Los amantes del mar y sus conocedores, los que hemos tenido la oportunidad de maravillarnos con los paisajes submarinos, entendemos que es imposible privar a la gente del común de las exhibiciones, como los acuarios, que se hacen sobre estos ambientes.
Tales espacios, sin embargo, no pueden construirse de manera arbitraria; deben contar con todos los permisos requeridos y cumplir la normatividad vigente. La idea, que quede claro, es que siempre se vele porque la simulación o representación de los ambientes responda a los requerimientos naturales de las especies que allí se confinan.
La ciencia y la tecnología han posibilitado la adecuación de sistemas cerrados o acuarios, en los cuales se pueden replicar las condiciones ambientales necesarias y recrear ecosistemas marinos como las formaciones coralinas, que se caracterizan por albergar una alta diversidad de fauna y flora, además de una gran belleza escénica y colorido espectacular, cuya contemplación no debe ser solo privilegio de pocos.
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De este modo, hay que admitirlo, se logra una gran sensibilización entre la gente de conservar esos ecosistemas y sus especies. Insisto en que aunque las especies que se observen a través del cristal sean ornamentales, y puedan ser comercializadas y exhibidas, es imperativo ajustarse a las normas de protección establecidas en cada paso de este proceso, como importaciones, intercambios, donaciones, colectas, movilizaciones, transporte, aclimatación, cuarentena y mantenimiento. Es una forma de garantizar el bienestar de los organismos.
Es, desde todo punto de vista, lamentable el hecho de que una exhibición abierta al público, como la del centro comercial Atlantis en Bogotá, no cumpliera con los requerimientos exigidos por las autoridades ambientales competentes, ni con su supervisión y seguimiento.
Era necesario que tuviera un plan de manejo de su colección de especímenes vivos, y la asistencia de un profesional en este campo que estuviese a cargo del bienestar de los animales que a la postre fueron sacrificados.
Tal vez lo más lamentable en casos como este es la forma como procedemos y decidimos respecto a la vida de estas hermosas criaturas; si bien las leyes colombianas son muy claras, en el sentido de que debemos proteger nuestras especies y ecosistemas de especímenes invasores, es necesario ser precisos: no todas las especies exóticas o foráneas son peligrosas; sí lo es, en cambio, el manejo que se haga de tales ejemplares.
En el país existen centros especializados como el Acuario Mundo Marino, en Santa Marta; junto con esta entidad, la Universidad Jorge Tadeo Lozano ha venido desarrollando procesos exitosos de rehabilitación y conservación de organismos marinos, en concordancia con las autoridades ambientales locales (Dadma y Corpamag, en este caso), al igual que el Acuario El Rodadero, el Ceiner o el Oceanario en Cartagena, y el Parque Explora en Medellín.
Todos ellos exhiben adecuadamente la vida marina, la investigan y la preservan. Eran las entidades con las que hubiera sido posible coordinar tanto la incautación de los 40 ejemplares en el Atlantis Plaza, como la evaluación y la definición de procedimientos seguros y mancomunados.
Infortunadamente, hubo precipitación en la decisión de eliminar estos ejemplares, que habían sido sacados de sus ecosistemas originarios, de su hábitat, de su casa. No solo no se respetó su vida, sino que se perdió la oportunidad de crear con ellos una exhibición que educara a la gente sobre temas tan sensibles como la conservación y el tráfico y comercio ilegal de estas especies.
AMINTA JÁUREGUI
Directora de la maestría en Ciencias Marinas de la U. Jorge Tadeo Lozano