distintas al Sol y ayudarán a evaluar la composición de los planetas más allá del sistema solar, incluyendo la presencia de agua y moléculas orgánicas precursoras de formas de vida.
Para lograrlo, el JWST viajará a bordo de un cohete Ariane 5 hacia un lugar cuatro veces más lejano que la Luna. Allí se desplegará como un transformer fuera del fuselaje del cohete, extendiendo sus escudos térmicos, que ocupan un área comparable a una cancha de tenis, y desplegando los segmentos de su espejo primario y los brazos que soportan su espejo secundario.
Antes de ese momento, que se prevé para el 2018, se llevarán a cabo miles de pruebas, decenas de miles de horas de trabajo que garantizaran que todo funcione perfectamente porque, a diferencia de su predecesor, el JWST observará el universo desde un lugar más allá de donde nuestros astronautas jamás han llegado.
JUAN DIEGO SOLER
Astrofísico del Instituto de Astrofísica Espacial de Francia.
Especial para EL TIEMPO
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