De un milímetro a milímetro y medio. Eso es lo que miden las avispas con las que se puede combatir a los insectos que transmiten la bacteria causante de la enfermedad del dragón amarillo o HLB (del mandarín huanglongbing), que seca los cultivos de cítricos y cuya propagación en Colombia tenía preocupados a los agricultores, en especial los de la costa Atlántica, a mediados de este año.
El parasitoide es la avispa Diaphorina citri. Según el agrónomo Alberto Soto Giraldo, doctorado en entomología (estudio de los insectos) de la Universidad Federal de Viçosa (Brasil), “a nivel mundial recomiendan productos químicos para eliminarlo pero, con tanta aplicación, la plaga se vuelve resistente y eso genera consecuencias negativas para los cultivos y deja residuos en las frutas que pueden afectar a las personas que las consumen”.
Por eso, en el Centro de Investigación y Cría de Enemigos Naturales de la Universidad de Caldas, la bióloga Paula Arias Ortega, la ingeniera agrónoma Ana María Restrepo y él investigan cómo se pueden usar otras especies de avispas para enfrentar el vector del HLB sin efectos secundarios dañinos. Además de una llamada Tamarixia radiata, ya conocida desde Estados Unidos hasta Argentina, están concentrados en dos variedades del género Diaphorencyrtus que, hasta ahora, solo habían sido reportadas en Estados Unidos y México.
El primer hallazgo de estas últimas en Colombia va atado a la posibilidad de que una de ellas, la D. aligarhensis sea, en realidad, una nueva especie. En el artículo publicado en el boletín científico del Centro de Museos de la institución, los investigadores explican diferencias anatómicas, sobre todo en las antenas y las alas, entre las avispas D. aligarhensis y los individuos del novedoso grupo –que todavía está sin bautizar mientras expertos extranjeros confirman el descubrimiento–.
En todo caso, las dos –o tres– avispas ‘buenas’ actúan de manera similar contra la mensajera del dragón. La hembra pone sus huevos en las larvas de la ‘mala’ para que sus crías se alimenten de ella hasta matarla, así garantizan tener los nutrientes necesarios para llegar a la madurez. La diferencia entre la manera de actuar de la T. radiata y las Diaphorencyrtus radica en que la primera se ubica bajo el vientre de la víctima y crece por fuera de su cuerpo, mientras que las segundas se desarrollan desde su interior.
Al final, las larvas de la plaga quedan reducidas a momias. Unas son más claras y aplanadas; otras, oscuras y semiesféricas. También difieren en que unas tienen el orificio de salida del insecto ‘bueno’ adulto en la parte superior y las otras, en el extremo opuesto. De hecho, esta fue la clave para que las investigadoras le reportaran al profesor la posibilidad de que en las muestras que llegaron de diferentes municipios de Caldas hubiera más de una especie de avispa.
Para Soto, el ideal sería tratar los cultivos infestados con las diferentes variedades al mismo tiempo, “hacer un manejo integrado”. La transmisora tiene cinco etapas de desarrollo; con la T. radiata, que la afecta entre la tercera y la última, y las Diaphoyencyrtus, que lo hacen de la segunda a la cuarta, más las adultas, que se las comen en la primera, el ejército de avispas defensoras tendría cubierto todo el ciclo de vida de las parasitoides, lo cual mejoraría la efectividad de su intervención.
No obstante, el documento aclara que hacen falta estudios posteriores para tener certeza de esto. Ya el equipo prepara un primer experimento en la granja Montelindo de la universidad en Santágueda, un corregimiento de Palestina, Caldas, a una hora de Manizales. “Allá estamos alistando una cría más grande (mayor cantidad de animales) para hacer las pruebas de campo, porque acá –en el jardín botánico de la institución, ubicado en la capital departamental– no pegan bien los cítricos por el clima”, explicó la ingeniera Restrepo.
Investigaciones en otros países, en especial México, con una sola de las especies, han mostrado resultados favorables en los que una sola avispa ‘buena’ puede matar 500 ‘malas’, por lo que recomiendan liberar 100 insectos por cada hectárea cultivada. Los científicos caldenses esperan obtener buenas noticias a mediados del año entrante.
JOSÉ FELIPE SARMIENTO ABELLA
Corresponsal EL TIEMPO
Twitter: @josefesar
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